
Comenzaré hablando de la vergüenza ajena que me produjo el que en un canal de televisión argentino hicieran sonar, antes de dar paso a un periodista español, la Marcha Real cantada con la letra de José María Pemán, que fue escrita por el poeta gaditano en 1928 y que un poco más tarde fuera adoptada por la dictadura franquista. Lo vergonzoso no fue el error en sí mismo (que ya se cometió en algún que otro torneo de tenis) sino que la periodista argentina que estaba presentado a su colega hispano ni siquiera se tomó la molestia de pedirle disculpas, a pesar de que el invitado, con bastante cortesía, le hizo notar que esa versión del himno español era «predemocrática».
Pero más que esto, lo que me ha llamado la atención son los análisis, en su mayoría extraños y caprichosos, de supuestos expertos argentinos en elecciones.
Desde luego, hay muy buenos analistas y críticos en la Argentina, pero los que he tenido la ocasión de escuchar ayer no me lo parecieron. Quizá estas personas sepan mucho de las elecciones que se celebran en el Partido de la Matanza o en Neuquén, pero tengo que decir que en sus comentarios no he advertido ni una amplia cultura política ni una visible experiencia internacional.
Desde luego, no pretendo analizar aquí las elecciones de un modo diferente, porque al fin y al cabo cada quien es libre de interpretar los sucesos políticos como mejor le parezca. Pero también creo que hay algunas cosas que, desde el lugar en que me encuentro, no se pueden pasar por alto. Pienso que ignorar algunas cosas y distorsionar otras nos puede llevar a cometer errores, no solo en la percepción del mundo que nos rodea, sino también en la relación de la Argentina con España y con Europa.
En esta línea, pienso que lo más importante de todo lo que ha sucedido ayer es que desde octubre de 1982 no se producía en España, entre dos elecciones generales, un vuelco electoral tan sensible y decisivo. Si solo fuera por el resultado electoral, se podría decir tranquilamente esta mañana que España ha cambiado y que los cambios políticos aquí no suelen ser simplemente cosméticos.
Hay que recordar que los españoles votaron dos veces seguidas en muy poco tiempo (el 20 de diciembre de 2015 y el 26 de junio de 2016, para la XI y XII legislatura) y que la formación de gobierno tras la última votación solo fue posible gracias a que Pedro Sánchez -el candidato que ayer ganó y que hace tres años se negó a investir a Mariano Rajoy- fue desplazado de la dirección de su partido.
Pero el gobierno de Rajoy, sostenido entonces por una mayoría escasa de 137 diputados, terminó anticipadamente con el triunfo de la moción de censura promovida por el grupo parlamentario socialista. Entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 2018 se debatió en el Congreso aquella moción de censura, que terminó convirtiendo a Pedro Sánchez -que no era ni siquiera diputado- en el nuevo presidente del Gobierno.
Sánchez tampoco pudo agotar la XII legislatura. Con solo 85 diputados y graves problemas para conseguir que su proyecto de presupuestos generales del Estado fuese secundado por otros partidos, el PSOE se vio obligado a convocar las elecciones de ayer.
La jugada no podría haberle salido mejor, pues a menos de un año de la moción de censura, y después de unos meses de gobierno realmente complicados y en cierto modo contradictorios, el PSOE tiene ahora 123 diputados y puede llegar a formar gobierno con el apoyo de Unidas Podemos y algunos partidos nacionalistas; es decir, prescindiendo del apoyo de los independentistas catalanes, tan resistido por muchos votantes socialistas.
Hay que tener presente que, como ningún partido ha obtenido la mayoría absoluta, para que un candidato propuesto sea investido presidente, tiene que reunir 176 votos a favor en la primera votación en el Congreso de los Diputados. Si, como está previsto, el candidato no los obtiene, será suficiente para ser investido en la segunda votación que su candidatura esté respaldada simplemente por más votos positivos que negativos, con lo cual las abstenciones pueden cambiar el panorama.
El mapa político de España ha cambiado bruscamente de color. El PSOE ha ganado las elecciones en casi todas las provincias (que son 50), a excepción de Ávila, Salamanca, Lugo y Orense (ganadas por el Partido Popular), Álava, Vizcaya y Guipúzcoa (en donde ganó el PNV) y Lleida, Tarragona y Girona (ganadas por Esquerra Republicana de Catalunya). En todas las demás, incluida Barcelona, se han impuesto los socialistas. No se debe olvidar que dentro de un mes los españoles deberán volver a votar en elecciones autonómicas y municipales, y aunque generalmente los resultados de las generales no son fácilmente extrapolables a otras elecciones, es muy posible que comunidades y ayuntamientos cambien de manos.
Pero hay tres datos igualmente importantes que no me gustaría dejar de comentar.
Uno es el brutal retroceso del PP, que en solo tres años ha pasado de 137 a 66 diputados; es decir, menos de la mitad. Es el peor resultado de la historia de este partido, fundado en 1989 como sucesor de la conservadora Alianza Popular. El de su líder, Pablo Casado es el peor estreno de todos los conocidos hasta el momento, teniendo en cuenta incluso que sus antecesores José María Aznar y Mariano Rajoy fueron batidos dos veces por sus contrincantes socialistas antes de ganar sus primeras elecciones en 1996 y 2011, respectivamente.
El PP prácticamente ha empatado en votos con Ciudadanos. Entre los dos partidos ha habido solo 200.000 votos de diferencia (menos de un punto porcentual). Y Vox, el partido de la ultra derecha centralista y antifeminista española que se estrenaba a nivel nacional en estas elecciones, le ha quitado al PP más de dos millones y medio de votos y 24 escaños en el Congreso.
Pero al retroceso de la derecha española se lo debe conectar con un movimiento de escala continental, iniciado tímidamente en los países escandinavos y continuado en Portugal, de renacimiento de la socialdemocracia.
El triunfo de Pedro Sánchez se inscribe en esta línea de recuperación de las izquierdas europeas, a las que se daba ya por extinguidas (como en el caso del Parti Socialiste en Francia, el PASOK en Grecia, o el Partito Democratico en Italia) o muy debilitadas (como en el caso de los antaño poderosos partidos socialdemócratas de Holanda, Austria y Alemania).
El tercer dato que me parece importante destacar es el acierto de las encuestas preelectorales, y en particular el de la última microencuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas, un organismo autónomo que depende del gobierno y que está dirigido por el veterano politólogo socialista José Félix Tezanos.
Desde luego, no todo han sido aciertos. Es verdad que las encuestas pronosticaban que el PSOE sería la fuerza más votada, que el Partido Popular podía partirse por la mitad o que un partido nuevo de extrema derecha acabaría accediendo al Parlamento. Pero las mismas encuestas han minimizado la audiencia electoral de Ciudadanos, han dado casi por desaparecida -equivocadamente- a Junts per Catalunya, han magnificado la representación de Vox, que al final obtuvo mucho menos escaños de los previstos por los encuestadores, y se han equivocado también con Esquerra Republicana de Catalunya.
Quizá lo mejor en este punto es que los encuestadores, así como los gurúes y expertos en comunicación política no han tenido el protagonismo de otras elecciones y, desde luego, no han tenido, felizmente, la influencia tan visible que tienen en países como la Argentina y otros de su misma región. A ello se debe sumar el hecho de que las campañas en las redes sociales no han tenido en esta ocasión la intensidad de otras convocatorias. Probablemente hayan influido en ello las restricciones impuestas por Facebook a la propaganda electoral y a la difusión de enlaces de noticias, así como la decisión de Whatsapp de bloquear los canales de comunicación de algunas formaciones políticas.
Pero también ha habido sombras y carencias. La campaña electoral no ha sido especialmente brillante. Se ha echado en falta programas electorales serios y coherentes, así como capacidad técnica para explicarlos. Ninguno de los líderes de los principales partidos parecen especialmente dotados para ello, y se ha notado mucho en los dos debates televisados. Por otro lado, se han producido incidentes con candidatos de derechas en algunas localidades de Catalunya y el País Vasco, y, en algunos lugares, agresiones a candidatas mujeres. Aun así, la campaña ha transcurrido en un clima de normalidad democrática y la jornada de votación se ha desarrollado sin sobresaltos.
Aun cuando la participación ha aumentado casi 10 puntos en relación con las últimas elecciones, los españoles han votado con tranquilidad, sin esperas agobiantes, en un clima general distendido, sin la presencia intimidante de agentes armados en los lugares de votación, con un sistema simple de papel, sobre y urnas transparentes, aceptado y comprendido por todos. El escrutinio de los votos ha sido rapidísimo. A las diez de la noche, solo dos horas después del cierre de los colegios electorales, ya se habían contado más del 70 por cien de los votos, sin escándalos y sin alardes.
Quizá esta mañana en España importen poco estos detalles, pero si recordamos lo que suele pasar en las jornadas de votación de la Argentina comprenderemos rápidamente que todavía faltan muchas cosas para que la democracia electoral alcance en nuestro país los niveles de los países democráticamente más avanzados.