
Puestos a garantizar, los políticos garantizan que aunque las arcas del Estado estén exhaustas, mañana lloverá maná del cielo y todo el mundo deberá salir con un tupper a la calle para recogerlo.
Este es el caso del Secretario del Interior del nuevo gobierno de Salta, señor Mario Cuenca, quien en medio de la que está cayendo ha salido a decir que «está garantizada la asistencia a los municipios tras la desaparición de las cooperadoras».
No importa que no haya dinero ni que las finanzas del Estado estén en color rojo. Lo que hace feliz al secretario Cuenca es la acción de «garantizar», que es la forma moderna de decirle al ciudadano: «Créanme, no los voy a defraudar».
Pero estas «garantías a todo evento» suelen tener patas cortas, puesto que los mismos políticos, cuando la realidad de las cuentas los desmienten, echan mano de otro recurso facilongo: el de la declaración de emergencias.
Así, mañana puede ocurrir que los municipios no reciban un peso destinado a suplir los recursos segados por la podadora oficial y que se destinaban a la última trinchera de la pobreza. Y nadie le pedirá cuentas a Cuenca ni le recordará su convencida «garantía», pues bastará con que el hombre impulse una declaración de emergencia municipal para que los intendentes burlados y los pobres desasistidos descorchen una botella de champán porque alguien se ha acordado de ellos.
En Salta, así como en otros lugares de la Argentina, la máxima visibilidad política y social se consigue con las declaraciones de emergencia, que no solucionan ningún problema ni añaden nuevos recursos a los que ya antes escaseaban, pero que al menos sirven para calmar algunas conciencias y para engañar a los vulnerables que, de este modo, se sienten un poco menos olvidados.
Ejemplo de toda esta siniestra maquinaria de distorsión son los doce años de gobierno de Urtubey, que ha empezado sus mandatos con la garantía más que segura de hacer realidad la esperanza y lo ha finalizado con unas dieciséis declaraciones de emergencia que empiezan por la realidad y terminan en la esperanza.
Así se gobierna en Salta en estos días: con garantías cerradas y absolutas, y con emergencias que las desmienten a poco de andar. Un buen político que bien se precie debe llevar en su portafolio un decreto de garantías y otro de emergencia sobre el mismo tema. Y para ahorrar papel -y sobre todo argumentos- las garantías declaradas bien podrían ya contemplar de forma anticipada las emergencias futuras, en el mismo instrumento legal.
Con esta forma tan ingeniosa de abordar los problemas colectivos podemos tirarnos 50 años más sin que nada se solucione.