
Por esta razón es que resulta incomprensible la actitud de algunos dirigentes políticos que, en momentos en que arrecian las críticas al voto electrónico, salen ahora a defenderlo como si en ello les fuera la vida.
A decir verdad, Urtubey y los máximos entusiastas de esta sospechosa herramienta se han quedado sin argumentos frente a las incontestables evidencias de debilidad; pero más que nada se han quedado sin fuerza política para defender las bondades de un experimento sobre cuyas sombras la sociedad ha hecho un prolijo ejercicio de análisis crítico y dejado a sus pocos e inconsistentes defensores en un rincón en donde habita la sospecha.
Quienes como el intendente Gustavo Sáenz defienden la vigencia extendida del voto electrónico en Salta han echado mano de dos argumentos que me gustaría comentar brevemente aquí: el primero, que volver al voto de papel supone una modificación unilateral e inconsentida de las «reglas del juego»; el segundo, de que la herramienta del voto electrónico ha sido promocionada «personalmente» por Urtubey y que por ello el Gobernador no debería dar marcha atrás con su implantación, ya que su propósito es llevar el mismo sistema a todo el país.
Para empezar, el regreso al voto de papel tradicional no supone la ruptura de ningún consenso, puesto que no hubo consenso en la introducción forzada del voto electrónico en Salta. En todo caso, se trata del regreso a un consenso anterior, que era duradero y fundamentalmente amplio.
Pero lo que más irrita de esta defensa es el hecho de que cuando en 2013 Urtubey, por las suyas y sin que nadie se lo pidiera, decidió cambiar efectivamente las reglas del juego e introducir el voto electrónico sin tener en cuenta nada más que su opinión, nadie se sintió agraviado ni levantó la voz para quejarse. Desde luego, no lo hizo Sáenz. Entonces, ¿por qué ahora son importantes las «reglas del juego», cuando antes no lo fueron?
Es difícil saber qué ventajas podría reportarle a Sáenz el uso del voto electrónico en las próximas elecciones. Me refiero, cuál sería su handicap si la elección se llevara a efecto con voto de papel. Un demócrata que bien se precie debería estar preparado y dispuesto en todo momento para ganar unas elecciones, aunque se vote con garbanzos.
¿En qué cambiaría su campaña o sus políticas (de ser electo) si se votara con máquinas y no con papeletas impresas de antemano? Nadie lo sabe, por lo cual es fácil trasladar las sospechas que genera el voto electrónico hacia los líderes que -después de haberlo criticado- abogan por su continuidad.
El segundo argumento es peor que el primero, porque viene a decir que es verdad que el voto electrónico salteño está indisolublemente unido a la figura política de Urtubey y que quien defiende al uno defiende al otro. El Gobernador de Salta, que hasta aquí había venido negando (con bastante esfuerzo) las acusaciones que lo señalan como «gerente de marketing» de la empresa que suministra las máquinas y escribe el código oculto del programa que ejecutan, se encuentra una mañana con que Sáenz confirma lo que todo el mundo temía: que el voto electrónico más que una herramienta neutral es el capricho infantil de un dirigente, comprometido hasta el tuétano con el negocio subyacente.
Si Sáenz o cualquiera quiere defender el voto electrónico, por supuesto que está en su derecho de hacerlo. Lo que no se puede hacer es utilizar argumentos tan pedestres, que se vuelven inmediatamente en contra de quien los esgrime.
Hay que comprender que el voto electrónico no representa las reglas del juego sino una visible anomalía de estas y que algún cambio habría si del voto con máquinas se pasa a un sistema de voto mental aún no experimentado. Pero que no hay un cambio en las reglas de la democracia si con la anulación del voto electrónico lo que se está haciendo, simplemente, es volver a los equilibrios que fueron alterados sorpresivamente con anterioridad, y sobre cuya alteración nadie en su momento alzó la voz para advertir a sus conciudadanos que se estaban cambiando las reglas sin su participación ni su consentimiento.