
Isa y Zottos, Zottos e Isa saben, aun mejor que Urtubey, que la política está hecha de imágenes y de gestos, más que de logros y de resultados, y que lo que algunos llaman «el talante» es la llave del cofre que contiene el divino tesoro del favor popular.
Miguel Isa se las ha ingeniado para hacer aparecer sus encuentros con opositores al gobierno (externos, como Sonia Escudero, o internos, como Zottos) como parte de un proyecto de convergencia política llamado "Pacto de Salta".
De tal «pacto» no hay -aún- una sola línea escrita, pero sí numerosas fotos. El día en que el «pacto» esté listo, en vez de firmar sobre papeles escritos, Isa firmará sobre una larga tira de fotos: la que acredita sus esfuerzos por sentarse a conversar con unos y otros sobre bueyes perdidos, por darles la razón en casi todas las cosas intrascendentes que le plantean y por convidarles con masitas rellenas de dulce de leche tieso y potencialmente azucarado.
Este tratamiento de edulcorado ablande ha dado resultados con Zottos, a juzgar por la ternura de su cándida mirada mediterránea. El arrobamiento de Zottos ante la presencia de Isa tiene mucho que ver con las responsabilidades que ambos tienen en las instituciones que nos rigen, pero también está vinculado al influjo recíproco que ejercen las milenarias culturas de las que provienen tanto el uno como el otro. Zottos e Isa, Isa y Zottos simpatizan y dejan de hacerlo, exactamente igual a como hace veintipico de siglos lo hacían sus tatarabuelos, cuando estos personajes casi bíblicos reñían, o se amaban, a bordo de las endebles barcas que surcaban la bahía de Famagusta con rumbo a Latakia.
Por eso, las razones que uno y otro han dado para justificar su diálogo, son en el fondo absurdas y engañosas.
Por ejemplo, que Zottos haya reiterado «una vez más la disposición del Senado provincial de agilizar la sanción de las herramientas legales que resulten necesarias para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de la capital», es absurda, porque bueno estaría que Zottos se dedicara a cajonear las leyes. Su deber, como presidente del Senado, es el de ser diligente.
Tampoco es cierto, como afirma Zottos, que la Municipalidad, el gobierno provincial y el Senado «conformen un equipo». Todo el mundo sabe que se llevan como el perro y el gato y que quien más quien menos espera los tropiezos del otro para darles el zarpazo final y definitivo.
En suma, que lo que quedará para el recuerdo es la foto; esa mirada cariñosa y acuosa de Zottos (que parece estar a punto de estampar un beso sobre la mejilla de su interlocutor), el contrapunto disonante de esas corbatas antagónicas y el duelo de cabelleras de dos galanes maduros, bendecidos por la luz de la Estrella de Oriente, pero criados y engordados políticamente en esa tierra generosa y feraz que es el trópico salteño.