El juicio al 'rey del cachopo' en Madrid y el caso Jimena Salas en Salta

  • Por estos días, los jueces de la Sección 26 de la Audiencia Provincial de Madrid juzgan al ciudadano César Román Viruete, acusado de matar y descuartizar a su novia, una joven de origen hondureño llamada Heidi Paz.
  • Jucio penal en Salta y en Madrid

El juicio se ha convertido en un espectáculo mediático de primer orden. Los detalles escabrosos del crimen y la cerrada negación de su autoría por parte del único acusado han atrapado a la prensa y a sus lectores.


Hoy, miércoles 12 de mayo el tribunal juzgador ha empezado a escuchar a los testigos propuestos por las partes. Solo declararán 20 testigos y, por su número, se espera que todos puedan examinados antes del próximo viernes 14.

En Salta, para un juicio en el que ventilan responsabilidades mucho menores y llamativamente periféricas en un crimen probablemente tan bárbaro como el de la joven Paz, el tribunal va a escuchar a un centenar de testigos. Las sesiones del juicio van a ocupar casi tres semanas enteras. Es evidente que los testigos propuestos van a declarar sobre «algo más» de lo que pudieran haber conocido a través de sus sentidos.

En Madrid hoy ha declarado la madre de la víctima, quien entre llantos afirmó «estar segura» de que su hija era objeto de malos tratos a manos del rey del cachopo. Por supuesto, uno de los abogados que la interrogaba le preguntó si había visto con sus propios ojos u oído estos malos tratos, a lo que la madre respondió que había tenido noticia de ellos porque «un señor» se lo había dicho.

Al negar la madre haber tenido noticia directa de estos malos tratos, no hubo más preguntas sobre el tema. Nadie que no haya percibido a través de sus sentidos un hecho cualquiera puede declarar sobre él y su declaración ser considerada como prueba de la existencia de tal hecho.

En el juicio que se celebra en Madrid, todas las preguntas a los testigos están encaminadas a acreditar o desmentir que el rey del cachopo matara a su novia. No hay vecinos que declaren -por ejemplo- que la noche del crimen «oyeron el ruido de la moto» del acusado o que alguien les dijo que la pareja discutía acaloradamente. Si no hay una percepción directa, no hay testigo que valga.

El juicio que se está celebrando en Salta, como otros que se han celebrado antes, parece ser un juicio sobre la personalidad del acusado más que sobre su participación en los hechos.

Si el acusado es machista, tartamudo o poeta, si es homosexual, sibarita o ludópata, parece que es lo que interesa, y no si ha empuñado el arma asesina. Basta para condenarle que los jueces se hagan una idea de que están ante una personalidad tan trastornada que cualquier cosa mala es posible esperar de él.

En el juicio del rey del cachopo no hay un desfile de testigos que afirmen lo buena persona o lo crápula que es el acusado. A nadie le interesa si es un sádico o una hermanita de la caridad. Lo que importa saber es si -siendo bueno o malo- mató a Heidi Paz o no lo hizo.

En Salta, sin embargo, aun cuando el tribunal tenga la certeza de que alguno de los acusados no cometió ninguno de los hechos que se les imputa, el juicio mediático será suficiente para que tenerlos por mafiosos, depravados, infieles, maltratadores o incluso borrachos o drogadictos, aunque ninguna de estas circunstancias haya influido en la comisión del crimen.

De lo que se trata es de «abrir la lata de la privacidad de los individuos», de exhibirlos a ser posible en calzoncillos, de desmenuzar cada uno de sus whatsapp para descubir sus perversas inclinaciones, su burdo estilo amoroso, sus lazos con personas de avería, su desapego por los hijos, sus negocios opacos. Cualquier cosa que no sea útil para fundar una condena judicial, lo será para apuntalar una condena mediática que es necesaria para llevar un poco de calma a la conciencia de estos justicieros que nunca han roto un plato.

Culpable o no, al rey del cachopo no le sacarán los trapitos al sol. Primero porque sus abogados no lo permitirán y luego, si alguien lo intentase, porque el tribunal pondrá las cosas en su lugar. El objeto del juicio es determinar una responsabilidad penal y la procedencia o no de un castigo, no escudriñar en las vidas ajenas para enterarse hasta del detalle más mínimo.

La Justicia de verdad (la que se escribe con mayúsculas) necesita muchos menos elementos de juicio para fundar una condena. Necesita pruebas objetivas, materiales e irrefutables; elementos de convicción que vayan al grano. Todo lo demás forma parte de un show que en Salta da de comer a mucha gente a la que no le importa si su sustento se deriva de un hecho tan deleznable como el de fisgonear en las vidas de otros.