Cuando la ideología era el límite de los partidos políticos

  • En Europa también existen 'espacios políticos'. La diferencia entre estos y sus homónimos de la Argentina, explicada en sus grandes líneas.
  • Renovación política
A diferencia de Europa, la evolución de los procesos de renovación política en la Argentina está caracterizada por el agrupamiento y reagrupamiento más o menos flexibles de los partidos políticos tradicionales, o de partes de ellos, en otras estructuras -llamadas aquí «espacios políticos»- que, en general, tienden a asumir la forma y los comportamientos de movimientos sociales más que de los partidos.

En Europa, si bien la expresión «espacio político» no es desconocida, la renovación política se manifiesta en la aparición de nuevos partidos que cuestionan, en general, la inflexibilidad programática de los partidos tradicionales y su tendencia a quedar pegados a las dimensiones dominantes del conflicto. En este contexto, los llamados «espacios políticos» son más bien aproximaciones circunstanciales entre partidos políticos, tradicionales o de nuevo cuño, que son capaces de mostrar, desde antes de su inmersión en los «espacios», unas mínimas coindicencias programáticas e ideológicas.

En la Argentina sucede más bien lo contrario. Los espacios pretenden ocupar el lugar de los partidos y las coincidencias entre ellos no son anteriores sino que surgen -al menos en teoría- después de que los líderes políticos o sociales decidan aliarse, más con la intención de conquistar el poder que de llevar adelante un programa común.

En este contexto particular las coincidencias ideológicas no son necesarias ni relevantes, de modo que los partidos o sus fracciones pueden integrarse en diferentes «espacios», cualquiera sea el socio, con tal de que se coincida con él en la necesidad de conquistar el poder o en la identificación de un enemigo común, por lo general transitorio. Estas estrategias se suelen enmascarar con palabras complicadas como «transversalismo» y «convergencia».

Por tanto, los «espacios» en la Argentina se abren y se cierran con una facilidad más bien asombrosa; y lo que es más llamativo aún: los líderes de estos espacios suelen atacar sin piedad a sus contrincantes, aun sabiendo que estos pueden ser sus aliados convergentes en las próximas semanas.

Otro detalle distintivo lo constituye el hecho de que en Europa los espacios políticos aspiran a convertirse en partidos estructurados. El mejor ejemplo de este fenómeno lo constituye el movimiento En Marche ! que llevó a Emmanuel Macron a la Presidencia de la República en Francia. Intercalado entre la derecha y la izquierda clásica, el movimiento de Macron logró un lugar importante en la política francesa y ahora busca consolidarlo a través de La Republique en Marche que busca erigirse en el pivote del apoyo parlamentario al nuevo presidente.

A los «espacios» argentinos no les interesa convertirse en partidos. Ni a los partidos les interesa tener líderes. Los líderes se alquilan y se ocupan; saltan de un espacio a otro sin apenas perder seguidores y sin traicionar ningún principio, toda vez que estos ya no poco o nada tienen que decir en el juego de la política. Una política cada vez más pragmática y orientada a la obtención de resultados en el muy corto plazo.

Si como resultado de la aplicación de este esquema los liderazgos son débiles y la personalidad de los líderes deja mucho que desear, no importa demasiado. La capacidad que se exige a un político hoy en día consiste en saber excitar de forma precisa y oportuna los peores sentimientos de los electores para que estos decidan a quien transferir el poder mediante el voto pasional en contra del enemigo. El voto racional a un programa no interesa desde que no moviliza sino a una parte muy minúscula del electorado.

Los «espacios» han llegado a la Argentina para quedarse, pues su desarrollo se ha mostrado asombrosamente compatible con el ascenso de los «líderes golondrina»; es decir, aquellos capaces de comportarse con una flexibilidad ideológica virtualmente absoluta, aquellos que han hecho del exhibicionismo su profesión y cuyo único enemigo es el ciudadano libre e informado que vota movido por la ilusión de un futuro de concordia.