Los empresarios reclaman un consenso postkirchnerista

Reunido en Mar del Plata, el Coloquio de IDEA de este año proclamó el malestar que, aunque asordinado hasta ahora por la cautela, ha crecido durante los últimos años en el seno del empresariado más competitivo del país. Si bien la prudencia no ha desaparecido (el gobierno mantiene aún capacidad de daño que los empresarios y ejecutivos toman en cuenta), en la inauguración, el presidente de IDEA se aproximó al centro de la cuestión al señalar que “el modelo está en discusión”; unos minutos más tarde, el presidente de la Cámara de Importadores de la República Argentina, Diego Pérez Santistéban, avanzó más: “El modelo está agotado”, sentenció.

Dato significativo: escuchando, en primera fila, se encontraba el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, quien procura ser candidato del peronismo que se mantiene en el Frente para la Victoria, pese al hostigamiento al que lo somete el sector kirchnerista dominante. Cuando le tocó hablar, Scioli no dijo nada diferente de lo que viene puntualizando todos los años (es uno de los pocos dirigentes oficialistas que transgredió la censura y el boycott al Coloquio de la Casa Rosada, que ya lleva una década): “Tengo mucho respeto por lo que hacen”, dijo y convocó al diálogo y el consenso. Después, tomó distancia de la “ingratitud de algunos empresarios” pero ya había logrado diferenciarse del estilo K, que Jorge Capitanich se encargó de reeditar acusando al Coloquio participar de una operación de “socavamiento” y de “una estrategia de instalación de discursos agresivos contra la gestión” del gobierno. Florencio Randazzo se quejó de que Scioli sea “demasiado permeable a los intereses económicos y mediáticos”.

La preocupación de los empresarios por lo que viene tras el agotamiento del modelo es, si se quiere, una interpelación al conjunto de la llamada clase política. Porque los cambios hay que empezar a pensarlos antes de la urgencia; las alternativas, así sea embrionariamente, tienen que estar en marcha antes del sobresalto.

Hoy avanzan muy pausadamente algunas coincidencias entre candidatos y fuerzas políticas, que no van mucho más allá del orden de los procedimientos. Pero cuando un modelo está agotado, es imprescindible ir más hondo que a las formas, aunque estas no sean banales. Muchos de esos sectores, incluso los que han sido impulsados por los votantes a enfrentar al gobierno, no se animan a desafiar abiertamente una plataforma ideológica anacrónica, que algunos definen como “populista” y otros como progresista o “progre”. Más aún, algunos de esos sectores participan de esas ideas que el gobierno proclama..

Ese consenso anacrónico forma su magma con ideas y actitudes nacionalistas, autárquicas y estatistas labradas en la primera mitad del siglo XX, y se recubre o adquiere coloratura sincrética con tonos extraídos de sucesivos momentos y modas culturales, desde las versiones mas descafeinadas del desarrollismo hasta, entre otras cosas, las admiraciones lejanas por las guerrillas o el pensamiento tercermundista, el ecologismo trivial, las conductas metrosexuales y versiones tuertas de la ideología de los derechos humanos.

Las fórmulas y recetas de es arcaica traban la discusión sensata; en base a esas opacas tablas de la ley algunos se empeñan en dividir entre réprobos y elegidos, dictar castigos morales o vender absoluciones. Su vigencia residual transforma a menudo a sedicentes opositores en cuasioficialistas que se ignoran.

Ese combo “políticamente correcto” opera como sucedáneo del pensamiento, inhibe o amordaza los debates sobre la realidad y, transformado en una papilla recocida y un lugar común, ha sido un obstáculo para que la Argentina tenga de sí misma una visión estratégica que le permita entender con realismo el mundo en el que vive.

Parece evidente que, en tiempos en que la China del socialismo de mercado se transforma en la fuerza más relevante de la globalización, cuando son los países emergentes los que impulsan una economía mundial cada vez más integrada, pensar una alternativa nacional requiere hacerlo con instrumentos distintos a los que se empleaba cuando Argentina se consideraba una perla excéntrica del Imperio británico o cuando Raúl Prebisch creía que el deterioro de los términos del intercambio era una regla eterna. La pregunta del millón es : ¿cuánto pensamiento nuevo hay en las distintas ofertas de la política argentina?

Eso es lo que están reclamando los empresarios más competitivos (particularmente los que ya perdieron el miedo). Y la llave para que el “agotamiento del modelo” se convierta en una oportunidad para Argentina.