Salta tampoco necesita fiscales que ‘simpaticen’ con los asesinos sueltos de las turistas francesas

  • La pluma tóxica del Procurador General de la Provincia ha arremetido otra vez contra el juez jubilado Adolfo Antonio Figueroa, al que ha acusado de ‘haberse hecho hacer’ una entrevista en El Tribuno.
  • Una conciencia moral evaporada

Pero esta vez la embestida presenta un matiz algo diferente, pues en un atropellado escrito se ha extendido la sospecha de complicidad a todo el conjunto de la magistratura de Salta, al señalar directamente como cómplices de la supuesta maniobra delictiva de Figueroa a todos los jueces que recientemente han firmado un comunicado ‘llamando a la calma’ a unos y otros, en nombre del valor superior de la independencia judicial.


En un libelo que no pasará a la historia por sus altas luces precisamente, la pluma zumbona cuidadosamente enmascarada detrás de un pseudónimo defiende con vigor la convocatoria a concursos públicos para designar jueces permanentes en la Sala IV del Tribunal de Impugnación y «jubilar a los jubilados», con el argumento de que no es bueno que esos sillones judiciales -bastante apetecidos, por cierto- sean ocupados por «jubilados simpatizantes de los curas abusadores».

No es por defender a los curas, pero tanto ellos, como cualquier otro en su misma situación procesal, deben ser tratados -especialmente por los fiscales- como un presunto inocente, porque así lo manda nuestra Constitución y la práctica totalidad de instrumentos internacionales sobre Derechos Humanos que ha suscrito la Argentina. Pero, claro, quien no respeta la presunción de inocencia de un juez, ¿qué motivos tendría para respetar la de un cura?

La etiqueta de «simpatizante de los curas abusadores» es realmente muy grave, no solo porque roza el honor del señor Figueroa, del resto de los jubilados y de los jueces que han salido a apoyarlos, sino porque la justicia no es algo que se alcance en base a «simpatías».

Desde luego no es bueno que los jueces, a los que se supone imparciales y distantes de los intereses de parte (incluido el interés que representa el Ministerio Público Fical) simpaticen con los delincuentes. Pero de igual modo es malo que los jueces (o los fiscales) simpaticen con las víctimas, que les soben la espalda y que les prometan lo que no van a poder cumplir.

Lo que deben hacer unos y otros es respetar la ley, y a cara de perro, sin simpatías que valgan. Las víctimas y sus derechohabientes ocupan en este sentido el lugar prioritario que la ley dice que deben ocupar, no un lugar tallado a medida por un funcionario populista.

No en vano, la representación alegórica de la justicia lleva una venda en los ojos que representa la fe en que la justicia es o debería ser impuesta objetivamente, sin miedos, favoritismos ni simpatías, con independencia de la identidad, el dinero, el poder o la debilidad de aquellos que se sientan enfrente de ella.

Los que echan veneno contra los «jubilados simpatizantes de los curas abusadores», antes de poner en acción su lengua viperina, deberían echar una mirada introspectiva y consultar con sus conciencias si es legítimo señalar a determinados jueces (independientemente de su estatus laboral) como «cómplices de los curas abusadores», cuando uno mismo, por interés, por comodidad o por «simpatía» se sienta de brazos cruzados en su oficina viendo cómo retozan por las praderas con entera libertad los que en julio de 2011 torturaron, violaron y asesinaron a sangre fría a Cassandre Bouvier y Houria Moumni.

Estaría muy bien que los que dicen estar poniendo tanto empeño jurídico en encarcelar a los curas pedófilos sientan arder dentro suyo la misma flama justiciera y decidan en consecuencia que los torturadores, asesinos y violadores de aquellas dos infortunadas jóvenes extranjeras dejen de mezclarse en la calle con los demás ciudadanos que no han cometido delitos horrendos, que dejen de cruzarse en el centro con nuestras esposas, esposos o hijos, y que paguen de una vez lo que han hecho.

No se puede ser justiciero para unas cosas y para otras no serlo. La justicia o, mejor dicho, el impulso humano por la justicia no admite dobleces morales ni criterios selectivos en función de simpatías o de antipatías. La justicia es ciega y todos debiéramos preocuparnos porque lo siga siendo. Quienes persiguen a unos y dejan impunes a otros que han cometido delitos muchos más graves merecen exactamente el mismo reproche que los autores de los crímenes, aunque sin llegar al extremo, realmente calumnioso, de colgarles la etiqueta de cómplices o de protectores.

El que cuida las palabras no solo administra mejor la justicia sino que cuida mejor de su alma.