
La palabra de los protagonistas -apenas audibles por el murmullo del ambiente, dominado por el entusiasmo de los incondicionales de Castiella- resonó en el salón Facundo de Zuviría de la Ciudad Judicial de Salta, justo cuando el gobernador Sáenz estrechaba en un cariñoso «abrazo de cara» (o «calentón de orejas») al circunspecto abogado cerrillano, en presencia del Procurador General de la Provincia, quien se detuvo a observar un detalle de la vestimenta de Sáenz, que ya a estas alturas se puede caracterizar como un wardrobe malfunction.
En efecto, mientras Sáenz tomaba con sus dos manos (algo que no podrá hacer desde mañana, por aplicación de los rigurosos protocolos para frenar el coronavirus) el rostro aguileño de García Castiella, el procurador Cornejo, llevándose su mano a la barbilla, dudó en advertirle al primer mandatario del roto (o el descosido) que tenía debajo de la manga izquierda de su saco azul.
La situación se asemeja mucho a la que se produce cuando, por respeto institucional o por temor reverencial, una persona se inhibe de decirle a otra que tiene un trozo de espinaca verde estacionado entre los dientes y que cada vez que sonríe asoma una especie de florido jardín botánico.
Al final parece que Cornejo calló y no repitió -aunque se contuvo- la frase de su colega de ficción, el procurador de la genial película mexicana “La dictadura perfecta” que le dijo a un periodista contratado por el Gobernador del Estado: “corresponde que libere al detenido, salvo que usted me pida lo contrario”.