
La segunda semana de 2018 presenta signos ambiguos para el oficialismo. De un lado, las encuestas (propias y ajenas) confirman que, si su ofensiva parlamentaria de diciembre le había facilitado la pírrica victoria del nuevo cálculo de actualización previsional, también determinó una caída (entre 8 y 10 puntos, según quién mida) de la imagen del Presidente y del gobierno.
Desde su descanso patagónico, Mauricio Macri no pareció inmutarse por esa pérdida: lo consuela acaso la evidencia de que ninguna figura ni fuerza política está hoy en condiciones de aprovechar su retroceso. Por ahora, como advierte el viejo refrán, le alcanza con un ojo para reinar en tierra de ciegos y está dispuesto a usar esa ventaja relativa para avanzar sobre aquellos territorios que estima ocupados por fuerzas contrarias, inclusive en momentos en que no tiene demasiados logros para exhibir.
La inflación y la cola del león
Los números de la inflación (uno de sus blancos principales) se muestran esquivos: el INDEC registró más de 3 puntos en diciembre y los analistas ya advierten que habrá un arrastre significativo sobre los guarismos de enero y febrero; el objetivo inflacionario que el Banco Central fijó para 2017 quedó largamente desbordado y el de este año, pese a que el último día de los Inocentes el Poder Ejecutivo lo rectificó para darle más “realismo” y lo llevó de 10 a 15 puntos, ya empieza a sonar quimérico antes de que concluya enero.Los 15 puntos de horizonte inflacionario enarbolados en diciembre por el Jefe de Gabinete, los ministros de Hacienda y de Finanzas y el banquero central pretenden, en rigor, ser un tope para los aumentos salariales que se discutirán en las próximas paritarias. Por si los sindicatos no captan el mensaje, ha comenzado a caer sobre el sector gremial una lluvia ácida. Que parezca un accidente.
Los sectores más orgánicos y estructurados del movimiento sindical no se mosquean por el hecho de que figuras marginales como los platenses Medina y Balcedo, el bahiense Monteros o el marítimo “Caballo” Suarez, un favorito de la última presidencia de CFK, caigan ante investigaciones de la Justicia por corrupción o extorsiones. Sí se inquietan cuando observan que figuras del gobierno y un sector de la prensa particularmente receptivo de las conceptualizaciones oficialistas extienden los cuestionamientos y hablan de “mafias sindicales” en general, como si apuntaran a una blietzkrieg sobre todo el sector. “La verdad es siempre concreta, tiene nombres y apellidos. Cuando procesan a algún empresario, esas mismas voces no hablan de mafias empresariales. Y mucho menos en casos en que no hay procesamientos, sino apenas denuncias o investigaciones en marcha”, observa un hombre de la CGT.
A esa impresión se refirió Luis Barrionuevo cuando advirtió que no era sensato “pisarle la cola al león”. El león sindical –así se encuentre hoy debilitado o haya perdido parte de la melena y la dentadura- no deja de ser un factor de gobernabilidad (o ingobernabilidad). Sugerir, con el ejemplo de algunas manzanas podridas, que ese factor es un reino de mafiosos puede ser un buen recurso de entretenimiento si el gobierno tiene que desviarse de promesas y objetivos, pero no parece la forma de con solidar un poder nacional sustentable. El gobierno (y las empresas) necesita interlocutores orgánicos, no un paisaje indiscernible e inmanejable.
El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, puente principal del gobierno con los sindicatos, se empeñó en disipar la susceptibilidad de los dirigentes, negó que el Ejecutivo aliente “una caza de brujas” y, a diferencia de aquellas voces que quisieran una ofensiva en toda la línea sobre el sector, desdramatizó la advertencia de Barrionuevo, calificándola amablemente de “desafortunada”. Se encargó, además, de aclarar que "la mayoría de los dirigentes cumplen su función gremial dentro del marco de la ley”. Y, aunque hay “algunos con actitudes mafiosas, no toda la dirigencia sindical es igual. Hay una mayoría de sindicalistas de diferentes sectores políticos que hacen las cosas con transparencia”.
Una doctrina peligrosa
Otro campo de ambigüedades para el oficialismo lo proporcionó la Justicia que, en un paso de contradanza, decidió corregir la prisión preventiva de Amado Boudou y su coequiper, José Núñez Carmona y les devolvió la libertad. Para las miradas simplificadoras y maniqueas, la decisión judicial luce como un triunfo del cristinismo, empeñado en caracterizar todas las investigaciones que afectan a ex jerarcas de ese período como meras “maniobras políticas”.En rigor, la liberación del ex vicepresidente no lo exculpa a éste de nada: los procesos siguen su marcha y que pueda esperarlos fuera de la cárcel no implica ningún veredicto anticipado. Lo significativo de esta decisión judicial es que pone en discusión la llamada “doctrina Irurzun”, un criterio demasiado dilatado para aplicar las prisiones preventivas que había sido celebrado, cuando se puso en práctica, por un sector de la “opinión publicada”.
Esta columna señaló en aquellos momentos (noviembre del año último) algunos reparos al subrayar “peligros ocultos en la extemporánea ofensiva de los jueces sobre funcionarios del gobierno que pasó”. Por ejemplo : “que el repentino ímpetu judicial sea considerado una manifestación de descontrol e imprevisibilidad (figuras que a veces son definidas como inseguridad jurídica) y que eso redunde en un obstáculo adicional a la captación de inversiones. Además, existe el riesgo de que los procedimientos que hoy se emplean sobre personajes como Boudou o De Vido, basados en una extensión de los criterios preventivos asentada en un reciente fallo redactado por el juez Martín Irurzun, puedan eventualmente ser aplicados a funcionarios actuales o a amigos del poder. El ruido judicial, que hoy tiene su utilidad para el oficialismo en algunos aspectos, puede en otras circunstancias ser contraproducente”.
En definitiva, la propia Justicia contiene y rectifica ahora los criterios de aplicación de aquella doctrina y empieza a exigir que las prisiones preventivas estén legalmente fundamentadas en función de motivaciones específicas y no meramente en evocaciones genéricas del fallo Irurzun. El caso Boudou sirvió para hacer esa corrección, porque su prisión preventiva no estaba razonable y específicamente fundada.
El Papa contra “el descarte”
Mañana, lunes 15, el Papa Francisco habrá llegado a Chile, en una visita al continente sudamericano que no continuará en la Argentina, sino en Perú. Pese a que algunos de los obstáculos que dificultaban el viaje del Pontífice a su patria se han ido allanando (por caso, ahora hay una conducción de la Iglesia argentina más comprensiva de su mensaje) el país no ha sido incluido aún en su en su agenda de este año. Hay quienes imaginan que, al sobrevolar el territorio nacional en su trayecto a Santiago de Chile, el Pontífice anunciará un próximo viaje a la Argentina. Buenos deseos.Bergoglio llega a Chile después de que allí se registraran atentado con bombas contra varias iglesias acompañados por amenazas de que los próximos artefactos “estallarán bajo su sotana”. Se atribuye esos hechos a grupos extremistas que pretenden representar a la etnia mapuche, aunque en los panfletos que acompañaron los atentados se lee también un mensaje proabortista, coherente con el feminismo radical que suele manifestarse contra iglesias y templos católicos. El Papa tiene por delante un verdadero desafío.
No habrá en Chile autoridades argentinas de envergadura, pero los mensajes que Bergoglio emita desde allende la Cordillera sin duda tendrán una audiencia atenta de este lado. El Papa subrayará sus críticas a las políticas “del descarte”, que consolidan un destino de marginalidad y exclusión a quienes no tienen instrumentos para integrarse al sistema económico vigente.
Las bocas inútiles
En ese sentido, la prédica papal evoca el mensaje de una obra teatral de Simone de Beauvoir, Las bocas inútiles, en la que, ante una situación de guerra, el poder argumenta que no puede permitirse invertir ineficientemente recursos alimentando personas que no están en condiciones de contribuir a la defensa.Con la mirada puesta sobre el eficientismo económico y el ajuste insensible, el cuestionamiento papal al “descarte” no debería entenderse como un rechazo a reformas que procuren modernizar la producción y elevar la productividad, sino más bien como el trazado de un límite a la transferencia de los costos de ese proceso a los sectores más vulnerables.
Esto se escuchará en un paisaje argentino marcado por los reclamos de las organizaciones sociales y el horizonte cercano de las discusiones paritarias.
Ojo con los límites
La transgresión de ese límite pone en riesgo, si bien se mira, la concreción misma de aquellos objetivos, porque dispara reacciones sociales que pueden poner en riesgo el equilibrio político y la propia gobernabilidad.Algo de eso se puso de manifiesto en diciembre durante el debate de la nueva fórmula de cálculo de las actualizaciones previsionales. La reacción frente a un procedimiento precipitado, considerado injusto por una amplia porción de la sociedad y dispuesto sin consultar a los interesados (en principio, los jubilados) terminó haciéndole el campo orégano a grupos inclinados a la violencia nihilista.
Conviene distinguir esos métodos extremos y minoritarios de la naturaleza de las críticas más extendidas y de la expresión cuestionadora pero no violenta de los sectores sociales que se movilizaron.
No parece un signo de lucidez pretender erigir un muro frente a las críticas con el argumento legalista de que “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. Ese modelo, resabio de una era en que las elites políticas no habían perdido prestigio y podían reclamar con respaldo ese monopolio, hace tiempo que quedó atrás. Este es, por otra parte, un tiempo más complejo, descompuesta en múltiples grupos de interés y de opinión. Un tiempo en el que toda la sociedad (desde los consumidores hasta los gremios, pasando por el sector rural y los vecindarios) se hacen oir a través de distintas formas de acción directa.
Movimientos sociales y contrademocracia
Como señala el prestigioso pensador socialdemócrata francés Pierre Rosanvallon, los ciudadanos actuales no se conforman con emitir un voto cada cierto número de años y otorgar así un cheque en blanco a los electos. Tradicionalmente la confianza y la legitimidad eran rasgos esenciales de la democracia. Sin embargo, sostiene el autor francés, ahora impera la desconfianza y se han ido desarrollando prácticas y contrapoderes sociales “destinados a compensar la erosión de la confianza mediante una organización de la desconfianza”.Entre esas prácticas, que agrupa bajo el título de “contrademocracia”, Rosanvallon incluye “el conjunto de prácticas de control, de obstrucción y de juicio a través de las cuales la sociedad ejerce formas de presión sobre los gobernantes”.
La “contrademocracia”, así, no es lo contrario de la democracia, sino su complemento. La representación democrática es “el conjunto de los principios y los procedimientos que rigen la participación, la expresión y la representación de los ciudadanos, la legitimación de los poderes así como los mecanismos de responsabilidad y de reactividad que vinculan al gobierno y a la sociedad”.
La política encuentra un desafío y una oportunidad en estas circunstancias: su poder se enraizará si es capaz no sólo de ganar elecciones, sino de contener y dar proyección a la pluralidad que surge en espacios de confrontación pública y mejorar la toma de decisiones de modo que el interés común sea superior a las diferencias.
Un sistema político debe tener más dimensiones que la mera articulación de poderes estatales. Debe estar integrado con fuerzas políticas sólidas y vivas. Custodios y productores de ideas y valores.
Las protestas, de su lado, funcionan como erupciones de demanda, pero hacen falta ideas que filtren y elaboren los reclamos con criterios que los conduzcan más allá del pataleo momentáneo. La política implica proyectar el mediano y el largo plazo y empezar a construir lo que se verá como obra más adelante.
La estrategia de una sociedad necesita ir más allá de la urgencia.
La política, tiene que actuar en un tejido de procesos, que necesitan persistencia, organización y acuerdos para perfeccionarse.
Sin esa perspectiva, seguirían prevaleciendo la grieta, la crisis y el descarte. Así, se haría más difícil que el Papa nos visite.