
Después de millones de pesos que nunca se sabrá exactamente de dónde han salido y de una campaña obsesiva en casi todos los medios de comunicación nacionales, el Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey no ha conseguido sino inscribir su nombre en un lugar en donde, antes que él, se anotaron los de Armando Caro Figueroa, Juan Carlos Romero, Ricardo Gómez Diez y Gustavo Sáenz, todos los salteños que en los últimos veinte años fueron candidatos a Vicepresidente de la Nación.
Todos los anteriormente nombrados -excepto Urtubey, claro está- alcanzaron a candidatearse con muy poca publicidad. Ni siquiera Romero -por entonces Gobernador de Salta- hizo un uso tan notoriamente abusivo de los recursos públicos para sostener y promocionar su candidatura.
Con el repliegue de Urtubey se cierra un ciclo histórico para Salta. Durante su desarrollo los salteños hemos aprendido que el señoritismo, la mediopatía o la emulación calculada de Güemes y el Señor del Milagro no son suficientes cuando falta aquello que Salamanca non presta.
Con más vergüenza que honores, Urtubey ha arriado hoy sus banderas y Salta se ha quedado sin su candidato a Presidente. Con su retirada, el actual Gobernador ha dejado huérfanos a sus seguidores locales, que ahora deberán buscarse la vida para ver cómo se acomodan en el cada vez más simplificado mapa electoral de la Argentina.
Si hace 16 años Romero fue el candidato de Menem, hoy Urtubey es el candidato de Duhalde y del Partido de La Matanza. Es decir, los palos que lo sostienen tienen sus raíces hundidas en el pasado y no en lo más brillante del peronismo. Su cabeza de cartel electoral, Roberto Lavagna tiene 77 años y, de convertirse en Presidente del país, sería probablemente uno de los jefes de Estado más viejos del mundo, e ingresaría en un selecto club en el que están personajes como la reina Isabel II de Inglaterra o el presidente palestino Mahmoud Abbas.
Al modesto resultado obtenido por la ambición personalista de Urtubey se deben añadir los enormes daños provocados al sistema político salteño, hoy desbordado por la actualidad y la sucesión vertiginosa de unos acontecimientos que los salteños somos incapaces de controlar. Ni Urtubey, con todo el aparato a su favor, ha podido con los factores de poder.
Ahora aspirante a la medalla de plata de la “B” de la política, Urtubey ha presionado a fondo a empleados públicos y magistrados para que sostengan su candidatura presidencial. El esfuerzo inútil ha revelado no solo el escaso peso específico del todopoderoso Gobernador de Salta sino que también ha confirmado lo poco que influyen los salteños en el revuelto panorama nacional. Después de tantos fuegos artificiales nos venimos a enterar que Salta no es hoy más importante de lo que era cuando Caro Figueroa fue candidato con Cavallo, Romero lo fue con Menem, Gómez Diez lo fue con López Murphy o lo fue Sáenz con Massa. Y conste que ninguno de ellos necesitó casarse con una actriz para tomar por asalto las tapas de las revistas del corazón.
Explicaciones de la debacle se pueden dar mil. Lo que necesitan los salteños ahora no son explicaciones de por qué no soy lo que quería ser, sino una prolija rendición de cuentas del uso y abuso de los recursos públicos para una finalidad personal y partidista.