
Muchas de esas medidas seguramente requerirán una revisión cuando concluya el actual período presidencial y se establezca una nueva relación de fuerzas en las instituciones. Al mismo tiempo, esa necesidad deberá contemplar el hecho de que una de las principales asignaturas que la sociedad mundial y los mercados examinarán en el próximo gobierno están vinculadas con la seguridad jurídica y la solidez y estabilidad de las instituciones.
Hay cierta tensión entre estos requisitos y la propensión a anular o revisar leyes a mansalva sólo porque hay un cambio de gobierno (se le ha cuestionado al kirchnerismo, precisamente, su pretensión de justificar cualquier acto invocando la mayoría electoral que obtuvo en su momento). Obvio: no es que todo deba quedar como está, sino que, en todo caso, los cambios deben administrarse con criterio estratégico (allí donde son fundamentales o prioritarios) y deben fundamentarse escrupulosamente, evitando el salto al vacío normativo. Como solía decir el finado Bernardo Neustadt: no se trata de comerse al caníbal.
Las agudas invocaciones, por caso, a la figura de la cosa juzgada írrita como argumento para promover la anulación de discutidos fallos judiciales (típicamente, algunos suscritos por el magistrado federal Norberto Oyarbide que beneficiaron a protagonistas del poder), sólo pueden sustentarse en hechos virtualmente irrefutables si se quiere evitar el daño inmenso de aniquilar un principio básico de la juridicidad occidental, como es el de la cosa juzgada.
El tránsito entre dos gobiernos surgidos del sufragio y enmarcados en la Constitución, por más cuestionamientos que pesen sobre el que concluye, no puede equipararse a un cambio de régimen, a un nuevo orden producto de una revolución. Las formas importan. Se trata de hacer los cambios necesarios ateniéndose a las formas.
Hay que hilar fino si se quiere satisfacer simultáneamente el deseo social de que las faltas y los delitos (sobre todo los más graves y los que involucran bienes públicos) sean castigados y la necesidad (que también es un deseo generalizado) de que se consoliden y perfeccionen la estabilidad y el orden jurídico para mejorar la convivencia interna y la integración con el mundo. En suma: que la justicia no sea mera venganza o represalia y no implique el corsi e ricorsi por el cual cada cambio de mayoría supone arrasar y empezar de nuevo,en una variante frenética de gatopardismo e inmovilidad.
Este dilema (o, si se quiere, esta necesidad de combinar con exactitud factores en apariencia opuestos) es el que trabaja la sociedad argentina cuando ya falta menos de un año para las próximas elecciones: cambio y continuidad; estabilidad y desarrollo.
El espejo del vecindario
Las victorias del PT en Brasil y del Frente Amplio en Uruguay –triunfos de las fuerzas que gobiernan- pueden ser consideradas como un signo de continuismo en ambos países, y en ese sentido fueron celebradas por el oficialismo argentino.Sin duda, en caso de que la victoria hubiera favorecido a Aecio Neves en Brasil el análisis más grueso afirmaría un triunfo de “el cambio”.
La realidad, sin embargo, es más sutil y menos dialéctica de lo que sugieren esas simplificaciones. Los polos correspondientes a continuidad y cambio se parecen menos a los rincones enfrentados de un ring que a extremos que se mezclan en proporciones diversas según las ofertas políticas, pero que intervienen juntos como ingredientes necesarios de la composición final.
De hecho, en Brasil, mientras Aecio Neves (“el candidato del cambio”) se esforzó en su campaña por aclarar que no tocaría beneficios sociales incorporados durante los años de gobierno petista, la continuista Dilma Roussef subrayó que su reelección era la mejor garantía para las transformaciones que Brasil necesita. Y apenas alcanzó su ajustadísima victoria se comprometió a interpretar las expectativas de cambio expresadas en las urnas. Es muy probable que deba hacerse cargo de parte del programa enarbolado por sus adversarios. Ya ha comenzado a dar señales tranquilizadores a los mercados.
Continuidad y cambio, como los principios del yin y el yang en el taoísmo, son opuestos, pero no excluyentes sino complementarios: están integrados en la unidad de los fenómenos.
Si bien se mira, la realidad empuja a ese reconocimiento inclusive a quienes hacen de la confrontación y la exclusión una bandera. Últimamente se habla menos de “patria o buitres” y hasta se empieza a comentar que la conjunción adversativa puede trocarse en copulativa: “Patria y buitres”. El flamante presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, ya les adelantó a varios prominentes banqueros estadounidenses que a partir de enero habrá acuerdo con los holdouts. Es decir, se pagará básicamente lo que sentenció el juez Griesa, con un poquito de descuento y facilidades.
El cambio recién empieza
Ese movimiento parece tan inducido por la necesidad de atenuar la caída recesiva que, en caso de no mediar acercamiento a los mercados, se vislumbra catastrófica para el último año de la gestión K, como por la amenaza de los acreedores de difundir el resultado de sus investigaciones sobre “las rutas del dinero” alegadamente desviado desde el poder a discretas cuentas de paraísos fiscales. El gobierno comprende bien el lenguaje de la extorsión.La señora de Kirchner, por otra parte, ha empezado a asumir (así sea retóricamente) un discurso sobre la seguridad que hasta hace poco se adjudicaba a “la derecha”. La figura del secretario del área, Sergio Berni, aparece reivindicada desde la cúspide, aunque pasa a ser cuestionada por los escribientes y consumidores del relato oficial (desde el CELS de Horacio Verbitsky fue definido como “poco responsable” al tiempo que se expresaba inquietud por “el desplazamiento preocupante en la política de no represión de la protesta social”; el diputado K Leonardo Grosso sostuvo que “ Berni debería explicar por qué hace todo lo contrario a lo que hacía Néstor; es funcional a la oposición”). La señora de Kirchner tiene, sin embargo, que girar y alejarse de sus amigos progres porque las encuestas le dan apoyo a la línea de Berni y ella desea que su corriente mantenga fuerza tras las elecciones del año próximo para poder sobrevivir.
Berni, entretanto, mientras se le tramita desde la Cancillería un cargo prominente en Interpol (para el que compite con un representante de Brasil), es observado y medido como posible candidato a la gobernación bonaerense: si Massa se queda finalmente con Martín Insaurralde, Daniel Scioli podría apelar a él, con quien tiene coincidencias.
Hay otros cambios en el diagrama oficial: parece evidente que la Casa Rosada ha indicado la conveniencia de respaldar la candidatura presidencial de Scioli. La decisión no se basa en afinidades con el gobernador bonaerense, sino en el hecho de que éste es el candidato más competitivo que trabaja bajo el techo del Frente para la Victoria. Antes de que el peronismo que aún habita ese espacio decida buscar mejores horizontes tras otras candidaturas, la señora parece optar por asociarse con Scioli (alternativa por la que el gobernador trabajó costosa y pacientemente). No hace tanto que la señora prefería a Horacio Verbitsky y tampoco hace tanto que éste afirmaba que “Scioli, tan parecido a Macri, será el polo de reagrupamiento de esa runfla que en forma sucesiva fue cafierista, duhaldista, menemista y kirchnerista y que está siempre dispuesta para una nueva mano del juego”. Pero, como reza el dicho: a la fuerza, ahorcan.
El continuismo no puede abstenerse de los cambios. Y, como afirmaba siete años atrás la propaganda electoral de la señora de Kirchner, “el cambio recién empieza”.