
No sabemos qué sentimientos experimentaría el diputado provincial Tury Rodríguez si un buen día el gobierno dispusiera que los restos de su abuelo, que probablemente descansen en algún cementerio cristiano de Salta, fuesen llevados al Museo Antropológico, para ser exhibidos allí como una curiosidad ósea, para solaz de «salteños y turistas».
Puede que la idea de ver a su ilustre antepasado confundido con las ánforas funerarias precolombinas y las flechas indígenas le resulte excitante, pero lo que es casi seguro es que se indignaría si el gobierno dispusiese el traslado de los huesos, sin consultarle a él previamente, creyendo que el Estado puede disponer a su antojo de cada osamenta que yace en nuestros campos santos.
Lo que sin dudas le entusiasmaría al diputado es que el desentierro de su abuelo sea realizado en nombre de una «Salta laica». Es decir, que sea un primer paso para la abolición de los enterramientos cristianos, de cara al sueño futuro de que los muertos de todos nosotros descansen en los bares, en los jardines particulares, en algún fortín gaucho, en las escuelas públicas (y laicas) o en cualquier otro lugar en donde no haya crucifijos ni se veneren santos.
Pero no es moviendo a los muertos que se consigue una Salta laica, desde luego. Alguien le debe haber contado mal la historia a nuestro diputado.
No está muy claro si quien ha propuesto retirar los restos de Güemes de la Catedral de Salta y llevarlos a un museo conoce la diferencia entre laicismo y laicidad. Pero aunque se proponga conseguir lo más (es decir, lo primero), para hacerlo no le queda otro remedio que acabar con la Iglesia o con el Estado; con uno de los dos o con ambos al mismo tiempo. Un objetivo como este, como cualquiera puede darse cuenta, se encuentra bastante lejos de lo que puede conseguir un simple diputado provincial.
Lo que se pregunta mucha gente es cuán laica podría llegar a ser Salta si Güemes, en vez de descansar en una iglesia, lo hiciera en un museo del Estado. Porque hay que recordar que el llamado Panteón de las Glorias del Norte, a pesar de su emplazamiento dentro de un templo católico, es propiedad del Estado, depende de la Administración y la factura de su mantenimiento la pagan todos los salteños. Pocas cosas más laicas que esta.
Si lo que le molesta al señor diputado es que el Estado tenga un pie metido en la iglesia y se decidiera erigir un panteón en otro lugar, el enterramiento (en donde no solo descansa Güemes, sino también su esposa, Alvarado, Silva de Gurruchaga, Arenales, Fernández Cornejo, Frías y el soldado desconocido) no dejaría de ningún modo de ser cristiano, por mucha fuerza y empeño que le ponga el diputado. Y ello sería así porque cristianos vivieron y murieron los enterrados. Antes de hacer algo como lo que se propone, debería el señor diputado conseguir que los muertos obtengan el obispo una declaración de apostasía post mortem.
Si queremos una Salta laica, pero laica de verdad, tal vez fuese buena idea la de sacar al Señor del Milagro de donde está y trasladarlo a una oficina del Gran Bourg, o directamente convertir a la Catedral en una receptoría de impuestos municipales (cada confesionario podría en tal caso funcionar como un box). Por ejemplo: Alumbrado, Barrido y Limpieza se paga en efectivo en el kiosco del Canónigo Penitenciario, y con tarjeta en el camarín de la Virgen de las Lágrimas.
No es moviendo los objetos (incluidos los de alto valor simbólico) de un lugar a otro como se contribuye a afianzar la separación entre la Iglesia y el Estado. No es destruyendo monumentos ni cambiando el nombre de las calles como se modifica la historia para hacer que luzca como a nosotros nos gusta. Hay ciertas cosas que no se pueden solucionar, como la cristiandad de Güemes o la importancia del virrey Toledo para la fundación de Salta. Pero algunas otras sí se pueden solucionar, y de esas se ocupan los psicólogos y psicólogas, que en Salta los hay muy buenos y muy buenas.