
Lo hizo entonces valido de un discurso agresivo, plagado de ofensas y descalificaciones, del que nunca se retractó, a pesar de haberse visto obligado después a incorporar a su gobierno a algunas figuras recalentadas y decadentes, en el cénit de su decrepitud, como el actual Ministro de Gobierno, Derechos Humanos y Justicia.
La euforia de los resultados electorales habidos desde 2007 -todos ellos dudosos, por cierto- contribuyó de algún modo a profundizar la estrategia de fractura horizontal de la política, bajo el argumento -jamás demostrado con hechos- de que los jóvenes son mejores ciudadanos y políticos más responsables que los viejos, a los que simplemente por su fecha de nacimiento se considera unos fracasados.
Conocer el proceso mental que ha llevado a Urtubey a cambiar de opinión sobre este tema es casi tan díficil como saber, con un solo golpe de vista, dónde está Wally.
Porque aunque en el fondo Urtubey siga despreciando a los viejos, casi nada justifica que el Gobernador de Salta haya elegido como su compañero en el videojuego presidencial que lo tiene obsesionado a un hombre de 77 años, y que ha tenido responsabilidad en casi todos los gobiernos nacionales habidos de 1973 en adelante. Ningún argumento racional puede esgrimir aquel que ha condenado a los viejos al infierno y dos páginas más adelante ha resuelto unir su destino al más veterano de todos los candidatos presidenciales en liza.
Cuando Juan Manuel Urtubey vino al mundo, allá por 1969, Roberto Lavagna, su actual compañero de fórmula ya tenía 26 años. Es decir, tranquilamente podría ser su padre.
Urtubey nunca estuvo interesado en formar tándem electoral con alguien que podría haberlo engendrado, pero no le hace asco a la idea de integrar una fórmula con alguno de sus hijos, ilusión que el Gobernador viene acariciando desde hace bastante tiempo y que últimamente ha tomado una amenazante forma.
Desde sus tímidos discursos de 2006 y 2007, Urtubey ha cambiado mucho y sin dar explicaciones de sus cambios. Lo ha hecho, por ejemplo, con la residencia oficial de Finca Las Costas, en la que juró que jamás iba a vivir. También con la designación de parientes suyos en el gobierno, promesa que rompió cuando nombró a su primera esposa interventora de Payogasta y posteriormente se gastó un dinero que los salteños todavía tienen que devolver para que su hermano mayor fuera elegido senador nacional.
Sus giros copernicanos sobre la reforma constitucional, los derechos de las mujeres, los abortos no punibles, la apertura de la economía, la enseñanza religiosa, el divorcio, las creencias religiosas, el gasto público y la austeridad fiscal o la independencia del poder judicial son, si acaso, meras anécdotas en el contexto de una personalidad oscilante que jamás -aunque quiso- fue capaz de tener alguna cosa clara... más que su propia obsesión de figuración personal, claro está.
Ya para dejar a más conciudadanos colgados de un foco, Urtubey ha resuelto hacer buenas migas con un peronista extremadamente heterodoxo como Lavagna. Tan luego él, que presume de un peronismo de buena cuna.
Así de pronto como se olvidó que su candidato a Presidente se encamina sin remedio hacia los ochenta, se olvidó también que Lavagna, funcionario menor del nunca bien recordado ministro José Ber Gelbard, fue luego uno de los peronistas que acudió en auxilio del presidente Raúl Alfonsín tras la convocatoria solemne efectuada en Parque Norte el 1 de diciembre de 1985. Y que también fue un embajador prominente durante el breve gobierno del presidente Fernando de la Rua.
Se podría decir que Lavagna resume en una sola persona, y con apreciable ventaja, todo lo que Urtubey, durante 25 años, ha despreciado de la forma más intensa y si acaso más brutal.
Pero la obsesión narcisista es todavía más potente que cualquier rechazo, y el cálculo actuarial del tiempo en que un Lavagna electo presidente mantendrá su lucidez es, al parecer, implacable. No hay que olvidar que dos de los tres salteños que alguna vez ocuparon el sillón de Rivadavia accedieron al cargo desde la Vicepresidencia. Uno por renuncia del Presidente, y otro gracias a su mala salud. El tercero, finalmente, consumó un golpe de Estado. Es decir, ninguno fue electo Presidente por voto popular.