
En las primarias porteñas la única incógnita de relevancia es la que atañe a la sucesión de Mauricio Macri: ¿será nena o será varón? Es decir: ¿triunfará Gabriela Michetti o el preferido de Macri, Horacio Rodríguez Larreta? La opinión pública independiente parece más inclinada por ella, pero la declinación a último momento de la postulación de Cristian Ritondo (hasta el jueves, el tercer candidato) probablemente beneficiará a Rodríguez Larreta.
Mauricio Macri, que conoce las encuestas que no se difunden en la prensa, quiere asegurarse de que su favorito triunfará y para ello decidió apostar fuerte: dejó de lado toda apariencia de neutralidad y explícito su apoyo a Rodríguez Larreta, su “confianza” en él. Escribió un elocuente mensaje en Facebook en el que expuso: “Lo conozco, conozco su templanza, conozco su capacidad de trabajar en equipo, conozco su idoneidad, su entrega, su integridad intachable muchos de los proyectos que transformaron la Ciudad surgieron del trabajo que hicimos juntos (…) cuando correspondió, él estuvo presente para superar los momentos difíciles”.
La tristeza de Gabriela y los riesgos de Mauricio
Gabriela Michetti se declaró “entristecida” por la ingratitud del jefe de gobierno porteño: “Todos hemos estado juntos, en equipo, haciéndole frente a cada decisión difícil, en los momentos que hubo crisis de gobierno”, se lamentó ante la prensa.“Gabriela triste y en campaña puede hacer mucho daño”, se inquietó un escudero de Macri. En lugar de estrecharse, la ventaja que lleva sobre Rodríguez Larreta podría ampliarse.
¿Cómo incidiría una victoria de la senadora sobre la campaña del Pro por la presidencia después de la jugada interna de Macri? ¿Podría debilitarse su candidatura, que hasta ahora viene creciendo alentadoramente?
En lo que hace a ese horizonte nacional, durante la semana se conocieron varios estudios demoscópicos, en lo que un analista definió como “guerra de encuestas”. Los trabajos más serios (aunque difieran sobre el nombre del que va primero) coinciden en algo: los tres candidatos que puntean están virtualmente empatados, con muy poca distancia entre sí.
La investigación de Carlos Fara (casi 3.000 casos en todo el país, encuesta presencial, no telefónica) incorpora un dato significativo: cuando se pregunta a los encuestados por cuál de los tres no votarían de ninguna manera, alrededor de un tercio responde “Macri”, otro tercio nombra a Daniel Scioli. Sólo un 19 por ciento menciona a Massa. Ese matiz puede ser determinante a la hora de definir el tie break y mucho más en el caso de que Massa fuera uno de los actores del ballotage.
Otro punto interesante en ese estudio, encarado inmediatamente después del congreso de la UCR en Gualeguaychú: “La convención radical y casi no dejó rastros en el electorado”. Fara lo explica así: “Los votos radicales que quieren a Macri ya se habían ido, sin esperar ninguna decisión de la dirigencia”.
Kicillof y Recalde: candidatos por mérito propio
El oficialismo sigue demorando definiciones. Mientras Daniel Scioli se prepara para lazar formalmente su candidatura en mayo aun si hasta entonces no hubiera conseguido el respaldo de la Presidente, la Casa Rosada suelta por un momento la mano de Florencio Randazzo y testea ahora la candidatura de Axel Kicillof.La jugada estaría en línea con el impulso otorgado desde el poder a Mariano Recalde para postularse a jefe de gobierno de la Ciudad: promover gente con una probada experiencia de gestión. La señora le entrega a Kicillof valiosos minutos de cadena nacional para que se exhiba. La prueba de esta semana no fue perfecta: el ministro admitió (y no ante medios “corporativos”, sino ante periodistas amigos) que no tiene idea sobre las cifras de pobreza. Un caso de sincericidio. En verdad, el INDEC, que depende de Economía, no mide la pobreza desde hace tres años. Es un a decisión política para no registrar una foto incómoda o, como lo resumió Kicillof, “una medida estigmatizante”.
Los jefes territoriales que juegan su suerte en octubre están cada vez más afligidos, tanto por la indefinición como por las definiciones de la Casa de Gobierno.
Sergio Massa, entretanto, aceptó la posibilidad de participar en unas PASO con candidatos del peronismo de provincias; sus competidores serían Adolfo Rodríguez Saa y, quizás, José Manuel De la Sota (el cordobés sólo dio media palabra y pidió unas semanas de tiempo para definirse plenamente; quiere orejear antes las definiciones del oficialismo y la suerte de Scioli, con quien mantiene contacto). Además, Massa no ha dejado de tejer con los sectores radicales derrotados en la convención de la UCR que aspiran a ligar sus boletas locales a la candidatura presidencial de los renovadores.
Como ya se ha dicho aquí: el camino hasta octubre es largo aún y seguramente encierra sorpresas.
Política y decepción
Otro dato interesante surge de varias encuestas: la gran mayoría de los consultados se define como “independiente”. No es sólo un signo del debilitamiento de las pertenencias (o referencias) partidarias; tal vez se trate de algo más intenso: desapego o desinterés (y hasta sospecha y hartazgo) de los ciudadanos por la política.Ese fenómeno de la irritación con la política no es algo específicamente argentino: atraviesa el mundo. Italia, desde el fenómeno “Mani Pulite”, se ha engullido a sucesivas capas dirigenciales y hasta encumbró a un cómico como líder de esos ciudadanos indignados; en Grecia los partidos tradicionales han sido barridos. El ex candidato chileno Andrés Allamand admite que el sistema político de su país “está sobreexigido por una ciudadanía empoderada” y que “hay que asumir que tenemos una política bajo sospecha”.
En Brasil, una presidente recién reelegida se encuentra jaqueada por denuncias de corrupción que van más allá de su propio gobierno y su propio partido. En México, el laureado escritor y cineasta Guillermo Del Toro acaba de disparar esta declaración: “Me encantaría sentarme con la clase política y prenderles fuego para que hubiera voluntad histórica, no nomás voluntad de robar”. Y su colega, el ganador del último Oscar, Alejandro González Iñárritu le hizo coro: “Los gobiernos ya no son parte de la corrupción. El Estado es la corrupción”.
La sociedad se queja de la política porque oscuramente concentra mucho poder y también por todo lo contrario, porque carece de poder suficiente para incidir sobre los acontecimientos.
El célebre Zygmunt Bauman, en su libro En busca de la política, comenta la imposibilidad del poder político para cumplir sus funciones básicas y la pérdida de capacidades para resolver los problemas públicos más importantes. La política ha perdido esta capacidad frente a una serie de poderes globales que actúan en su propio territorio y a los que no se puede ya someter a leyes locales, pues gozan de una extra(o sobre)territorialidad.
En la sociedad se desarrolla, entonces, una añoranza de otros tiempos, cuando la política (y los Estados) eran protagonistas: hoy hay muchos otros jugadores poderosos –entre ellos, la propia sociedad, que juega fuerte y ya no se limita a esperar sentada entre una consulta electoral y otra-; con fronteras difuminadas por la globalización, el escenario se ha ensanchado y los actores se han multiplicado.
Los perfiles programáticos o doctrinarios se borronean. Hoy los políticos proclaman en sus murales de propaganda: “Yo quiero lo mismo que vos”. O fórmulas análogas.
¿Y si lo que “vos” quiere es algo moral, política, cultural o económicamente inconveniente o maligno? ¿No hay valores o ideas propias que los políticos deberían sostener incluso desafiando hábitos, juicios o prejuicios enraizados?
Mandan las encuestas: casi todos dicen (o callan) aproximadamente las mismas cosas, procurando sintonizar con las expectativas. Resulta curioso que ese seguidismo encuestológico sea identificado por algunos de sus practicantes como una señal de “cambio”.
Los obispos argentinos acaban de hacer sonar la alarma: exhortan a los políticos a que hagan conocer "con claridad y detalle lo que se proponen impulsar y realizar" para que la elección no sea "el resultado del marketing".
Al abrirse formalmente la temporada electoral, no conviene, encandilados por lo urgente, perder de vista lo importante.