La coherencia y la incoherencia políticas, según el ministro filósofo

La foto de José Antonio Vilariño y Sergio Leavy con el massista Gustavo Sáenz ha caído como una patada en el hígado en el bien iluminado estudio fotográfico del Ministro de Gobierno de Salta.

En efecto, el titular de esta cartera, señor Juan Pablo Rodríguez Messina, no ha podido ocultar su ira y ha estallado frente a lo que considera un agravio a la coherencia y al sentido común democrático.

Aunque algunos afirman que la reacción del ministro solo obedece a celos fotográficos (recuérdese que en su despacho tiene desplegados unos pesados telones impresos en donde se saca fotos con los llamados «intendeques») la verdad es muy distinta, pues el eventual apoyo de los principales dirigentes del Partido de la Victoria a Sáenz podría inclinar en favor del massismo la próxima elección en Salta y dejar al jefe Urtubey en una delicada situación.

Muy molesto, Rodríguez ha dicho “que un legislador y un Intendente de un partido que apoya a Daniel Scioli se saquen una foto con el candidato a vicepresidente de Sergio Massa llama la atención por la incoherencia política”.

Repasemos entonces, qué entiende el ministro filósofo por coherencia política.

En términos muy generales se puede decir que «coherencia» es convocar a los intendentes electos por otros partidos diferentes al del gobierno, sentarlos a una mesa, decirles que si no votan por el candidato oficialista el gobierno no les va a mandar dinero para pagar los sueldos y terminar haciéndose una foto junto a un cartel proselitista de Scioli instalado en una oficina pública.

La verdadera actitud lógica y consecuente con una posición anterior es las de los intendentes-panqueques (o intendeques), no la de Vilariño y Leavy, pues estos apoyan al candidato equivocado, mientras que los intendentes flipados han elegido el candidato correcto.

Hasta hace bien poco, el señor Gustavo Sáenz pertenecía al «partido correcto», aunque no disfrutara de los beneficios de la salvadora amistad del Gobernador de la Provincia.

La «coherencia» es, pues, una línea sinuosa de comportamiento que va tocando polos absolutamente opuestos como si nada, pero siempre a condición de que el «coherente» sea uno mismo. Cuando el «coherente» es el adversario, el enfoque cambia completamente. En tal caso hablaremos de traición, de felonía, de perjurio, de insidias y hasta -sorprendentemente- de «incoherencia».

Comprar a un Intendente Municipal electo, obligarlo a desconocer el mandato popular y humillarlo con una instantánea que deja en evidencia su propia debilidad (y a veces su deficiente vestimenta) es «coherencia». En cambio, fotografiarse con un señor que hasta ayer fue un punto del gobierno es «incoherencia».

«Coherencia», para el ministro filósofo es, por ejemplo, la del señor Javier David, que al ver cómo sus compañeros de promoción que habían dado el salto al urtubeysmo gozaban de mayor prosperidad material que él, decidió, como buen «coherente» que es, olvidar las viejas querellas que lo separaron del oficialismo durante ocho años y hacerse del partido del gobierno. El cálculo fue muy sencillo: cuatro años más en la oposición podrían agrandar aún más la brecha de bienestar con sus antiguos compañeros de colegio.

El ministro Juan Pablo Rodríguez, a pesar de su obstinado pragmatismo, nos ha dejado una enseñanza filosófica: la coherencia consiste siempre, siempre en estar del lado del que controla la caja.

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