
Falta poco menos de un año para que en Salta se celebren unas elecciones sumamente importantes, cuyo resultado influirá decisivamente sobre el futuro de nuestra Provincia, nuestras familias, nuestro trabajo, nuestros sueños y nuestras ilusiones.
Son importantes estas elecciones, entre otros motivos, porque por primera vez en más de una década elegiremos a un nuevo Gobernador y después de mucho tiempo existe una posibilidad (mínima, pero posibilidad al fin) de que se produzca un cambio político auténtico, que de ser bien conducido podría traer esperanzas para una gran cantidad de ciudadanos que desean prosperar en libertad y en democracia.
Frente a este panorama, las fuerzas que empujan porque en Salta las cosas sigan como están y se esfuerzan por que el poder se redistribuya entre los mismos que vienen usufructuando de él desde hace un cuarto de siglo, se están moviendo rápidamente: toman posiciones, anuncian candidaturas y dejan al descubierto sus intenciones, que no son otras que mantener el poder a costa de una mayoría que lo sufre.
El éxito de estos movimientos -permítanme decirlo- asegura que Salta seguirá siendo pobre y marginal, injusta e insegura, durante los próximos treinta años, y que mucho antes de eso se convierta en una tierra de la que solo se puede emigrar y en la que será cada vez más difícil y más caro criar a nuestros hijos y legarles un futuro abierto y pródigo en oportunidades de desarrollo personal. Quienes hoy tienen entre 16 y 25 años corren el riesgo de llegar a los 50 habiendo conocido a un solo gobierno, a una sola forma de gobernar Salta.
El poder absoluto que conocemos, el que reclama del ciudadano un vasallaje intenso y prolongado, el que manipula las instituciones de la república para corromper a la democracia en provecho propio, también se ha dado cuenta de las amenazas que enfrentamos y prepara un discurso calculado al milímetro para confundir a los salteños y venderles que son ellos y no otros los que pueden hacer de la Salta pobre que padecemos desde hace décadas un vergel de abundancia y de libertades democráticas.
Esa operación está en marcha y me permito, desde la distancia, hacer un llamamiento a las personas bienintencionadas e inteligentes que viven en Salta a estar atentos y prevenidos contra esta maniobra.
Las semanas que se avecinan serán intensas, en debates, en disputas, en alboroto cívico. Como siempre o quizá incluso más que de costumbre. La agitación tomará el lugar del sosiego, porque es en la tempestad y no en la calma en donde la confusión tiene más probabilidades de prosperar y de arrebatar a los ciudadanos el control sobre sus decisiones más fundamentales. Hoy los salteños necesitamos sosiego y reflexión; aun cuando la pobreza y los desafíos de la vida cotidiana nos empujen a protestar, a salir a la calle a gritar y a desahogarnos.
El tirano sabe que mientras más gritemos, mientras más nos enfrentemos los unos a los otros, mientras más agitemos consignas y enarbolemos banderas será más fácil para ellos imponer su ley. Por eso es que quiero pedir a los salteños y a las salteñas que no comulgan ya con las mentiras del régimen y que piensan que nuestra política debe cambiar de raíz para cimentar nuestra prosperidad, nuestra cultura y nuestro futuro, que no se sumen al coro de los grillos que cantan a la luna; que guarden los aplausos y los vítores para otro momento, que no se empecinen en encontrar rápidamente líderes o lideresas que les iluminen el camino. Que tomen el destino en sus propias manos y que duden intensamente antes de entregarse en los brazos de un partido o de un dirigente.
El que decide obrar de esta manera -es decir, recuperando para sí su propia soberanía- corre siempre el riesgo de quedarse solo, o mejor dicho, de sentirse intensamente solo, que a veces no es lo mismo. Que sepan que la democracia es también un ejercicio de soledad y no tenemos que tener miedo de ello. Puedo asegurarles y les aseguro que no les va a faltar compañía, como no les van a faltar ideas, proyectos, miradas de futuro y coraje cívico para arrancar a nuestra Provincia de su atraso y superar una cantidad de problemas que son realmente fáciles de resolver.
Hay en Salta y fuera de Salta personas muy preparadas, dispuestas a arremangarse para trabajar en lo que haga falta para sacar a nuestra provincia de su pobreza y de su atraso, sin tener que pagar los peajes que nos proponen los millonarios y los iluminados de turno. No tenemos que buscarlos ni forzarlos a que lideren masas embravecidas. Si resistimos a la invitación a enfrentarnos, si nos negamos a las mezquindades y hacemos esfuerzos por mirar un poco más allá de nuestros ombligos, esas personas útiles vendrán solas y ayudarán a levantar el edificio de nuestro futuro. Hay muchas personas que para salir de sus encierros necesitan de un liderazgo poderoso que los guíe y los encamine. Quiero asegurarles también que, llegado el momento, no les va a faltar ese liderazgo así como tampoco la luz necesaria que ayude a visualizar el camino correcto. Ahora lo que toca es observar, mirar con desconfianza los movimientos de los profesionales de la política barata y denunciar sus excesos, pero también sus flaquezas.
Les pido por favor a todos, especialmente a los que no conozco, que no se dejen llevar por el apasionamiento electoral que nos proponen los mercaderes del voto. Que en cada hogar, por muy humilde que sea, por poca cultura o conocimientos que tengamos, miremos los acontecimientos con frialdad y con distancia, pero con esa responsabilidad intransferible que nos impone nuestra condición de ciudadanos. No formemos grupos, partidos ni espacios. No es necesario. Para movilizarnos todavía hay tiempo y un millón de formas a nuestra disposición; incluso formas aún desconocidas e inexploradas. Mientras más enseñemos nuestras cartas antes de tiempo, más posibilidades tendrán los amigos del poder absoluto de neutralizarnos y poner fin a nuestro empeño.
Pido a mis comprovincianos paciencia y compromiso. Los que están verdaderamente apurados son los otros, los que pretenden liquidar aquí y ahora un proceso político que apenas si ha comenzado a andar, porque temen que la tranquilidad y la reflexión ciudadana termine derrotándolos. Dejemos, pues, que las prisas los identifiquen y los señalen. No perdamos la esperanza ni nos sintamos huérfanos por no tener un líder o un partido. Llegado el momento los tendremos.
Las tinieblas políticas son si acaso un espejismo, porque la política, aun en sus momentos más delicados, siempre tiene lo que necesita para encender la luz. Pero lo que precisamos ahora es luz para poder ver y elegir, no un fuego en que todos perezcamos abrasados. Si somos capaces de distinguir entre una cosa y otra, seguramente a Salta le aguarda un futuro un poco más venturoso del que imaginamos.