Europa, otra vez primero

  • La historia de la primera pandemia del siglo XXI se escribirá desde el lejano Oriente a Occidente, en un viaje en sentido contrario al de la rotación de la Tierra.
  • El ritmo y el sentido de la civilización

Cuenta la leyenda que durante los años 60, los aficionados franceses al ciclismo se dividían entre los poulidoristas (seguidores de Raymond Poulidor) y anquetilistas (simpatizantes de Jacques Anquetil).


Sin embargo, sobre el asfalto solo podía haber un triunfador, y este fue, casi siempre, Anquetil, cinco veces ganador del Tour de Francia (1957, 1961, 1962, 1963 y 1964).

Pulidor, un ciclista extraordinario, era conocido por aquella época como «el eterno segundo». El enfrentamiento con su archirrival alcanzó la más alta cota de dramatismo en el Tour de 1964, con el mítico episodio de la ascensión al puy de Dôme.

La rivalidad entre los dos no impidió que entre ambos se desarrollase una amistad improbable. La hija pequeña de Anquetil era admiradora de Poulidor, y ambas estrellas del ciclismo se acercaron, en las buenas pero también en las malas.

En noviembre de 1987, cuando Anquetil agonizaba en una cama de hospital a causa de un cáncer de estómago, recibió la visita de su amigo y rival. La visita pasó a la historia porque el enfermo, en un alarde de humor y de fina ironía, le dijo a su visitante: «Mi querido Raymond, otra vez vas a llegar segundo».

En efecto, Poulidor llegaría a la meta 32 años después: el 13 de noviembre de 2019.

Europa

Esta anécdota deportiva viene a cuento por el hecho de que, enfrentada al acontecimiento histórico más significativo de lo que llevamos de siglo, la humanidad ha vuelto a repetir el mismo patrón de sucesión de acontecimientos y de transmisión de saberes y cultura que hemos conocido en los últimos dos milenios.

Un virus, hasta ahora desconocido y de efectos potencialmente letales, ha dado el salto desde la lejana China a Persia; de allí a Europa y de Europa al continente americano. La Ruta de la Seda, más Colón, Magallanes y Elcano.

Quizá la diferencia con otros acontecimientos históricos precedentes es que este virus -así como las reacciones defensivas ensayadas por los diferentes países, que son muy parecidas entre sí- solo han necesitado unas pocas semanas para propagarse por todo el globo.

Al día de hoy, los gobiernos de casi todos los países de América afectados por la pandemia -incluidos los de la Argentina y los más escépticos de Brasil, México o Estados Unidos- están adoptando medidas que son calcadas a las que se tomaron en su día en China y que rigen actualmente en países como España, Italia, Francia o el Reino Unido.

Otra vez, para bien o para mal, Europa precede a América. Otra vez, frente al peligro de colapso de nuestra civilización, los países de América -incluidos unos Estados Unidos a los que no gobierna Roosevelt precisamente- miran hacia Europa en busca de respuestas, de soluciones o, incluso, de errores que no desean imitar. Nuevamente, Anquetil llega antes que Poulidor.

Algunos lo han hecho más temprano, otros más tarde; pero uno a uno han ido comprendiendo -a fuerza de contar a sus muertos- que el confinamiento casi total de la población en sus hogares -que, para sorpresa de todo el mundo, decretaron en su día las provincias chinas de Wuhan y Hubei- es una poderosa arma para luchar contra la difusión de la enfermedad.

Así, son también idénticas otras medidas sanitarias como el uso de mascarillas (hasta hace poco las autoridades desalentaban su uso en Europa) o la construcción de nuevos hospitales a velocidades de vértigo, para no mencionar la siniestra especulación global que hoy domina el mercado de los respiradores y de otros materiales sanitarios imprescindibles para luchar contra la enfermedad.

Las medidas económicas adoptadas por los gobiernos parecen haber allanado las diferencias entre neoclásicos y keynesianos. Hoy, hasta los gobiernos más restrictivos del mundo están intentando apuntalar las economías nacionales a fuerza de inyectar dinero en el circuito económico para evitar las quiebras generalizadas, el desempleo masivo, la paralización de las industrias y el colapso total del sistema. No en todos los lugares darán el mismo resultado, pero si comparamos las medidas, país por país, podremos comprobar que casi todas van en la misma línea.

Países débiles y dependientes

A los países más débiles, a los que han llegado un poco más tarde, a los que carecen de mayor margen de maniobra, no les queda otro remedio que copiar los aciertos y errores de los demás: de los que han reaccionado antes, de los que tienen más recursos para enfrentar la adversidad. Incluso hemos podido ver casos de copia inversa, puesto que la prohibición de los despidos (una medida varias veces decidida con anterioridad por los gobiernos argentinos) ha sido impuesta hace unos pocos días en España para sorpresa de muchos. Tal prohibición no regía en la Argentina, pero el solo hecho de conocer que el gobierno español la había adoptado, movió a las autoridades argentinas a hacer lo mismo.

Quizá si la pandemia hubiese emprendido la vuelta al mundo por el otro lado y llegado a América antes que a Europa, estaríamos hablando hoy en términos muy diferentes. Pero como hay ciertas cosas que ya no se pueden modificar, es necesario ser muy cuidadosos con lo que decimos o hacemos en relación con las noticias que nos llegan del viejo continente.

Por ejemplo, no se puede decir que «Europa lo ha hecho todo mal» o que de la experiencia europea con la enfermedad solo se desprenden «malos ejemplos», y acto seguido replicar todas y cada una de las medidas adoptadas por Europa, confiando en que en nuestros países darán resultado.

No se puede aprovechar una desgracia como lo es la enorme cantidad de muertos en Europa a causa del COVID-19 para ajustar cuentas ideológicas con el colonialismo o la conquista española. No se puede proclamar la mayor eficacia de un cerrojo sanitario que fue dispuesto cuando en el país solo se habían registrado seis muertos por la enfermedad. No se puede convertir al país, por ello, en una usina global de negacionismo y suspicacia. Convendría quizá acordarse que en la Guerra de las Malvinas fuimos derrotados de muy mala forma, después de que una falsa ola de euforia se levantara para decirnos que la íbamos ganando.

Durante años se nos ha intentado vender que Europa, América y Asia tienen una especificidad irreductible que nos conduce al «choque de civilizaciones» que teorizó Samuel P. HUNTINGTON. En un momento como el que la humanidad entera vive ahora mismo es necesario alejarse de las visiones apocalípticas y fundamentalistas. En la lucha global contra la pandemia no importa quién llega primero o segundo; no importa de dónde salen las mejores soluciones o a quién le dan mejores resultados. Todos somos seres humanos y allí donde haya un semejante enfermo, nuestro deber es asistirlo y curarlo, sin que importe el pasaporte que lleva.

En este momento más que en ningún otro debemos huir de la visión reductora de la vida de las culturas. A la pandemia hemos llegado -quizá felizmente- en el momento en que comenzábamos a comprender que las culturas se interpenetran constantemente y que no se pueden aislar como objetos colocándolas frente a frente. La dicotomía Europa-América, América-Europa no nos permite comprender, sino al contrario. La agitación de viejos fantasmas, la manipulación de la conciencias colectivas pueden desembocar directamente en el choque de las civilizaciones y la consecuente destrucción de un mundo que, hasta que estalló la pandemia, vivía su segunda belle époque y se insinuaba como más atractivo, más potente y más compenetrado que aquel que dejamos atrás en el siglo XX.