
Da igual que haya ganado Urtubey o que haya perdido Romero. Los porcentajes de uno y otro, descontando el posible fraude, no son significativos.
Lo que importa es que, juntos, los dos últimos gobernadores de Salta han logrado arrinconar a las minorías no peronistas a un modestísimo 19 por cien, que podría ser incluso un poco menos, si se tiene en cuenta el origen peronista de algunos de los candidatos minoritarios.
El problema es que las diferencias reales entre Romero y Urtubey no son tan nítidas como para que la elección se haya polarizado en una medida tan extrema y dañina para nuestra convivencia.
Este detalle, que para muchos salteños es un dato poco significativo, revela sin embargo la existencia de una sociedad en la que el pluralismo político -o, lo que es lo mismo, el reconocimiento de la diversidad- es más un eslogan que una realidad.
Al final, todo converge en el ancho canal peronista, que termina fundiendo en sus propias estructuras el sistema político, el Estado y la sociedad civil. En Salta, es el peronismo el que distribuye el poder que surge del seno de la sociedad; es su doctrina y no las leyes del poder soberano la que «organiza» la coexistencia supuestamente pacífica de los distintos intereses, convicciones y estilos de vida.
Hablamos, en consecuencia, de una sociedad atrasada, pobre o empobrecida, con una diversidad recortada, superficial o meramente aparente, que considera normal que los grupos más grandes, en vez de respetar a los pequeños, intenten asimilarlos o absorberlos.
Hay que recordar que el pluralismo, político y social, es probablemente una de las características más importantes de las sociedades modernas y que en el seno de éstas la diversidad se convierte en el elemento propulsor del progreso científico y económico.
La amplísima mayoría peronista que se ha puesto de manifiesto en las elecciones celebradas ayer no desmiente sino confirma el hecho de que Salta es una sociedad autoritaria y oligárquica en la que el poder está concentrado en pocas manos y las decisiones más importantes son adoptadas por un número muy restringido de personas.
El préstamo de candidatos y dirigentes entre las dos facciones representa un grave peligro para las instituciones y la vigencia de las libertades fundamentales de los ciudadanos. Los salteños, sin embargo, no parecen ser conscientes de ello.
Los resultados de ayer dan a entender, por ejemplo que la Intendencia Municipal de la ciudad de Salta será conquistada, bien por un aliado de Urtubey, a quien el desprecio de éste le ha empujado a enrolarse en las filas de Romero, bien por un exaliado de Romero que ejerció durante siete años seguidos la oposición a Urtubey. La confusión es total.
En la actualidad, los ciudadanos saben que aquellos a los que las urnas les han asignado el rol de opositores, pueden mañana mismo dejar de serlo; que los que se han ido pueden volver, sea al lado de uno, sea al lado del otro, sin que nadie les pida cuentas por ello.
Las garantías han desaparecido, quizá definitivamente. El excesivo peso electoral del peronismo, su desusada pervivencia como fuerza mayoritaria, su empecinada vitalidad electoral que no conoce de desmayos, la ausencia de alternancia y de controles reales son amenazas concretas para los derechos y las libertades de los individuos y para el futuro de nuestra democracia.