Cuando se necesita inteligencia para gobernar y no se posee

  • Desde una fecha que es difícil de precisar, el Gobernador de Salta ha extraviado cualquier perspectiva política. De la inteligencia fluida ha pasado a la inteligencia cristalizada, al precio de no ser capaz de tener una mentalidad flexible para resolver los problemas, y más que nada para comprenderlos.
  • La comodidad ha sustituido al esfuerzo

Entre los muchos rasgos negativos del largo gobierno de Urtubey en Salta destaca uno en particular: el de su identificación total con el Derecho y la producción normativa.


Como cualquier proyecto autoritario -en esto el Gobernador de Salta no ha inventado nada- el suyo ha procurado minimizar en cuanto le ha sido posible el papel que desempeña la Ley en el entramado institucional, para hacer de su voluntad (la del gobernante) la única y la más perfecta fuente de derechos y obligaciones.

Lo que me parece curioso -y aquí sí puedo reconocerle al Gobernador su carácter pionero- es que esta maniobra se ha ejecutado en el ilustre nombre de la inteligencia.

Hasta aquí, los gobiernos autoritarios y las dictaduras recurrían a la anulación de la ley en favor del capricho del gobernante por falta de inteligencia. Pero desde Urtubey en adelante, ha sido la inteligencia -más su invocación constante que su efectiva existencia- la que ha dado sentido a estas operaciones de anulación de la voluntad colectiva y su sustitución por la voluntad individual.

Pero si salimos de Salta -reconozco que para algunos no es fácil hacerlo- veremos que cuando los gobernantes están limitados por un número mayor de leyes, más estrictas y más detallistas, necesitan de su máxima inteligencia para poder gobernar. Cumplir con la ley no siempre es agradable y muchas veces retrasa las soluciones más inmediatas (por eso las dictaduras son tan eficientes en algunas cosas), de modo que cuando no hay otro camino que cumplirla lo que se requiere es inteligencia y mucha inteligencia.

Al contrario, para anular la ley, para sustituirla por el capricho personal, sea el que se expresa de viva voz frente a un grupo de incondicionales, sea el que adopta la forma de un decreto, no se necesita ninguna inteligencia, pues el gobierno en tales condiciones se convierte casi en un juego, sin obstáculos a la vista.

Esto precisamente es lo que ha hecho el gobernador Juan Manuel Urtubey, intentando convencer a los salteños que para llegar a un resultado tan pobre ha hecho falta tirar de un enorme caudal de inteligencia, nunca demostrada, jamás comprobada.

Creo que en la realidad ha ocurrido todo lo contrario y quiero decirlo con el máximo respeto que me inspiran los que gobiernan, con el señor Urtubey a la cabeza.

Advierto en el devenir del gobierno de Salta, desde 2007 en adelante, dos etapas más o menos bien diferenciadas. La primera en la que se nos presenta una especie de Gobernador «filósofo», atrapado eso sí en los confines de la doctrina peronista, cuyo nivel filosófico es paupérrimo; y la segunda, cuyo comienzo podríamos situar entre mediados y finales de 2015, en la que se ve claramente que el filósofo ha tirado la chancleta, incluso antes de que Jürgen Habermas nos previniera contra los gobernantes filósofos.

Desde una fecha que es difícil de precisar, el Gobernador de Salta ha extraviado cualquier perspectiva política. De la inteligencia fluida ha pasado a la inteligencia cristalizada, al precio de no ser capaz de tener una mentalidad flexible para resolver los problemas, y más que nada para comprenderlos. Los rasgos de vulgaridad que se advertían en su perfil intelectual se han ido acentuando con el tiempo, hasta llegar a reemplazar al intelectual por el populista, incapaz de ser un orador convincente y de fijar metas políticas acertadas para Salta. Incluso incapaz de trazarse objetivos políticos razonables para sí mismo.

A medida que ha ido desapareciendo la poca inteligencia que había en el gobierno, se ha ido reforzando también su autoritarismo. Esto parece inevitable que suceda. Hoy, casi en retirada, el gobierno no dialoga con nadie y si acaso maniobra en secreto para comprar su impunidad a largo plazo, cosa que parece razonable, teniendo en cuenta la ferocidad con que en la Argentina -y en Salta en particular- se suele perseguir judicialmente a los gobiernos terminados.

Para hacer una cosa como esta tampoco se necesita inteligencia. Solo se precisa descaro y una buena cantidad de amigos dispuestos a pagar con lealtad retrasada el favor de su designación en cargos clave. No siempre es fácil, pero el intento está en marcha y es muy visible a pesar de los esfuerzos que se están haciendo por ocultarlo.

En suma, que el largo gobierno de Juan Manuel Urtubey se acerca a su final con sus reservas de inteligencia bajo mínimos. En su retirada, que se prevé exenta de turbulencias, se advierte ya mismo el peso enorme del abandono de la Ley como elemento central de la convivencia. Quien venga y consiga hacerse con las riendas del gobierno, o restaura el orden jurídico alterado, o no tendrá otro remedio que llenar los huecos que el extrañamiento de la ley en sentido formal ha dejado con su propio activismo normativo. Es decir, nos arriesgamos a que la tontería vuelva a tomar el lugar que debe ocupar la inteligencia, que la comodidad vuelva a suplantar al esfuerzo.

Pero hoy las inteligencias no funcionan igual que antes. Ya no basta un solo faro que ilumine con sus destellos todo el panorama intelectual y político. Para gobernar se necesita inteligencia en red y nodos que la alimenten. Urtubey no deja nada de esto y los que asoman como posibles sucesores suyos vienen de un mundo en el que la inteligencia o bien es un lujo o bien es solo un detalle esnobista.

En suma, que si queremos solucionar los problemas que se nos presentan y que ensombrecen nuestro futuro, habrá que poner patas para arriba todo lo que hoy vemos. Y si, por lo que fuera, no nos animamos a hacerlo, vayamos sabiendo que los problemas seguirán allí donde estaban, para que muchos salteños y salteñas sufran durante un tiempo prolongado y para que personas con poca inteligencia y honradez incluso inferior puedan seguir viviendo tranquilamente del engaño, sin que para ello sea necesario que quemen sus cerebros.

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