
Desde entonces han transcurrido unos horrendos trescientos sesenta y cinco días en los que la pandemia, los contagios y las muertes, contribuyeron si acaso a galvanizar el pacto de silencio con el que buena parte de la sociedad salteña ha intentado y sigue intentando tapar, con calculada desmemoria, el recuerdo vergonzoso del asesinato -con tormentos y violación previas- de las jóvenes turistas francesas Cassandre Bouvier y Houria Moumni.
En los últimos diez años, esa parte de la sociedad salteña de la que hablo ha seguido irguiendo la barbilla en señal de orgullo, aferrándose a la figura de Güemes como a un clavo ardiendo (tal y como si ellos, y no los gauchos de hace docientos años, hubieran contribuido a afianzar la independencia del país), sin tener probablemente la más mínima conciencia de que el calvario de las dos jóvenes francesas, la penosa respuesta judicial y la cobarde frialdad de sus personajes más poderosos han convertido a Salta en una sociedad mucho más indecente de lo que ya era.
En Europa, entre tanto, los que conocen la triste historia del suceso -que son muchos- no alcanzan a explicarse el porqué de la quietud de una sociedad que piensa que la gloria es un elemento del patrimonio que se transmite entre generaciones, pero que en el fondo sabe que la gloria del pasado no le vale para otra cosa que para mirarse el ombligo.
En este viejo continente, pocos se explican que una sociedad que es capaz de mostrar su rostro más progresista con algunas reivindicaciones muy avanzadas, al mismo tiempo se empeñe en echar toneladas de tierra sobre el doble crimen, ya sea para proteger a sus autores o, quizá, para protegerse a sí misma de los fantasmas que la acechan.
A mitad de camino entre dos mundos (uno perezoso y el otro atento y despierto), la evocación distante del aire fino que se respira en invierno en esas montañas que los salteños llaman -con bastante impropiedad- «cerros», los cielos abiertos de azul profundo y puro que se iluminan de una forma mágica y resplandeciente con el engañoso sol tropical del solsticio de invierno, bajo cuyo dorado manto algunos solíamos deleitarnos comiendo mandarinas junto a una enredadera, las bruscas oscilaciones de temperatura, que nos regalan madrugadas de hielo y mediodías de fuego, predispone a volver a pensar en aquel suceso que nos avergüenza, que es un poco como pensar en nosotros mismos.
Es por esta razón que deseo reproducir aquí el artículo que escribí hace un año en Andalucía, en el que intento poner de manifiesto las aristas más notables de una maniobra judicial diseñada con tiralíneas y que en su momento fue orquestada para consumar una injusticia de efectos duraderos.
De nosotros -y nada más que de nosotros- depende que quienes tejieron pacientemente la manta de la impunidad y que nos escamotearon la verdad no se salgan con la suya.
Texto del artículo
La indiferencia de los salteños ha sido decisiva para que una conspiración criminal, que ha llegado incluso a corromper a las instituciones judiciales, haya convertido en culpable de un crimen horrendo a un humilde trabajador.Casi todo el mundo en Salta sabe que la violación y posterior asesinato de Cassandre Bouvier y Houria Moumni, suceso que está a punto de cumplir nueve vergonzosos años, no ha sido un asunto de gauchos, como nos quiere hacer creer un cierto sector de la judicatura salteña.
Nuestros gauchos podrán tener muchos defectos, pero en la tricentenaria historia de su conexión con esta tierra, jamás han demostrado que puedan ser capaces de actuar con la frialdad criminal que se requiere para violar, torturar y acabar matando de un tiro en la frente a dos mujeres extranjeras indefensas, antes de arrojar sus cuerpos al monte, cual si fuesen animales muertos.
Casi todo el mundo en Salta sabe también que hay doscientas o quinientas veces más probabilidades de que Bouvier y Moumni, mal aconsejadas, hayan estado en el momento equivocado y en el lugar equivocado, y que más que unos gauchos pasados de tetra-brik, sus ejecutores hayan sido personas de diferente extracción social y con influencias políticas, que obraron conscientes de lo que hacían o quizá lo hicieron cegados por el efecto estupefaciente de las drogas.
Gustavo Lasi, el gran incriminador
Aunque muchos lo imaginan y tejen fantasías de todos los colores al respecto, el rol de Gustavo Lasi en el crimen no está demasiado claro.Lasi aparece en los papeles no solo como el principal responsable de los hechos, sino también es el que canta el nombre de sus supuestos colaboradores. Pocas veces en la historia de la criminología moderna se ha visto que la identificación de terceros cooperantes en un hecho totalmente clandestino sea practicada por el principal perpetrador, sin que la autoridad -la Policía primero y después el juez de instrucción- se tome el trabajo de corroborar la versión del primer criminal detenido.
Es verdad que Lasi podría haber intentado arrastrar al infierno a más gente, pero prefirió centrar su ataque contra un hombre al que él aborrecía hasta los límites del odio. Ante el juez de instrucción primero y ante el tribunal juzgador después, Lasi dijo que Santos Clemente Vera, borracho, lo había obligado a violar a las turistas francesas a punta de fusil. La historia criminal conoce de pocos casos de violadores a ruego y sobrios como Gustavo Lasi.
El fabuloso relato criminal de Gustavo Lasi hizo posible que se pusiera en funcionamiento en Salta la gran maquinaria de la mentira y la ocultación. No sería, desde luego, la primera vez, pero no caben dudas de que los salteños se esmeraron esta vez en dar visos de credibilidad a una historia que fue escrita primero para proteger a unos pocos, pero que después sirvió para que casi todos se cobijaran bajo el paraguas de la mentira; de una mentira que llega a convencer, no tanto por su estructura o por su perfección, sino más bien por su increíble extensión.
Policías y jueces -cada cual con sus intenciones y con sus debilidades- hicieron su parte; unos, diseñando el escenario para que la obra del fantasioso dramaturgo Lasi y sus personajes se interpretara con fidelidad sobre las tablas, otros, creyendo a pie juntillas en la veracidad de aquel montaje, sin exigirse demasiado, ni a sí mismos ni a los demás. la verdad en Salta es una dama harapienta y de ella huyen casi todos, cual si fuera la mulánima.
La prueba pericial psiquiátrica
El gaucho Vera, además de criminal por su clase y su condición de gaucho matrero, necesitaba de algún otro ingrediente más para poder participar con éxito del casting de la obra La Gran Tapadera. Era necesario, por tanto, que alguien lo presentara ante los jueces, con trazos científicos, como un pervertido total, machista, misógino, patriarcal y violento.No tardó en aparecer un psiquiatra del Poder Judicial de Salta, desgraciadamente ya fallecido, que fue el encargado de terminar de darle forma al siniestro retrato de Vera. Es el mismo psiquiatra que cuando se vio frente a la necesidad de describir la personalidad de otro de los acusados -Daniel Vilte Laxi- solo pudo decir de él que era aficionado a un cuarteto de cumbias, como si un gusto de semejante naturaleza le asegurara a Vilte un lugar de honor en la galería de monstruos de Cesare Lombroso.
¿Por qué es importante este informe psiquiátrico? Básicamente porque sus conclusiones son las que permitieron a los esclarecidos jueces Luciano Martini Bonari y Rubén Eduardo Arias Nallar practicar una suerte de valoración integrativa de dos medios probatorios escasamente concluyentes (el informe pericial del doctor Corach, cuyo apellido casualmente rima con el del también doctor Krombach, y el informe pericial psiquiátrico). Declaraciones como la del patrón de Vera, un conociddo ingeniero residente en San Lorenzo que destacó la personalidad humilde, pacífica y trabajadora de su empleado, no fueron, por supuesto, tenidas en cuenta.
La duda
Como don Corach no supo decirle con absoluta certeza al Tribunal de Juicio si uno de los ADN encontrados en el cuerpo de las víctimas era o no de Vera, la vacilación del perito (que recibió las muestras cuando ya tenía sobre su mesa la hipótesis de culpabilidad elaborada previamente por el juez de instrucción) fue suficiente para generar la duda en dos de los tres jueces de aquel tribunal, al que el padre de unas de las fallecidas ya dijo que honrará «durante toda su vida».Pero la duda de aquellos jueces -excluido el doctor Pucheta, que no dudó ni por un instante que Vera no había participado en el hecho- se convirtió poco después en sorprendente certeza mediante una operación lógica que Martini y Arias Nallar llevaron a cabo con siniestra frialdad. Como si no hubiesen seres humanos -vivos y muertos- de por medio, los dos jueces del Tribunal de Impugnación dijeron que el microscopio tuerto del doctor Corach, en vez de determinar que Vera no participó, había determinado que sí lo hizo. Y así lo escribieron en una sentencia alambicada y barroca en la que ambos hicieron esfuerzos para dar a entender que estaban más convencidos de la culpabilidad de Vera más que el propio perito. ¡Insólito!
El camino hacia la certeza absoluta
¿De qué forma se pudo llegar a esta conclusión de culpabilidad? Pues de la forma que sintéticamente expondremos a continuación:El perito oficial reconoció en juicio que sus conclusiones respecto al hallazgo de la información genética de Santos Clemente Vera en las muestras analizadas provenían de lo que en la ciencia forense se llaman «datos potencialmente ambiguos».
Estos datos pueden propiciar múltiples y diversas conclusiones acerca de la autoría un crimen cualquiera, pero en el caso de las turistas francesas y a pesar de esta indefinición, el perito oficial se decantó por una de las interpretaciones posibles, sin aportar mayores precisiones acerca de las razones que lo llevaron a desechar las otras.
Así pues, el perito oficial planteó la participación de Clemente Vera en el hecho en claros términos de duda.
La duda, sin embargo, se convierte en certeza (y en certeza absoluta, para mayor gravedad) cuando Martini y Arias Nallar, urgidos por la necesidad de bloquear cualquier reanudación de la investigación, decidieron conferir carta de ciudadanía al prehistórico análisis del perito oficial mediante el empleo de lo que alguna vez llamamos silogismo diabólico. En la sentencia se puede leer una barbaridad como esta: Dialécticamente la no exclusión significa, por doble negación, “inclusión” y ello es, para todos, claro.
¿Para todos? Seguramente que no.
El teorema de la doble negación
La «clarísima» conclusión de Martini y Arias Nallar no sería, por ejemplo, tan clara para Alfred North Whitehead y Bertrand Russell. Cualquiera de estos filósofos no tardaría en calificar el silogismo judicial salteño como una inadmisible manipulación de su teorema de la doble negación y de todo el sistema de la lógica proposicional.El Tribunal de Impugnación de Salta solo podría haber echado mano del teorema de la doble negación si el perito oficial hubiese formulado un juicio similar a este: Es falso que Vera no hubiera cometido el crimen de las turistas francesas.
Un juicio de este calibre y de esta estructura proposicional solo podría haber sido elaborado por quien ha recibido un encargo cerrado con una proposición lógica anterior: Vera no ha cometido el crimen de las turistas francesas. Algo como esto pudo haber sucedido, toda vez que el perito oficial recibió las muestras genéticas de los acusados en piezas selladas nominativas (es decir, que llevaban los nombres de cada uno) cuando debió tratar a las pruebas como ciegas; es decir, como muestras anónimas.
La expresión es falso que Vera no hubiera cometido el crimen de las turistas francesas contiene efectivamente una doble negación. Si este hubiera sido el caso, cualquiera podría haber concluido que lo que el perito ha querido decir que es verdadero que Vera cometió el crimen de las turistas francesas.
Pero no ha ocurrido así.
Entre otras cosas porque en la prueba pericial genética, que normalmente se resuelve entre un 0 y un 99,99%, no es de las que se presten con mayor alegría al empleo de subterfugios dialécticos para hacer decir a alguien lo que no ha querido decir.
Cuando el perito no excluye, ni afirma ni niega. Simplemente no puede hacer ni lo uno ni lo otro. Por tanto, no exclusión no significa, como han dicho Martini y Arias Nallar, inclusión por doble negación. Ese juicio es tan falso como quienes lo han esgrimido.
El perito encargado de una prueba biológica de esta naturaleza y en un proceso judicial de estas características solo puede responder por sí o por no. La genética forense es lo que es por la altísima precisión de sus estudios, en los que prácticamente la duda no encuentra lugar.
El perito genetista debe cerrar cualquier vía interpretativa de su juicio técnico-científico, de modo tal que el juzgador (o cualquier otra persona) no se vea precisado a recurrir a silogismos para esclarecer, desentrañar o precisar su conclusión. Esto último convertiría al juez en un especie de perito de los peritos o en analista privilegiado de las proposiciones lingüísticas de los auxiliares el proceso, algo que las normas procesales que nos rigen intentan impedir a toda costa.
Del perito y de su actividad se esperaba, bien un asentimiento intelectual categórico de conformidad con la realidad, o bien una negación de idéntico énfasis, seguido de un compromiso social respecto a la veracidad del enunciado. El perito debe expresar su verdad con plena conciencia, cuando dicha manifestación se apoya en la evidencia y la certeza de un conocimiento, sin que exista la duda.
La sentencia que nos avergüenza como salteños
En la sentencia de Martini y de Arias Nallar se pueden leer párrafos que producen auténtico repelús, como los siguientes: «(...) si bien es cierto que la trasmisión en bloque del cromosoma Y impone afirmar que, científicamente, su presencia es indicativa de la participación en los hechos investigados de cualquier descendiente u ascendiente de un origen patriarcal común, no es menos cierto que es Santos Clemente –y no otro Vera- el sujeto que, además de pertenecer a esa estirpe, fue indicado como coautor de los aberrantes hechos que terminaron con la vida de Cassandre Bouvier y Houria Moumni».Es decir, nada nos indica con certeza de que fue Vera (este Vera y no otro) el que cometió el crimen, pero como Lasi ha repetido con insistencia más que sospechosa «¡fue él, fue él!», los jueces del Tribunal de Impugnación han dicho: «¡fue él!». La losa que aplasta a Vera no la coloca Corach, sino Lasi. Curiosa forma de resolver un asunto.
También se puede leer en la sentencia algo aterrador como esto: «Dicho de otro modo, los haplotipos de Santos Clemente Vera coinciden con la huella genética encontrada y, dentro del linaje correspondiente, es la persona individualizada como partícipe de los hechos investigados (art. 189, inc. 3º del C.P.P.); ergo, la prueba de ADN lo incrimina directamente, amén que tal conclusión –como más adelante se constatará encuentra correlato en todo el plexo probatorio».
Por plexo probatorio se entiende el tercermundista retrato psiquiátrico al que hemos hecho referencia antes y, lógicamente, la interesada incriminación efectuada por Lasi.
En otra parte de la sentencia, Martini y Arias Nallar escriben lo siguiente: “Así como en el caso de hallarse un cromosoma autosómico la sana crítica racional permite descartar generalmente al factor fortuito, de similar manera, en virtud de la escasa probabilidad que el cromosoma ‘Y’ hallado se repita en otros componentes de la población, y siendo éste un aspecto comprobado, en autos no puede asignarse efectos preponderantes al azar y, por los demás elementos colectados, es dable afirmar con alto valor probatorio que dicha huella genética corresponde a la patrilínea de Vera”.
Pero habiendo prueba pericial genética, es casi superfluo hablar de demás elementos colectados y temerario conferir a la duda genética un alto valor probatorio a partir de un estudio que, por definición, es incapaz de identificar a un individuo con una precisión que excluya absolutamente a todos los demás.
Por no haber, no hay siquiera certeza absoluta que el rastro genético hallado corresponda a toda la patrilínea de Vera, pues cuando no se alcanzan los porcentajes de fiabilidad superiores al 85%, la prueba debe ser desechada. Así, el alto valor probatorio del que hablan los jueces no es otra cosa que el convencimiento de que Vera -según el perito psiquiatra- es un gaucho machista y degenerado, que no puede controlar sus impulsos sexuales. Donde la sentencia dice alto valor probatorio hay que leer es lo que nos han dicho que pongamos.
Dicen también Martini y Arias Nallar que los “haplotipos de Santos Clemente Vera coinciden con la huella genética encontrada y, dentro del linaje correspondiente, es la persona individualizada como partícipe de los hechos investigados (artículo 189, inciso 3 del Código Procesal Penal); ergo, la prueba de ADN lo incrimina directamente”.
Pero se equivocan, pues quien lo incrimina directamente es Lasi. No lo hacen ni el ADN (no concluyente) ni el psiquiatra, que por mucha imaginación que le haya puesto, no vio a Vera en el lugar de los hechos o en compañía de las víctimas. El ADN, basado en el hallazgo del cromosoma 'Y' no puede incriminar directamente a nadie. Eso lo sabe cualquiera que se dedique a la genealogía, aunque sea como aficionado.
La Corte Suprema de Justicia
Contrariamente a lo que afirman algunos, en este asunto no está en juego el prestigio de las instituciones judiciales de Salta. Si utilizamos aquí el juego dialéctico de la doble negación, se podría decir que «es falso que el Poder Judicial de Salta no carezca de prestigio». Aunque en realidad es más sencillo decir «no se puede poner en entredicho algo que no se posee».Lo que está en juego es la decencia de nuestra sociedad (una sociedad que medianamente lo sea es capaz de dar respuestas oportunas a las demandas de justicia que le son dirigidas) y la regularidad del funcionamiento de nuestras instituciones (porque, aun siendo malas, tienen que servir para lo que la Constitución dice que tienen que servir).
En este contexto tan particular, la Corte Suprema de Justicia de la Nación se enfrenta a un desafío único e irrepetible. O convalida la arbitrariedad y la ineficiencia de las autoridades provinciales, o salva a los salteños de una condena mundial por su capacidad de maquillar el salvajismo criminal mediante manipulaciones lógicas que provocan vergüenza ajena.
En el medio, la figura de Santos Clemente Vera, un hombre al que han querido convertir en un monstruo de diseño, en un avatar de videojuego sangriento, pero que viene insistiendo en su inocencia, resistiendo presiones, tentaciones y torturas. Un hombre que, a pesar de todo y contra casi todos, sigue defendiendo lo que cualquier hombre normal, acusado falsamente de un delito grave, haría: su honra personal.
Los jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación tienen todo de cara para meterle mano a la arbitraria sentencia de la Sala III del Tribunal de Impugnación de Salta, pero deben saber que pronunciarse en un sentido o en otro tiene algo más que consecuencias procesales: Está de por medio el compromiso de las instituciones judiciales con la verdad; es decir, con un valor superior de nuestra convivencia que en Salta ha sido desconocido y degradado hasta el penoso extremo de hacer converger la verdad con la mentira y fundirlas en una misma y confusa realidad.
Destruir aquella sentencia y sus temerarios razonamientos es una forma de hacer justicia con un hombre sencillo y tranquilo como Clemente Vera, sin dudas; pero también es el camino para devolver a millones de argentinos la esperanza en sus instituciones y la ilusión de que la justicia es capaz de hacer resplandecer la verdad e imponer el cumplimiento de la ley cualesquiera sean las circunstancias personales, sociales o políticas de quienes la han transgredido.