
En pocas horas, el Jefe del Gabinete de Ministros del gobierno provincial de Salta, Fernando Yarade, ha conseguido con unas cuantas líneas lo que el Gobernador de la Provincia, Juan Manuel Urtubey -ágrafo de nacimiento- no ha podido conseguir en más de un cuarto de siglo de carrera política: expresar sus ideas con cierta claridad.
La claridad de Yarade, ayudada bien es verdad por una pluma prolija que hace sospechar sobre la auténtica autoría del escrito, es una magnífica aportación al debate político. Pero no porque sus ideas y su visión de la realidad sean acertadas, sino más bien por todo lo contrario; es decir, porque son tan inconsistentes que abren una enorme ventana por la cual pueden colarse con comodidad la contradicción y el debate.
Esa falta de consistencia impide extraer del discurso de Yarade una conclusión precisa y única, como no sea la de que la persona que realmente gobierna y toma las decisiones en Salta (ante las vacaciones republicanas del Gobernador) considera que las nanas de los salteños se curan con dinero y que no hay en esta Provincia problemas serios de libertades, de calidad institucional, de distribución de la riqueza, de cohesión del territorio y de equidad social.
Según la mirada que proyecta Yarade desde su atalaya (solo lo supera en altura John Isner, cuando juega en Cincinnati), todos los males de Salta van a desaparecer si la inversión extranjera fluye con soltura y sin trabas, para lo cual, en vez de reformas estructurales por parte de su gobierno (que es lo que se hace en todo el mundo), solo es preciso un mínimo ajuste fiscal para que el inversor foráneo pague aquí la menor cantidad de impuestos posibles.
Esa es la primera tesis solamente, porque incluso más absurda que la primera es la segunda, que dice: Salta necesita inversiones particularmente en infraestructuras y obras públicas. La afirmación no es incorrecta en sí, porque es verdad que Salta necesita desarrollar sus infraestructuras y apuntalar su obra pública; pero no con el actual sistema, que facilita que 80 centavos de cada peso que se invierte en la obra pública salteña vaya a parar al circuito de la corrupción política y administrativa. Si algo no cambia en este aspecto -concretamente, si no se deja de comprar y vender intendentes con el clicbait de la obra pública- Salta no tendrá ni más empleo ni más bienestar, así venga el Banco Mundial a vaciar su tesoro en los puentes truchos que se construyen sobre los ríos más bravos y sobre las plazas refuncionalizadas e iluminadas a LED de las que presumen ciertos intendentes ignorantes.
Está bastante claro y se puede discutir poco que el desarrollo de las infraestructuras promueve el desarrollo productivo. Pero en Salta, este objetivo se entiende limitado al desarrollo de los negocios privados. La idea de producción comprende a todos los productores, no solo a los propietarios de los medios de producción. Si las infraestructuras son para que las bodegas selectas inflen sus cuentas y que de ellas solo lleguen migajas al bolsillo de los trabajadores (un 80% de ellos en negro, porque al gobierno del señor Yarade así le conviene), mejor gastar el dinero en rentas de sustitución para los más postergados y dejar las infraestructuras como están.
Yarade pretende hacer creer a los salteños pobres que llevan una vida miserable en infraviviendas y que no tienen la más mínima posibilidad de conseguir el sustento que necesitan, para ellos y sus familias, en un mercado de trabajo estrecho, esquivo y discriminador, que serán menos pobres y menos infelices si el canchón de la esquina de su rancho se convierte en un playón polideportivo. El cemento, señor Yarade, no contiene proteínas.
Buscar dinero afuera de nuestras fronteras no es malo de suyo. Sí es un poco sospechoso que se lo busque en la víspera de un año electoral y por quien se se supone ejerce como tesorero de la campaña presidencial de un hombre que si no inyecta rápidamente dinero a sus ambiciones personales, va a perderse en la maraña de la intrascendencia que suele hacer un acullico de olvido incluso con los más agraciados y los más prometedores. Si el señor Yarade reconoce, aquí y ahora, que los 250 millones de dólares que Urtubey salió desesperadamente a pedir prestado para el llamado Fondo de Reparación Histórica se han utilizado de algún modo para hacer senador nacional a Rodolfo Urtubey, quizá se le pueda creer que es sincero su propósito actual y su viaje a los Estados Unidos. Mientras no lo haga, siempre sobrevolará sobre sus esfuerzos la sospecha de que tras la máscara de la infraestructura y el bienestar se oculta el siniestro rostro del electoralismo.
Dice también Yarade que su tête a tête con el Banco Mundial es necesario «para continuar manteniendo y recuperando la economía de Salta». Pero mantener y recuperar no son conceptos complementarios sino parcialmente excluyentes. Solo se mantiene lo que se cree que marcha bien y se recupera lo que está dañado y, por tanto, marcha mal. Yarade sabe que la economía de Salta es un desastre y que si bien las cuentas públicas no están reventadas como en otros sitios, el estado de nuestro aparato productivo es para echarse a llorar desconsoladamente. Por eso, quizá mejor es darle una interpretación positiva a su discurso y pensar que ha dicho que su objetivo es el de «continuar manteniendo» el ficticio equilibrio de las cuentas provinciales (virgencita, virgencita, que me quede como estoy), y «continuar recuperando» (o parchando) los enormes agujeros de la producción real. Un objetivo que, por cierto, no va a poder lograr en la medida en que la ministra Bibini siga alabando hasta la náusea el modelo social y productivo del tabaco, que ya es moral, económica y medioambientalmente insostenible en todo el mundo.
Ahora bien; ¿por qué es bueno acudir al Banco Mundial y es diabólico pedirle un préstamo al Fondo Monetario Internacional? Es decir, que si Urtubey acude al Banco Mundial es Gardel y si Macri va al FMI es tratado como Pablo Escobar. ¿Cuál es la diferencia ontológica entre estas dos entidades nacidas al mismo tiempo, en la conferencia de Bretton Woods de 1944?
Algo que habría que preguntarle a Yarade, y muy seriamente, es cuál es la conexión entre las inversiones que él ha salido a buscar (como el Coyote ha salido a la caza del Correcaminos) y la generación de bienestar para todos los salteños. Porque si el que esto escribe no está muy equivocado, el bienestar tiene dos componentes fundamentales: las prestaciones sociales del Estado y el nivel de los salarios que perciben los trabajadores y que les permite (o no les permite) conseguir en el mercado todo lo demás que necesitan para vivir. En Salta, con las inversiones pasadas y presentes, el mal llamado Estado del Bienestar salteño es una risa (escuelas de cuarta categoría, hospitales de tercera, viviendas infames que ni en los países más pobres del África se construyen, etc.). Por el otro lado, el mercado de trabajo, ese que debería proporcionar las rentas necesarias para vivir, en Salta también reparte miseria, solo que en una versión mucho más miserable, puesto que no hay en nuestra Provincia un sistema estructurado de negociación colectiva, ni sindicatos independientes, ni controles administrativos eficaces para los abusos que los patrones cometen contra los trabajadores.
Cualquiera puede imaginar aquí que un shock inversor poco va a poder hacer para mejorar esto, ya que en otras épocas recientes, de marcada abundancia, la corrupción, la falta de capital humano y la tecnología tercermundista nos permitió construir carreteras inseguras, escuelas deficientes, hospitales básicos, que más que bienestar han traído vergüenza. El gobierno de Urtubey se llena la boca hablando de que ha construido más escuelas que ninguno, más casas y más kilómetros de carretera; pero nunca nuestros niños han estado peor preparados, nunca se ha muerto tanta gente en las rutas, y nunca los salteños han vivido en peores viviendas, después de 11 años de gobierno de Urtubey y de sus amigos.
Tampoco, dicho sea de paso, las inversiones han conseguido ni conseguirán cambiar las reglas de un mercado de trabajo legalmente rígido e hiperprotegido pero desregulado y flexible de hecho, en donde las ganancias van a parar siempre a los bolsillos del dueño del negocio.
Pero no nos engañemos. Cuando Yarade -y cualquier espécimen del mismo gobierno- hablan de infraestructuras, no se están refiriendo a las redes de comunicaciones, al transporte, a los aeropuertos, a las redes ferroviarias, a los servicios urbanos o a las facilidades para la circulación de los factores de la producción, sino a los picos de agua, a las cloacas, a la conexión domiciliaria del gas (con mucha suerte) y a los pozos artesianos. Claro, donde no hay nada más que atraso, miseria y postergación, el concepto de infraestructura se estira como un chicle y cada obra, por mínima e intrascendente que sea, es contemplada como si fuese el Monasterio de El Escorial.
El discurso político
Superado el ecuador de su discurso económico, el contador Yarade se ha animado con algunas cuestiones políticas, lo cual es de agradecer. Nuevamente, porque permite descubrir en él el verdadero carácter del gobierno del que forma parte.Primera afirmación: «Nos tocó estar en este país en pleno proceso electoral. Los resultados muestran un mundo que cambia constantemente». La frase podría haber sido incluso más tonta, pero se puede decir que si alguien tiene que viajar a los Estados Unidos durante una votación para darse cuenta que «el mundo cambia constantemente» es que ese alguien no debería gobernar Salta. No son los resultados de las elecciones norteamericanas los que descubren ni confirman que el mundo cambia. Al contrario, el resultado muestra que las cosas han cambiado bastante poco entre las últimas presidenciales y las mid term. O Yarade ha visitado otro país, o al llegar al Banco Mundial alguien lo ha hecho pasar por una de esas puertas futuristas que atravesaba Maxwell Smart para llegar a los cuarteles generales de CONTROL y se ha encontrado con un país dirigido por Stanley Kubrik y no por Donald Trump.
Segunda afirmación: «Hoy las sociedades votan por identidad o interés o ambas razones. Las mayorías y hegemonías están en retroceso, lo que evidencia la necesidad de alcanzar acuerdos para elaborar políticas públicas en base a consensos». Pero ¿que tenemos aquí? A ver, ¿las mayorías y las hegemonías están en retroceso en Salta? Creo que se pueden alcanzar ciertas cotas de cinismo, pero difícilmente una tan elevada como esta, porque cualquier puestero del Mercado San Miguel sabe que en Salta Urtubey no ha elaborado ni una sola política pública en base al consenso y todos los días nos refriega por la cara su hegemonía absoluta, que es la que, por cierto, le permite gobernar. O Salta no es sociedad para Yarade, o lo que ha hecho es mentir y traicionarse descaradamente.
La democracia ‘fuerte’ de Salta
La tercera afirmación es, por lejos, la más divertida de todo el discurso de Yarade: «Son varias de las personas con las que conversé [sic] y analizamos los comicios, vimos una república fuerte en una democracia débil (por el sistema electoral). No existen grandes controles, e incluso hay lugares donde ni siquiera piden una identificación sino solo con el nombre. En ese sentido, la comparativa del voto electrónico en Salta es muy superior. Ágil, transparente y eficaz. Los resultados son más seguros, se obtienen antes y sin dudas sobre la veracidad».Un gran paso adelante es, sin dudas, que Yarade reconozca que en Salta se utiliza el voto electrónico y no haya recurrido al empleo del horrible eufemismo de boleta única electrónica.
Pero dejando a un lado este detalle, ¿cón quién ha conversado Yarade en su visita a los Estados Unidos? ¿Con Bart Simpson? Porque para llegar a una conclusión tan osada como la de la debilidad democrática de los EEUU en base a la ausencia de identificación en algunas mesas electorales, su conversación tiene que haber sido o con el Oso Yogi o con algún personaje similar de los dibujos animados.
Seguramente el contador Yarade ha entrado a los Estados Unidos por algún puesto fronterizo poco vigilado o por «valija diplomática», porque si lo hubiera hecho atravesando el desierto de Sonora o los controles de seguridad de cualquier aeropuerto se podría haber dado perfecta cuenta de lo que vale la identidad de las personas en los Estados Unidos, en donde la cara sirve para dos cosas: para emitir el voto y para desbloquear el iPhone.
Se comprende que una persona que es experta en otras materias confunda el sistema electoral con el método de votación, pero un ciudadano cualquiera -incluso uno sin formación- no puede confundir la democracia con el voto.
Ha querido decir Yarade, y sin muchos adornos, que en Salta -a la inversa que en los Estados Unidos- vivimos una república débil y una democracia fuerte, pero porque el voto electrónico es «superior» al voto que se utiliza en aquel país. Pienso que si Wernher von Braun hubiera tenido una cabeza tan bien amueblada como la del contador Yarade, esta es la hora de que la bomba atómica, en vez de caer sobre Hiroshima y Nagasaki, habría caído sobre Memphis o Nashville. El presidente Truman se habría dado un tiro en el pie, como dicen los argentinos.
Pero todavía más sorprendente que esto es que alguien, sin ruborizarse, califique de «débil» la democracia de un país porque en algunas mesas electorales no se exige identificación a los votantes. La afirmación es ridícula. He votado varias veces con el carnet de conducir y la democracia del país en el que vivo, en la que no existe el voto electrónico, es un millón de veces más fuerte y de mayor calidad que la de Salta, en donde también he votado varias veces, sufriendo, como todos, humillaciones incalificables. Son las democracias más fuertes y más rodadas las que necesitan menos controles de electores en las votaciones, y no al contrario, como sugiere el contador Yarade.
Decir que el voto (según sea de papel o electrónico) define la fortaleza o debilidad del sistema democrático es como decir que a la bondad del vino se la debe juzgar por el color de la etiqueta.
Al distinguido contador Yarade habría que decirle: quédese usted con su «democracia fuerte», su «economía equilibrada» (pero recuperable), sus políticas públicas «consensuadas», con su voto electrónico (que no ha sido consensuado con nadie), pero haga al mismo tiempo el intento de convencer a sus comprovincianos de que todas esas cosas son verdad. Y no se dé el lujo de hablar de los Estados Unidos, de su forma de votar, o de la popularidad de Donald Trump, mientras en Salta siga engañando a los intendentes municipales y escamoteándoles los recursos que sus pueblos necesitan para vivir, porque eso no es ni globalización, ni desarrollo, ni democracia, ni nada: es picardía y de la peor, algo que ya venían practicando los enemigos de la libertad y de la democracia en el siglo XIX.
No obstante, nobleza obliga a agradecer esta estupenda contribución del señor Fernando Yarade a la clarificación del debate político y económico de Salta. Yo se lo agradezco de verdad, sinceramente, con una sinceridad que me parece -si me lo permiten- mucho más sincera que la que ha tenido el señor Yarade al escribirla.