Sobre el uso peyorativo de la palabra esquizofrenia

  • Cuando una persona ejerce una responsabilidad de poder se encuentra invariablemente sujeta a las críticas y al escrutinio público.
  • La discriminación imposible

Es el ejercicio del poder -más aún cuando es arbitrario- el que legitima el comportamiento crítico de los ciudadanos, que no tienen por qué renunciar a la acidez y al ingenio verbal, si con ellos se pretende llamar la atención sobre una conducta desviada o dañina de los sujetos que ejercen el poder. Lo realmente complicado y violatorio del derecho a la igualdad es intentar eludir estas críticas, alegando una posible discriminación, y colocando una mordaza a quienes las formulan.


A menudo, quienes ejercen el poder y se esmeran en acumularlo y en demostrar todos los días que ellos son más y mejores que sus semejantes, montan en cólera cuando alguien, simplemente con palabras, expresa su disconformidad con su forma de proceder. Si a nadie le gusta que se hable mal de ellos, a los poderosos con ataque de soberbia, les gusta muchísimo menos. Son los primeros en darse por ofendidos.

A diario comprobamos también que cuando nuestros políticos sacan sus pies del tiesto, cuando equivocan el diagnóstico o aplican mal los remedios, decimos que son miopes.

Cuando antes de desayunarse consultan con el espejo de Blancanieves, decimos que tienen un ego bulímico.

Cuando se muestran temerosos, recelosos y se sienten perseguidos, acostumbramos a hablar de la paranoia del poder.

Ni las personas con problemas de visión o con trastornos alimentarios, o las paranoicas, se han quejado nunca de estas comparaciones, que solo son ofensivas para ellos en la medida en que se los compara con unos políticos torpes y poco eficientes.

A algunos ofendidos no se les cae de la boca la palabra aberrante para calificar determinadas conductas. Sin embargo, las personas con síndrome de Down padecen una especie de aberración cromosómica. Igualmente se puede calificar de aberración a los hermanos siameses que comparten partes de un mismo cuerpo o a cualquier ser humano que presente una anomalía morfológica o fisiológica extremas. ¿También ellos deberían sentirse ofendidos por el uso de esta palabra?

Un sinnúmero de comportamientos del poder quedan retratados y calificados en palabras que usualmente designan alguna anormalidad. Considerar que estas palabras constituyen un insulto o un delito y no una crítica al ejercicio del poder es, en sí mismo un insulto, y es una de las peores formas posibles de discriminación, que tiene por cierto un nombre muy latino: el de censura.

Desde este punto de vista, la esquizofrenia es un trastorno que se caracteriza básicamente por dos cosas: 1) por conductas que resultan anómalas para la comunidad, y 2) por una percepción alterada de la realidad.

Decir que alguien, desde una posición de poder, ha adoptado decisiones esquizofrénicas, no supone decir que el sujeto activo padece esquizofrenia como enfermedad mental, ni mucho menos denostar a quienes realmente la padecen. Es esta una extrapolación inadmisible del uso de las palabras; una forma interesada de manipular y de victimizarse. Reaccionar por una calificación de esta naturaleza, sobre todo cuando se ejerce el poder, es tener la piel muy fina.

Mucho hay que andar para ver en un comentario semejante un insulto o una burla con tintes discriminatorios. Para empezar, porque la etiqueta no se dirige contra las personas que padecen esquizofrenia ni contra un colectivo oprimido o con serios problemas de desigualdad social, que son los que en verdad necesitan de una protección superior, sino contras las decisiones que adopta un individuo que acumula un poder enorme, y que, además, pretende que no tenga contradictores ni críticos de ninguna naturaleza. Lo que yo digo va a misa, y punto.

Es difícil, por no decir imposible, que una autoridad pueda inferir el uso peyorativo de una expresión de esta naturaleza, especialmente cuando no se califica a una persona sino a las contradicciones y conductas anómalas en las ella que incurre.

Pero mucho más difícil es que una autoridad que fue creada para defender a los más vulnerables de la sociedad empeñe sus recursos -incluidos los dialécticos y los jurídicos- para conceder amparo a alguien que con su poder hace lo que le da la gana. Si la autoridad que protege a los más desfavorecidos de la sociedad de los ataques discriminatorios se decide a tutelar al poder (es decir, a los más favorecidos, por definición), ella misma estará incurriendo en una discriminación insanable, y este es un escenario que pocos se arriesgarían a pisar.