
Hace poco más de un mes, cuando se celebraron en Salta las primeras elecciones mid-term del actual periodo de gobierno, don Gustavo Sáenz proclamó con júbilo contenido que nuestra Provincia podía decirle «con orgullo» al resto del país que aquí no había «grieta».
De golpe es como si se nos hubiera certificado que Salta, en lugar de aparecer pintada en los mapas electorales con los colores celeste o amarillo debía aparecer con un indefinido color naranja clarito.
Esta identidad electoral/ideológica «autopercibida» (por Sáenz) no es nada más ni nada menos que el equivalente político del llamado sexo no-binario: Los salteños no somos ni lo uno ni lo otro, ni todo lo contrario.
Si la noche electoral de agosto pasado permitió a Sáenz cantar victoria en los nidos en los que había puesto sus huevos, la de anoche fue una noche especial, puesto que el resultado ajustado entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio impidió a Sáenz toda celebración. La «grieta» partió a los salteños por la mitad y ello tuvo como consecuencia más directa y visible que su prematuro enterrador no pudo esta vez proclamar la «ambigüedad sexual» de los salteños.
Después de lo de anoche, todo indica que el próximo 14 de noviembre asistiremos a un pulso, más o menos directo, entre el exministro de Urtubey Emiliano Estrada y el romerista/olmedista Carlos Zapata, acompañados de sus respectivas consortes.
El ajustado resultado de hoy puede convertirse en una «victoria aplastante» de uno u otro, porque los salteños no somos muy de fiar en materia de comportamientos electorales.
Y si después de leer los resultados del resto del país y advertir que la «ola amarilla» viene remontando paralelos desde el sur del país, los salteños se ponen en onda con los porteños (a los que quieren desesperadamente parecerse), puede que en diciembre veamos a «retrato i sala» afinando sus bigotazos blancos antes de jurar su nuevo cargo de diputado nacional, o, mejor dicho, de «Defensor de Salta».