Elecciones en Salta: el entusiasmo malgastado

En Salta no se celebran elecciones auténticamente competitivas, entre partidos claramente diferenciados y con alternativas reales, desde hace por lo menos 42 años.

Quizá la última elección de estas características fue la que se celebró el 11 de marzo de 1973, después de casi siete años de ilegalización de la política a manos de la llamada Revolución Argentina.

Mientras en la mayoría de los países avanzados del mundo con democracias maduras la celebración periódica de elecciones ha contribuido a aplacar significativamente la euforia ciudadana y a propiciar, en consecuencia, un clima de tranquilidad general que permite a los electores tomar una decisión más reflexiva, en Salta ocurre todo lo contrario.

Nuestras elecciones (y esto es realmente extraño) despiertan cada vez un mayor entusiasmo popular; desatan la euforia de las masas (que muchas veces se movilizan por el odio más que por deseos de auténtica participación democrática) y sumergen al ciudadano normal en una atmósfera de nervios y tensión que conduce a elecciones pasionales, irreflexivas y arrebatadas.

Es muy peligroso que los salteños experimenten «orgullo democrático» por unas elecciones en las que prácticamente no existe competencia y quienes se presentan como candidatos pertenecen todos a un mismo partido, a una misma parcialidad social.

Podrá haber euforia, entusiasmo y hasta un legítimo sentimiento de participación democrática, pero, en la práctica, unas elecciones con estas características constituyen un engaño mayúsculo, un fraude a la democracia.

Si a la falta de alternativas reales le sumamos las campañas maratonianas y asfixiantes, que han sido diseñadas al milímetro para movilizar los peores sentimientos de los ciudadanos electores, y añadimos que los mismos nombres, las mismas personas, saltan de un partido a otro, elección tras elección, haciendo imposible a los ciudadanos distinguir lo que realmente representan unos y otros, llegamos a la conclusión de que el entusiasmo popular que despiertan nuestras elecciones es un entusiasmo malgastado e inútil.

Podemos, claro está, continuar por este camino tan peligrosamente autocomplaciente y triunfalista. Pero para algunos ciudadanos -como el que suscribe- se hace un deber advertir que provocar una respuesta pasional a los síntomas en lugar de auspiciar una respuesta meditada a las causas supone un peligro enorme. Un peligro que no solamente amenaza los cimientos de nuestra precaria convivencia democrática sino también la vida, los derechos y el bienestar de las futuras generaciones de salteños.