
Pienso que el empleo de ciertas palabras y la escenificación de algunos gestos ayudan muy poco a que las parcialidades enfrentadas en la política alcancen a los acuerdos básicos que los salteños necesitan para cimentar una sociedad gobernable y razonablemente próspera.
Basta deslizarse por la superficie de Twitter, sin rascar demasiado, para advertir que en Salta todo se revuelve alrededor del 'repudio', que puede ser de personas, de hechos, de decisiones y hasta de fenómenos de la naturaleza. Cuando a los salteños no les gusta algo, en vez de decir lo más simple ('fulano de tal no me gusta'), prefieren en cambio expresar contra él «su más enérgico repudio».
Generalmente, el repudiador, en vez de repudiar, lo que desea es 'reputear' al prójimo, y es este deseo vehemente el que le empuja a utilizar un verbo de parecida sonoridad, pero que está lejos de significar esa acción tan tremendamente contundente que muchos suponen.
Mientras van y vienen los repudios y los repudiados se multiplican por doquier, emerge la figura del «traidor». ¡Ay qué sería de la política salteña si no existiesen los traidores!
Pero ¿traidores a qué?
A ver; los salteños pueden abandonar su religión, apostatar, engañar a sus esposas (o a sus maridos), destruir la vida de sus hijos, estafar a sus amigos y parientes, pero en ningún caso se les llamará traidores por ello. Entre nosotros, solo merece el rótulo de 'traidor' aquel que abandona una idea política, se despega de sus antiguos compañeros, se desafilia de un partido o se pasa a las filas de otro.En otras palabras, que a ojos vista de todo el mundo podemos renegar hasta de nuestro bautismo, pero nunca admitir en público que hemos hecho un pacto con el adversario político, que sería lo más natural del mundo.
Por alguna razón que desconozco, a los seres humanos (no hablo ya solo de los salteños) se nos tolera que dejemos de amar a nuestros padres, a nuestros cónyuges y hasta a nuestros hijos, pero no se nos perdona que dejemos de amar al terruño.
En el caso de los salteños, ese amor tan poco natural a un pedazo de tierra se extiende a los partidos políticos, a sus símbolos, a sus líderes y a los equipos de fútbol. La lealtad que se nos exige hacia estas cosas supera con creces al amor y al cuidado que debemos a nuestra familia y a nosotros mismos. Un sentimiento -que por lo que se está viendo por estos días en Salta- algunos confunden con el amor por las cédulas parcelarias.
Por eso, y porque no amo más que a los míos (y todo lo demás me da profundamente igual, incluidas las cédulas parcelarias, de las que carezco), ya pueden ustedes ir expresando, si así lo desean, «su más enérgico repudio» hacia este «traidor» que suscribe.