Macron es verbo, no aumentativo

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Emmanuel Macron ha ganado anoche la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Sus detractores no han dejado pasar el tiempo y han salido a atacarle rápidamente. Dicen que Macron, en el discurso que pronunció anoche ante sus seguidores en el cuartel general de Porte de Versailles, habló como presidente de la República, cuando aún no se ha celebrado una elección clave. «Es una falta de respeto a los franceses», dijeron quienes también han criticado la fiesta que Macron y sus seguidores montaron, en un restaurante del XIV Arrondissement (La Rotonde, Métro Vavin), uno de los distritos parisinos en que el candidato obtuvo mejores resultados.

Quienes lo han criticado y seguramente seguirán haciéndolo en las dos próximas semanas por el hecho de «no tener experiencia política» son en realidad muy pocos. Y lo son porque Macron, a sus 39 años, no es un recién llegado como parecen dibujarlo algunas crónicas argentinas. A nadie que haya pasado por la École Nationale d'Administration y haya ocupado un ministerio tan importante como el de Economía se le puede considerar «un ovni» de la política.

Lo que es verdad es que, hasta ayer, Macron no había sido candidato en ningunas elecciones. Asunto menor, puesto que los franceses han demostrado con su voto de ayer que lo que quieren -al menos por ahora- es tener como presidente a un político sin tanta experiencia como la que en su día acreditaron Chirac, Sarkozy y Hollande. El pobre resultado obtenido ayer por François Fillon -que fue durante cuatro años Primer Ministro de Sarkozy- habla a las claras del desgaste de las grandes figuras públicas de la política francesa.

Algunos dicen que el triunfo de Macron se debe a una especie de «cruce de astros». Pero si miramos el asunto con un poco de seriedad, veremos que el candidato no ha tenido un camino fácil. Al contrario, ha debido enfrentarse a tremendos desafíos que ha sabido sortear con inteligencia, decisión y coraje. Sin ir más lejos, el cobarde asesinato a tiros en pleno Champs Elysées de un policía, ocurrido a dos días de la celebración de las elecciones. Muchos pensaron que este horrible hecho llevaría más agua para el molino de la señora Le Pen, pero afortunadamente no ha sucedido así.

Durante el último mes que precedió a las elecciones, Macron estuvo la mayor parte del tiempo por debajo de Le Pen en los sondeos, excepto en la última semana. Según la encuesta diaria de Ifop-Fiducial para Paris Match, CNews y Sud Radio, a partir del 14 de abril Le Pen se quedó estancada en los 22 puntos mientras que Macron pasó de los 22 puntos a los 24,5. El ataque al policía parece no haber influido en la intención de voto a favor de Le Pen. Los franceses comprendieron, pues, que quien mejor podría protegerlos de amenaza terrorista es Macron y no Madame Le Pen.

Macron tuvo que soportar también que se lo atacara por haber sido durante un tiempo un alto empleado de la banca Rothschild, por haber entrado y salido del servicio público, por haberse casado con una mujer bastante mayor que él, que fue su profesora en el secundario; por haber impulsado leyes reformistas durante su paso por el Ministerio de Economía, y por algunos hechos notoriamente falsos, como su noviazgo con Mathieu Gallet, presidente de Radio France.

Quizá lo que algunos llaman «cruce de astros» sean circunstancias no tan ajenas al control humano como los procesos penales abiertos contra François Fillon, por el trabajo parlamentario presuntamente ficticio de su esposa y dos de sus hijos, y contra Marine Le Pen, por la publicación en Internet de fotos de las ejecuciones del Daech y por el nombramiento de militantes del Frente Nacional a sueldo del Parlamento Europeo. Macron pudo beneficiarse de estas circunstancias, es cierto, pero él desde luego no las inventó, ni las explotó.

Al contrario, en su discurso de anoche se mostró conciliador y respetuoso con quienes fueron sus contrincantes. Los nombró a todos, uno por uno, excepto a Le Pen, con quien todavía tiene pendiente un «round» electoral, y agradeció a Benoît Hamon y a François Fillon el que hubieran anunciado que le votarán en la segunda vuelta. Un gesto que no tuvo, por ejemplo, el chavista Jean-Luc Mélenchon, cuyo programa en materia de política exterior y economía coincidía en un 75% con el programa de la ultraderecha francesa.

Hay algo seguramente en lo que Macron lo tiene fácil. No necesita tener el candidato una «idea de Francia», sencillamente porque Francia es una idea en sí misma. Le bastó a Macron con decir que su misión es la de liberar a Francia de sus ataduras y hacerla brillar nuevamente como la cuna de la libertad. Francia tiene un pasado y las cosas no son tan sencillas como en la Argentina en donde el que llega siempre tiene la tentación de refundar el país desde sus mismas raíces.

A diferencia de algunos dirigentes políticos argentinos (especialmente salteños) Macron dice cosas con sentido. No en vano, el aplicado alumno de la ENA y sagaz banquero fue también discípulo del filósofo Paul Ricoeur. Su apuesta mayor -si es que podemos identificar una- es Europa; no solo la permanencia de Francia en la Unión, sino el reforzamiento de su papel dentro del bloque continental. Este país, que ha vivido buena parte de los siglos XIX y XX en guerra con Alemania, contempla a la unión continental como un instrumento al servicio de la paz, la justicia, la libertad y la democracia. La primera comunidad europea (la del carbón y del acero) acaba de cumplir 66 años. Una gran mayoría de franceses solo ha vivido en una Francia europea y europeísta. Pero la memoria de la ocupación, la resistencia, la persecución racial y la pérdida de las libertades está aún viva y permite a los franceses, así como a muchos europeos, comparar entre los últimos 70 años y los 70 años anteriores.

En resumen, que Macron no es ni un ovni ni el producto del cruce de astros. Tampoco es -como dicen algunos- el hermano más grande de Macri, o un producto alcohólico del McDonald's. Es un progresista decidido que ha visto en la izquierda de su país una carga dogmática muy difícil de llevar (baste con repasar los discursos de Mélenchon, Hamon, Poutou y Arthaud), un pragmático que no es tan centrista como lo pintan y al que se le puede colgar la etiqueta de liberal solo porque vive en un país que cree y practica la libertad como quizá ninguno otro en el mundo.