
El comienzo del juicio oral y público contra el acusado Franco Gaspar Cinco ha permitido ver una imagen más humana y menos diabólica del hombre que, según el fiscal de la causa, envenenó con cianuro a su antigua novia y al pequeño hijo de esta.
Hasta ahora, los medios de comunicación y sus expertos buceadores en redes sociales mal protegidas venían publicando unos selfies del acusado en los que se lo veía con una sonrisa tan artera que hubiera hecho temblar de espanto a los Medici, a los Borgia, a los Sforza y a una buena cantidad de familias envenenadoras del Renacimiento.
A Gaspar Cinco (o Casper Five, según la jerga carcelera) se le acusa de haber proporcionado a su pareja y a su hijo un potente veneno con la excusa de que se trataba de «agua bendita». Algunos dicen que el santo líquido era una especie de limonada de cianuro, pero otros dudan de la versión oficial y dicen que Casper habría obtenido la dosis ideal de Cantarella, también conocida como Acquetta di Perugia, que es un líquido inodoro, incoloro e insípido que se obtiene mezclando arsénico con vísceras de cerdo secas.
Salvo por lo de las vísceras secas, el agua que circula por las cañerías de algunas ciudades como Rosario de la Frontera, con la aparente complacencia del entusiasta Pino Paz Posse, no tiene nada que envidiar al arma básica utilizada por los Borgia entre los siglos XV y XVI, según la leyenda negra creada por sus enemigos en torno a la vida de esta familia.
Sea arsénico o sea cianuro, lo cierto es que la sonrisa satánica del acusado se ha borrado, al vérsele comparecer todo modosito ante el tribunal que lo juzga por un doble homicidio con motivaciones de género. Los policías que lo rodean no parecen tratar al acusado con la misma severidad que a su colega Chirete Herrera, pero mientras con este se sentarían a «tomar algo», ante la menor insinuación de Casper Five de hacer lo mismo, los canitas aseguran que prefieren en todo caso beber del bidón de Branco.
