Alternancia democrática, renovación de las elites y gerontocracia en Salta

  • Lo que se echa en falta en Salta es la aparición de nuevas voces, de nuevos enfoques, de nuevas ideas, de nuevas soluciones. Pero de todas estas cosas juntas, y, a ser posible, reunidas en las mismas personas, que necesariamente han de ser también nuevas.
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La siguiente reflexión está motivada por la paradoja de que quienes pretenden reformar la Constitución y las instituciones políticas en Salta, en nombre del poder limitado, de la renovación de las elites y de la alternancia democrática son, casi todos, políticos de larguísima trayectoria, que en muchos casos superan los setenta años de edad.


Entre los grupos que aparentemente pugnan por aquellos objetivos los hay que están integrados por personas que ya en los años sesenta del siglo pasado pertenecían a pequeñas sectas ilustradas y por activistas que, enquistados en un partido político, llevan viviendo de los presupuestos del Estado desde hace más de cuatro décadas.

Las dos preguntas que sugiere esta triste realidad son las siguientes: ¿Es sincero el propósito reformista de gente tan estrechamente conectada con el poder? ¿Es que no hay en Salta políticos jóvenes interesados en promover una renovación más acelerada de la dirigencia y en facilitar la alternancia democrática en las responsabilidades de gobierno?

Hasta hace poco tiempo, la alternancia era concebida en Salta simplemente como el cambio de los apellidos de la familia en el poder. Poco parece haber cambiado este enfoque, puesto que la propuesta de alternancia no se atisba, a primera vista, vinculada con la posibilidad de que las mayorías se sucedan en el tiempo conforme a la evolución social, sino con que las pequeñas cofradías desplazadas de hoy sean las titulares del poder mañana.

Algunos de estos viejos políticos han enarbolado la bandera de la alternancia y de la calidad institucional porque entienden que el ejercicio del poder en Salta tiene algo de natural para una cierta clase de ciudadanos y que, por tanto, cuando el poder está en «otras» manos es preciso reconducirlo por sus «cauces naturales». Hablo claramente de aquellos que proponen que el peronismo «vuelva a sus esencias». Desde este punto de vista la alternancia no consistiría en otra cosa que en quitar a los que están para reemplazarlos por los que, a juicio de ellos, deberían estar y debieron estar siempre.

Con la propuesta de renovar las elites pasa un poco lo mismo, puesto que de lo que se trata es de cambiar las caras de los influyentes de turno, de los pequeños técnicos, de los entusiastas y de los charlatanes, pero no los estilos de liderazgo. Cuando alguien habla de renovación en Salta se entiende implícita la intención de desplazar siempre a los demás, nunca a sí mismo.

Detrás de toda esta estrategia se oculta el miedo. Pero no tanto el miedo a perder el poder -que también- sino especialmente el miedo a que la libre configuración de las entradas y salidas al «mercado político» termine convirtiendo todo en un desbarajuste incontrolable, en el que ya no se pueda distinguir entre lo natural y lo antinatural, entre lo contingente y lo necesario. Yo puedo tolerar la alternancia y la renovación, mientras eso no signifique mi pase a retiro.

La vida ciudadana es larga y, afortunadamente, lo es cada vez más. Lo que deberíamos conseguir entre todos es hacer la vida política mucho más corta, instalando el principio del «nunca más». No me refiero a abandonar las responsabilidades que son anejas a nuestra condición cívica (como la opinión o el voto), sino a abandonar definitivamente la búsqueda del poder cuando este ya se ha ejercido, o cuando se ha tenido la oportunidad de hacerlo. Solo en este caso la renovación de las elites está asegurada y en alguna medida se estimula la alternancia.

Por eso, sin negar el valor de la aportación de la gerontocracia a la resolución de los problemas políticos que nos son comunes, lo que se echa en falta en Salta, ya mismo, es la aparición de nuevas voces, de nuevos enfoques, de nuevas ideas, de nuevas soluciones. Pero de todas estas cosas juntas y, a ser posible, reunidas en las mismas personas, que necesariamente han de ser también nuevas.

Pero todo esto parece una ilusión en Salta, en donde un funcionario que se jubila (y que podría dejar su cargo en el gobierno para que lo desempeñe otra persona más joven) es designado el mismo día para el mismo cargo, como si la jubilación no hubiera existido, generando además la sospecha de una remuneración doble y, por tanto, injusta o indebida.

Así, por mucho que nos empeñemos en declarar las mejores intenciones para nuestro sistema democrático y nos llenemos la boca hablando de republicanismo y citando a Tony Judt (que, por cierto, es Judt y no Jud, como Jude Law), jamás vamos a llegar a un resultado aceptable, sobre todo porque hoy los principales interesados en que la renovación sea una realidad, lo que pretenden es renovar para -una vez conseguido el objetivo de desbancar a los que estaban- encargarse ellos de bloquear, durante el máximo tiempo que sea posible, la llegada de otros al mismo lugar.

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