
Pero más allá de la cuestión normativa e institucional, estos cinco señores y dos señoras tan prolijamente vestidos y gesto de tan aparente prudencia, denuncian con su lenguaje corporal algunas falencias internas de su propio funcionamiento.
Lo primero que llama la atención en esta foto es que los tres jueces varones que están de frente a la cámara, están con la boca abierta; es decir, están hablando al mismo tiempo que sus colegas. Es el caso de los señores Catalano, Vittar y López Viñals, aunque este último, más que hablar de voz en cuello, parece estar susurrando.
Demás está decir que, en una mesa normal, las personas sentadas a ella no hablan todas al mismo tiempo. Si así lo hicieran, el entendimiento entre ellas sería imposible; aunque quizá esta pasión aparentemente incontenible por la «parla» explique buena parte de las aberraciones que ya estamos acostumbrados a ver y a leer.
Volviendo a la foto, se puede afirmar que Catalano y Vittar parecen dirigir su discurso a Posadas -un juez posturalmente impecable, como se puede ver en la fotografía- pero que, en cambio, López Viñals dirige su mirada en dirección a la señora Ovejero, que por lo menos en esta foto ha dado a todos y a todas una lección no escrita sobre el buen sentar.
A diferencia de su compañera de tribunal, la señora Bonari Valdés, Ovejero parece conocer la regla que manda a que los antebrazos no se apoyen en la mesa, a menos que en ella haya útiles para manipular (o cuando aún no se han servido los manjares). Si bien es esta una mesa de trabajo, la norma es la que observan aquí Ovejero y Posadas (este último, valido de los apoyabrazos de su asiento) y no Bonari, Catalano y Samsón. Quizá se pueda dispensar al presidente del tribunal, puesto que es el único de los siete que tiene papeles a su alcance.
Un párrafo aparte merece la disposición de las manos del señor López Viñals, pues con su gesto de cruzar las muñecas (típica indicación del «marche preso») está transmitiendo a la mesa una señal no demasiado positiva.
Es de agradecer que los miembros del tribunal se hayan fotografiado en una mesa prolijamente despojada de objetos, como teléfonos celulares, biromes, pocillos de café, post-its amarillos, platos con medialunas a medio morder o servilletas baratas de bar. Lo único que en cierto modo rompe la coherencia de la fotografía en este sentido, son las coquetas gafas de la señora Bonari, con cuyas patillas la única de los presentes vestida de color mostaza French’s furioso parece estar jugando, mientras mira al sobrio juez decano para admirar quizá su serena madurez.
A Bonari solo le faltó llevar en su vestimenta una leyenda sobre fondo rojo, como las classic yellow que dijera «since 1904».
Después de ver esta fotografía, solo cabe recomendar al servicio de cafetería del tercer piso de la Ciudad Judicial de Salta que prepare el café con un par de gotitas de una buena loción capilar revitalizante, pues casi la mitad de la alta judicatura salteña presenta un serio problema de calvicie. No estamos en épocas de zonda, de modo que no se puede decir, casi a mitad de diciembre, que el viento ha hecho que se vuelen algunas chapas en la zona de El Huaico. Más razonable es pensar que algunos, a lo largo de su vida profesional, han empleado tanto los recursos de su azotea, que han terminado pagando el esfuerzo con el despoblamiento de sus privilegiadas cabecitas.
Como se suele estampar al pie de ciertas comunicaciones oficiales, solo cabe cerrar esta breve e insustancial crónica de la superficialidad judicial con un «Dios guarde vuestra honorabilidad».