
Pero hoy no lo es por su deslumbrante capacidad goleadora ni por su exquisita técnica sino por su decisión de dejar plantado al F. C. Barcelona y anunciarle por correo que no quiere seguir jugando más para el club que lo acogió cuando solo era un niño de trece años con problemas de crecimiento.
La decisión de Messi comienza a escocer en el orgulloso mundillo futbolístico hispano (o hispano-catalán, si se prefiere). En el fondo, españoles y catalanes estuvieron convencidos siempre de que Messi «es suyo», a pesar de las inequívocas actitudes del pequeño delantero rosarino hacia su país natal -la Argentina- y hacia su seleccionado de fútbol, al que sigue aportando sin desmayos y en el que es el líder absoluto.
Aunque la situación no está del todo clara ahora mismo, lo que sí se puede afirmar con bastante certeza es que Lionel Messi no solo quiere abandonar el Barcelona sino también el fútbol español. Su decisión de marcharse comprende el deseo de poner tierra de por medio, y eso, aunque no se lo quiera creer, levanta ampollas en un país tan apasionadamente nacionalista como España (incluida la muy nacionalista Cataluña).
Este es el motivo, y no otro, por el cual la prensa que hasta ayer endiosaba a Messi hoy le acusa de «falta de grandeza» al haber utilizado para romper su relación con el Barça un instrumento (el burofax) que utiliza el 99 por cien de las personas civilizadas en este país para intentar poner en orden sus derechos. ¿Qué esperaban? ¿Que Messi se arrodillara frente al imponente Barça como si hubiera trabajado todo este tiempo de jardinero? ¿O que fuera como un perrito con el rabo entre las piernas a suplicar que lo dejen marchar?
Quienes critican su «falta de grandeza» no solo hacen alusión a su pequeñez física cuando llegó al club sino también al hecho de que Messi «le debe su vida», su subsistencia y su dimensión de jugador de talla mundial, al Barça y a España.
Así sucede aquí con cualquier persona que viene de otro país. Casi todo el mundo recuerda al finado Jesús Gil y Gil hablando de haberle curado el hambre al brasileño Donato, unas de las figuras colchoneras de los años noventa del siglo pasado.
Nadie descuella ni sobresale en España si España no lo permite. Es el país el que construye el ídolo y no al revés. Hoy, frente a la que está cayendo sobre Messi, me viene a la memoria la queja del extraordinario jugador camerunés Samuel Eto’o, sistemáticamente ninguneado y humillado en Francia, país en el que nunca jugó y en el que se ganó el rechazo popular precisamente por no haber jugado allí.
Me viene a la memoria también la turbulenta salida del Real Madrid y de España del mismísimo Cristiano Ronaldo, quien al día siguiente de fichar por la Juventus dejó de ser el jugador ultragaláctico que vestido de blanco ejercía de anticristo de Messi, para pasar a ser un jugador viejo, enemistado con el gol y amparado dificultosamente por una Juve enternecida por su condición de futbolista crepuscular.
A todos ellos la poderosa liga española les ha matado el hambre, según cierta prensa local. Deberían -según ellos- agradecerlo de rodilla y durante toda su vida.
Pero en el caso de Messi, cualquiera puede darse cuenta de que el delantero argentino le ha dado al Barcelona, a Cataluña y al fútbol español, muchísimo más de lo que él y su familia pudieron haber recibido en sueldos o en bienestar. Durante el «reinado» de Messi, el Barcelona ha experimentado un formidable crecimiento institucional. Así como el Barça ha crecido, también ha permitido que Messi rompa los moldes y se convierta en una institución tan poderosa como mismísimo Barcelona, club que ha ganado auténticas fortunas solo por tener a Messi en sus filas, sin contar con las conquistas deportivas que han sido abundantes y casi todas ellas debidas a la genial inspiración del futbolista rosarino.
Es verdad que el Barcelona es una institución antiquísima y que no ha sido Messi el que la ha puesto en el mapa del gran fútbol mundial. Pero es verdad también que, si no fuera por Messi, hoy el Barcelona sería una institución con bastante menos prestigio. Es posible que durante todos estos años el Barça haya venido retribuyendo la cooperación de Messi a su fulgurante gloria deportiva e institucional con un salario incluso más bajo que el que Messi siempre mereció.
Es verdad también que Messi lleva más de 16 años en la elite del fútbol mundial sin apenas merma de su rendimiento; es verdad que tiene 33 años y que sus ganas de jugar y su apetito por ganar ya no parecen ser los mismos que antes. Pero también es verdad que su estrella se está apagando con mucha más lentitud de la que preveían sus principales detractores. Esto es realmente lo que tiene nerviosos a los que hablan de que Messi fue un jugador sublime «pero un líder pésimo».
Líder, lo que se dice líder para cierta franja de la prensa deportiva española, era el vasco Andoni Goikoetxea, el hombre que lesionó gravemente a Diego Maradona el 24 de septiembre de 1983. Quizá porque Messi es dueño de una personalidad retraída y en cierto modo misteriosa, a aquellos a quienes les gustan los líderes verborrágicos, sobrados de carácter y capaces de solucionar el partido con una certera patada en los tobillos, les parece que Messi es un «mal líder». Ojalá hubiese miles como él, o como Roger Federer, que se mantiene en la elite de tenis mundial con casi cuarenta años.
Desertar del fútbol español se ha convertido, desde hace algunos años, en una operación riesgosa. No para los nacionales (que cada vez que salen de la Península van a comerse el mundo y a dar lecciones de habilidad deportiva) sino para los extranjeros. Pocos entienden aquí que alguien prefiera disputar la liga holandesa en vez de la española. El extranjero es mucho más traidor todavía cuando España le ha acogido desde pequeño y «le ha solucionado la vida», como a Messi, como a Eto’o, como a Donato, como a Cristiano Ronaldo, como a muchísimos otros que han venido a este país a enriquecer su fútbol y a ensanchar los horizontes de su cultura deportiva.
Hoy solo cabe sostener una idea y esa idea es que Messi se ha ganado con creces su libertad para decidir su futuro. Nadie tiene autoridad suficiente para recortarle las alas a quien le ha dado al fútbol de este país mucho más de lo que el país pudo darle a él o a su familia. Los que han puesto a Messi en la diana son los que piensan que el fútbol es un gran negocio y que los jugadores son simples piezas mecánicas de una maquinaria cuyo principal objetivo es producir dinero en cantidades siderales.
Haga lo que haga Messi con su futuro bien hecho estará. A los que hoy se consideran sus viudas o sus novias despechadas no les queda otro remedio que llorar y seguir llorando.