El orgullo salteño, los hooligans y el Brexit

El triunfo del leave en el referéndum británico sobre la Unión Europea ha sido posible gracias a una gigantesca operación de manipulación de sentimientos de orgullo y superioridad nacionalista, muy parecida -por no decir idéntica- a la que hace menos de un mes atrás impulsó el gobierno de Salta para imponer por ley el feriado nacional por Güemes.

La aprobación de este feriado no habría sido posible si el lobby de patriotas salteños que bien conocemos no hubiese agitado viejos fantasmas como la perfidia del centralismo, la sesgada perversidad de la historia liberal o la presunta superioridad de los salteños sobre otros argentinos, por la excelsitud de su historia y, en algunos casos que no vale la pena mencionar, por las particularidades de su «raza».

El leave no hubiera ganado si no se hubiese chantajeado a los británicos con argumentos parecidos, que no buscaban sino sacar afuera algo que una mayoría de ciudadanos, a lo largo de las últimas décadas, ha sabido controlar bastante bien: el sentimiento de arrogancia.

El mapa de los resultados del referéndum muestra que el remain ha ganado con apreciables diferencias entre los jóvenes, las clases medias de las grandes urbes -como Londres-; entre la población con mayor nivel de educación; en territorios que mantienen disputas históricas con Inglaterra, como Escocia e Irlanda del Norte; en condados de gran influencia académica como Oxford y Cambridge, y en grandes ciudades como Liverpool, Brighton, Manchester, Leeds o Bristol.

Solo pensar que en Londres -la mayor urbe Europea y una de las principales ciudades del mundo- el remain ha obtenido más del 75% de los votos, hace pensar que el referéndum sobre el futuro de Europa ha sido decidido por quienes no lo tienen (los viejos), por los que no se preocupan por él (los menos educados) y por los que, sin entrar en ninguna de estas dos categorías, piensan que su futuro se encuentra amenazado por los inmigrantes (los xenófobos).

A estos factores hay que sumarle el voto castigo del norte de Inglaterra, que culpabiliza a Londres y al parlamento de Westminster de su histórico declive. Aquella parte del país, que fue la cuna de la Revolución Industrial, acentuó su decadencia con las reformas de Margaret Thatcher y jamás pudo recuperar su influencia sobre la economía nacional. En esta Inglaterra profunda perviven el pasado y la nostalgia por una era de esplendor largamente superada. Igual que en Salta, pero sin tribus gauchescas que lo pregonen a punta de lanza.

Si alguien todavía duda del cercano parentesco entre el leave y el orgullo salteño, debería saber que en Cornwall (donde se preparan unas empanadas igualitas a las salteñas) el triunfo de los antieuropeos fue de 56,5% sobre 43,5%. Al parecer, la grasa de las empanadas tiene un efecto similar sobre las neuronas en ambos hemisferios.

El resultado del referéndum ha hecho buenas también las palabras del futbolista Gareth Bale, quien pocos días antes de que la selección de Gales enfrentara a la Inglaterra en la Eurocopa, avanzó que los galeses tenían «más orgullo» que sus vecinos ingleses. No se equivocó: En Cardiff, capital del país de Gales, los «orgullosos» ganaron por 60% contra 40%. En Londres, al revés, fueron más numerosos los «menos orgullosos» que votaron un 75,3% por quedarse en la UE contra un 24,7% de «patriotas» del estilo de Bale.

Nadie sabe lo que va a pasar ahora. Son los británicos los primeros en lamentar lo que ha sucedido el jueves pasado. Son sinceros y no lo ocultan. El país se encuentra a la deriva y amenazado de un aislamiento internacional inédito, que contradice su propia historia. En cualquier caso, lo que sorprende al observador es la calma con que este pueblo afronta una de sus crisis más graves desde los bombardeos masivos de la Luftwaffe.

En Argentina algunos irresponsables han echado las campanas al vuelo, creyendo que la ruptura con el bloque continental desatascará el contencioso por las Islas Malvinas. Se equivocan en el cálculo, pero más todavía se equivocan en la oportunidad, porque los demócratas y los que creen en la vigencia de los derechos humanos, jamás pueden celebrar un triunfo que se basa en la superioridad presunta de un pueblo y en el desprecio o la desconfianza hacia sus semejantes de otra nacionalidad.

Es más; si mañana como consecuencia de este descalabro nacional, el Reino Unido decidiera devolvernos espontáneamente las Malvinas, lo que correspondería sería rechazar el gesto y pedirles que lo hagan cuando las emociones hayan vuelto a la normalidad. Lo contrario equivaldría a meterles un segundo gol con la mano.

No hay que olvidar que mientras una parte ínfima de ciudadanos británicos conoce la existencia de las Malvinas y de las disputas por su soberanía, una gran mayoría, en cambio, conoce a Diego Maradona.

La salida del Reino Unido de la Unión Europea obliga al orgullo británico a buscar refugio en sus viejas raíces imperiales, lo que lógicamente supondrá un refuerzo -y no una relajación- de los vínculos con las Islas Malvinas y sus habitantes. El Brexit es, pues, una mala noticia para los argentinos.

Por último, no hay que dejar de valorar que el terremoto financiero que se ha producido ayer, con una caída acusada de la libra esterlina y un descenso generalizado en las bolsas del continente europeo, han dejado a la Provincia de Salta sin posibilidad de obtener la financiación que buscaba en el Reino Unido a unas tasas convenientes. La culpa no es del Brexit, claro está, sino de los polvorientos emisarios que mandó el Gobernador de Salta a negociar los bonos, unos inexpertos e ingenuos funcionarios a los que la realidad, con dos quites de muleta, ha dejado con un palmo de narices.

Los que pensaban que iban a arreglar el resultado del referéndum a sus necesidades, apretando un botón, como lo hacen ellos en Salta, se desayunaron ayer con la amarga noticia de que la democracia es otra cosa, bastante más complicada de comprender y más aún de manipular.