‘Grietismo’ a la boliviana

  • Se puede definir el ‘grietismo’ como una forma de entender las relaciones de los seres humanos con sus semejantes en la que predomina, como criterio de selección, la filiación política del prójimo.
  • Cuando la democracia numérica es insuficiente

De acuerdo con este principio, el ‘grietismo’ empuja a entablar relaciones amistosas con unos y a profesar el odio contra otros, sin términos medios.


No se debe confundir, por supuesto, con el ‘gretismo’, que identifica a los partidarios y seguidores de la joven sueca Greta Thunberg.

Se podría decir que el ‘grietismo’ irreductible ha nacido en la Argentina, de la mano de los Kirchner, que dividieron a la sociedad a su antojo y vieron en el enfrentamiento ideológico de unos contra otros una salida para gobernar lo que en otras circunstancias sería, quizá, ingobernable.

La grieta argentina, con sus picos de amor y de odio, se ha ido extendiendo como una mancha de aceite a otros países, e incluso ha llegado a alcanzar una dimensión continental, hasta el punto de que hoy se puede hablar de una «grieta latinoamericana» que separa y enfrenta a los partidarios de los languidecientes gobiernos de izquierda del continente de quienes se oponen a ellos, y, si acaso también, de quienes son abiertos partidarios de las derechas más reaccionarias. Esto lleva a hacer amalgamas absurdas entre supuestos progresistas y supuestos retrógrados, colocando de un lado a los Maduro, a los Ortega, a los Díaz Canel, a los Lula, a los Kirchner, a los Correa, a los López Obrador y a los Morales (como si estos tuviesen muchas cosas en común), y del otro a los Macri, a los Piñera, a los Bolsonaro, a los Moreno, a los Bukele, a los Duque y a los Vizcarra, como si todos ellos también fuesen hermanos de leche.

Esta aparente «solidaridad» ideológica internacional es bastante inexplicable en el caso de la Argentina, país en el que la misma franja kirchnerista que hoy lamenta la salida de Morales y la mala suerte de los «hermanos bolivianos» reclama cada tanto que los bolivianos emigrados que se apiñan en Buenos Aires (y que se parecen mucho a Evo Morales, según el presidente electo Fernández) «se vuelvan a su país», porque en la Argentina solo se dedican a cobrar subsidios y a utilizar los servicios de salud que deberían estar reservados para los argentinos.

Sin un contraste ideológico tan marcado, la «grieta» ha empezado a abrirse también en el corazón de los Estados Unidos de América, en donde los partidarios del presidente Donald Trump y sus opuestos parecen enzarzados en una batalla interminable sin diálogo ni acuerdo posible que pueda ponerle fin.

Pero donde la «grieta» ha alcanzado auténticos niveles de terror es en la vecina Bolivia, en donde el vapor de la olla a presión que durante casi una década y media caldeó el presidente Evo Morales ha hecho subir la pesa hasta unas alturas imposibles.

La grave situación política y social en Bolivia confirma que los gobiernos ‘grietistas’, del signo que sean, construyen inconscientemente una oposición fuerte y cohesionada, y son perfectamente capaces de partir al país por mitades, lo cual sin dudas complica la percepción internacional de los acontecimientos y obstruye las posibles soluciones, pues la democracia no tiene una respuesta razonable -que no sea la numérica, que en este caso es insuficiente- para países partidos exactamente por la mitad. El ejemplo más vivo de esta ineptitud es Cataluña.

La «grieta» en Bolivia no solo significa odio y desprecio por el adversario, sino que normalmente trae aparejada una decisión firme de proceder contra él por las vías de hecho. Mientras en otros países, como la Argentina, el odio -a veces muy refinado y otras veces muy burdo- se destila en las redes sociales, y muy de vez en cuando se producen escraches presenciales con consecuencias generalmente menos graves, en el país vecino no hay término medio y del sentimiento se pasa a la acción en muy pocos segundos.

Desactivar las grietas no es tarea fácil. Es como intentar recomponer una montaña después de que alguien la haya fracturado inyectándole agua a presión por dentro. Pero así como es difícil luchar contra el fracking y sus devastadores efectos, contra la «grieta» no cabe la contemplación ni la algarabía. Quienes blandiendo un estandarte contra sus conciudadanos y vecinos piensan que han satisfecho sus expectativas identitarias tienen que saber que la división por mitades acaba con los países al hacer desaparecer el consenso fundamental que hace que las partes diversas se mantengan unidas por encima de todo.

Es tarea de la política recuperar el consenso fundamental, para hacer posible la diversidad sin poner en entredicho las bases sobre las que se sustenta nuestra convivencia.

Es la convivencia la montaña rota que tenemos que parchar, y tenemos que hacerlo entre todos. No basta con que uno solo de los bandos se lo proponga.