Solo el totalitarismo se anima a identificar la parte con el todo

  • Pretender que menos de un cuarto de los ciudadanos con derecho a voto se arroguen el derecho de hablar y obrar en nombre de Salta toda y de identificar al conjunto de ciudadanos de la Provincia con los apetitos personales de sus gobernantes no es una deformación democrática: es la negación de la democracia misma.
  • Urtubey no es Salta

Si preguntásemos hoy a cualquier salteño que camina por las calles del centro de la ciudad si considera que vive en un Estado totalitario, la respuesta será muy probablemente negativa.


Pero hagamos por un momento el esfuerzo de pensar (en algunos casos, repasar) en qué consiste hoy (no en lo que consistió en el pasado) el totalitarismo.

La definición clásica nos dice que «totalitarismo» es el concepto político que se emplea normalmente para referirse a una forma de gobierno que se caracteriza por anular los partidos de la oposición, restringir la oposición individual al Estado, así como por reivindicar y ejercer un grado extremadamente alto de control sobre la vida pública y privada de los habitantes de un territorio.

El «totalitarismo», que está considerado como la forma más extrema y completa del autoritarismo, se caracteriza también porque el poder político a menudo es ejercido por un solo líder, que emplea de modo intensivo las campañas de propaganda a través de los medios masivos controlados por el Estado.

Es decir, que si nos atenemos a esta definición y la descomponemos en sus diferentes elementos podremos ver cómo en unas pocas líneas están resumidas casi todas las características de la moderna democracia de Salta.

Dicho en otras palabras, que hoy no se necesita un líder carismático y sanguinario al estilo de Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot o Mussolini para dar vida a un régimen totalitario. Basta con que el régimen penetre hasta los niveles más minúsculos de la sociedad y que una parte se crea la dueña de todo para hacer posible el totalitarismo, incluso en democracia.

El totalitarismo de hoy no necesita ya movilizar a las masas detrás de consignas de clase o de raza. Le basta para llegar con su poder y su mensaje a la más pequeña parcela de la vida de los individuos, con controlar todos los mecanismos del poder institucional (que es normalmente cuantioso) y con manipular todos los días la propaganda en los medios masivos de comunicación. Las consignas son ahora localistas y nacionalistas, así comos los regidores totalitarios una encarnación privilegiada del «ser nacional». Así funciona Salta en estos momentos, aunque, para algunos, el adjetivo totalitario siga siendo exagerado o inapropiado.

Pero entre nosotros la democracia pluralista de que habla la Constitución provincial se ha quedado en un discurso vacío. La democracia, así como la igualdad, la justicia o el juego limpio son solo palabras que todo el mundo pronuncia con un asombroso nivel de convencimiento, pero que nadie sinceramente se anima a practicar, por miedo a que la diversidad real termine expulsándolo del circo.

Es por esta razón -que se podría caracterizar como psicológicamente profunda- que la mayoría de las personas son capaces de confundir -interesadamente, claro- a un líder político y sus ambiciones (la parte) con Salta y su futuro (el todo).

A quien está convencido de que esto es así, es decir, que la democracia funciona de este modo, no tenemos por qué enviarlo al paredón de fusilamiento. En realidad nos está prestando un servicio importantísimo, ya que su confusión interesada nos permite confirmar el carácter totalitario del sistema político en el que vivimos inmersos desde hace veinticinco años, aproximadamente.

Si los resultados de las últimas elecciones a diputado nacional celebradas en el año 2017 no mienten, el gobierno provincial -liderado por Juan Manuel Urtubey- cuenta hoy con el respaldo del 24,05% del electorado salteño. No más.

Pretender, en consecuencia, que menos de un cuarto de los ciudadanos con derecho a voto se arroguen el derecho de hablar y obrar en nombre de Salta toda y de identificar al conjunto de ciudadanos de la Provincia con los apetitos personales de sus gobernantes no es una deformación democrática: es la negación de la democracia misma.

Urtubey, como político y como candidato a la Presidencia, representa solamente a una parte de la población nacional. Por tanto, también solo a una parte de la población de Salta. Pensar que Urtubey es un candidato «parcial» a nivel nacional y «total» en la Provincia de Salta equivale a pensar en Salta como el patio trasero del candidato, su reserva estratégica, su feudo particular. Y los salteños no somos eso.

Urtubey puede sentirse master of his domains pero más del 75% de los salteños sienten de modo diferente, al menos según las elecciones de 2017.

Y aunque todavía son pocos, cada vez son más los que piensan en Urtubey como en un gobernante totalitario, fundador de lo que se podría llamar un totalitarismo de plomo, que no respeta ni tolera la disidencia en Salta y que juega con las libertades cívicas, como lo ha demostrado su reciente avance sobre la autonomía municipal y la libertad de elegir de los intendentes.