Salta necesita federalismo, pero más todavía necesita ‘federerismo’

  • Suiza es uno de los países más felices del mundo. Para quienes nos tomamos el trabajo de ver todos los días por la televisión el telediario de RTS de las 8.30 de la noche, la felicidad suiza no es ningún descubrimiento.
  • Pensando en la reforma constitucional

El canal francés TV5MONDE Europe, consagrado a la francofonía, emite el telediario suizo, presentado por Darius Rochebin, justo después del francés (presentado por Anne Sophie Lapix). El contraste es notable, pues mientras los suizos sacan pecho de sus trenes, de sus túneles, de sus valles encantados, de sus montañas nevadas, de sus quesos y de sus vacas, los franceses se lamentan de los chalecos amarillos, de los inmigrantes expulsados de La Chapelle, de la huelga en los transportes, de las medidas del gobierno de Macron y de los exabruptos de Le Pen. Puede que en el fondo los franceses sean también felices (a su modo), pero es que a los suizos se les nota bastante.


Hace cuatro años, la escritora y periodista Helen Russell, británica residente en Dinamarca, publicó un libro titulado The year of living Danishly: uncovering the secrets of the world's happiest country (El año en que vivimos como daneses: descubriendo los secretos del país más feliz del mundo).

En este libro, Russell estudia los hábitos de 30 países (entre los que no figura la Argentina, pero sí Brasil) y atribuye a cada uno de ellos una expresión breve con la que pretende resumir su idiosincrasia particular o sus motivos de alegría (Dolce far niente, para Italia; Tapeo y sobremesa, para España; Saudade, para Brasil; Fair Go, para Australia; Homeyness, para los Estados Unidos; o Jolly, para Inglaterra).

Curiosamente, para Suiza, Russell reserva el nombre de federerismo.

Pero ¿qué cosa exactamente es el federerismo y por qué los salteños lo necesitamos más que el federalismo?

Escribe Russell en un pasaje de su libro: «Como nación, los suizos se destacan por su preparación, su orden, su control, su consistencia y su capacidad de estar presentes y de cosechar los beneficios de su trabajo. Practican, como fanáticos de su estrella mundial del tenis, lo que llamamos federerismo».

Indiferente a los deportes, la autora sin embargo admite que apenas puede haber debate en torno a que Roger Federer es lo que en inglés se llama un «class act»; es decir, una persona que demuestra siempre una impresionante y estilizada excelencia.

Añade Russell: «él es sobrenaturalmente tranquilo en la cancha: no gruñe como los otros y es misericordiosamente inmune al pavoneo machista que consiente la mayoría. También es asombrosamente bien educado y, comentan quienes lo han tratado de cerca, que huele de maravillas. Todos los que se encuentran con Federer comentan positivamente sobre su comportamiento, su cortesía y su profesionalismo equitativo».

La autora traslada estas virtudes, humanas y deportivas, al carácter del suizo medio, del que dice «evita el drama en favor del decoro». Para Russell, los suizos son típicamente educados y discretos. Puede que afuera estén haciendo 17 grados bajo cero, pero un suizo dirá que «está un poco fresco» o no mencionará el tema en absoluto.

Federerismo significa control, y a los suizos les gusta estar al mando.

En lo que a nosotros importa, Suiza es la nación moderna que más se acerca a una democracia directa. En este país, los ciudadanos comunes pueden proponer cambios constitucionales e instar la celebración de referéndums a pedido, para sancionar cualquier nueva ley. El gobierno del país es una coalición permanente de cuatro partidos, ningún político puede realizar cambios sin un acuerdo público y los veintiséis cantones en que está dividida Suiza son relativamente autónomos.

La democracia directa es la base de la felicidad suiza y, por tanto, el componente central de lo que aquí llamamos federerismo. A los suizos no les molesta votar cada tres meses, sino todo lo contrario: su felicidad se afirma en el hecho de que todos están involucrados en el proceso político. «El énfasis en la elección es lo que parece mantener a los suizos unidos y felices», escribe Russell en su libro.

Sin referirse a Roger Federer, el economista suizo Bruno Frey ha estudiado el vínculo entre la democracia y la felicidad, y al hacerlo ha encontrado que aquellas personas que viven en regiones en donde se celebran más referenda son más felices y se sienten más «empoderadas».

Así pues, si estamos pensando que toda la solución para los graves problemas políticos y sociales que padecemos en Salta pasa por el meridiano del federalismo, sería bueno que tomásemos en cuenta también la existencia del federerismo, que no solo consiste en ser un caballero dentro y fuera de la cancha, oler bien y mirar a los ojos cuando se estrecha la mano de otra persona, sino que comprende también una vocación, discreta y moderada, por la democracia semidirecta, por la autonomía de los territorios, por los cambios constitucionales promovidos y controlados por los ciudadanos y por las formas efectivas de participación de todos y cada uno en el proceso político.

Quizá los salteños no lleguemos a ser nunca tan felices como los suizos, pero a muchos de nosotros nos encanta Roger Federer y tal vez nos ha llegado la hora de tomar buenos ejemplos si es que de verdad estamos decididos a ponerle fin a tantas décadas seguidas de malhumor y de desilusión.