
Mientras tres cuartas partes de los ciudadanos exigen transparencia al proceso electoral (seguramente porque la ha perdido), una parte muy minúscula, pero no desdeñable, de la ciudadanía exige elecciones más tranquilas: campañas más cortas, menos agresivas, más baratas y sin tanto barullo.
En el sosiego se esconde, quizá, el secreto de la transparencia que anhela la mayoría.
Lo que no contribuye en nada a este objetivo son las amenazas que lanza la autoridad a los presidentes de mesa (pagarán con la cárcel si no cumplen con un deber que les cae del cielo y frente al que no pueden siquiera oponer la objeción de conciencia), a los partidos políticos, a los electores, a los organizadores de espectáculos y a los vendedores de bebidas.
Pocos se explican los motivos reales por los que un país que viene eligiendo (con ciertas intermitencias) sus autoridades más importantes desde hace más de un siglo, necesita recordar, amenazas mediante, que durante las dos jornadas de reflexión no se puede realizar actividad proselitista alguna.
Todo el mundo a estas alturas debiera saber ya qué se puede y qué no se puede hacer durante una campaña electoral, los días de reflexión y el mismo día de la votación. Si los ciudadanos y los partidos no lo han comprendido todavía, después de 100 años, es que vivimos realmente en un país de salvajes que necesitan de la compulsión estatal para comportarse de un modo civilizado y democrático.
Nuestras «vedas electorales» son únicas en el mundo ya que son más asfixiantes y opresivas que las propias campañas. Solo en este país unas elecciones a las que se presume tramposas de antemano, provocan que la autoridad anime a los ciudadanos a denunciar, a denunciar y a denunciar.
Una horda de represores está acuartelada para evitar cualquier mínimo apartamiento de la normativa electoral en materia de distintivos, distancias de los escuelas, votos cantados y un sinnúmero de nimiedades. Pero la misma tropa está preparada para hacer la vista gorda frente a las operaciones fraudulentas más grandes y para indultar rápidamente a los políticos de las trampas y abusos que cometen.
Un país que pone más énfasis e interés en la veda que en la vida, es como un deporte en donde lo más importante no son los goles sino el control antidoping.