
Sus enemigos no solo son conscientes de la marcada tendencia del Gobernador a encerrarse en posiciones defensivas (muchas veces absurdas e innecesarias) sino que también advierten -y con mucha razón- que Urtubey lidera uno de los gobiernos más pobres -en términos técnicos, humanos e intelectuales- de toda la historia de Salta.
El personalismo de Urtubey -calcado del de Romero- le ha llevado a fijarse en su crecimiento personal (algo que es innegable que se ha producido a lo largo de los últimos siete años) y a descuidar correlativamente el nivel y la calidad de sus colaboradores. La poca preparación de estos, su inexperiencia política y la cada vez más visible desconexión con el Gobernador (Urtubey solo se comunica con Parodi) son datos de la realidad que el enemigo percibe con desusada claridad. Un enemigo que, cada vez que tiene oportunidad (y oportunidades no le faltan), hunde sus afiladas garras allí donde al Gobernador más le duele.
A estas alturas no caben dudas de que, si Urtubey hubiera puesto más cuidado en la selección de sus ministros y de los influyentes que lo rodean, los ataques no solo serían más llevaderos sino que, en muchos casos, no tendrían razón de ser.
De nada le ha valido a Urtubey el enorme gasto realizado, con dinero del Estado, para domesticar a ciertos medios de comunicación. Muchos de estos ya han comprendido que el Gobernador es un político en retirada (de momento, en suave pendiente) y que resulta cuanto menos inútil echar un pulso a un proceso político que se dibuja en el horizonte cercano como inexorable.
Resulta llamativo el abandono por parte del Gobernador de la estrategia de apuntalamiento de su imagen a través del activismo rentado en las redes sociales, unos espacios de donde sus incondicionales a sueldo -otrora muy beligerantes- hoy también se baten en silenciosa retirada, desalentados por el abrumador peso de las opiniones y las posturas frontalmente contrarias al gobierno y a la figura de Juan Manuel Urtubey.
El Gobernador ha llegado al extremo, siempre doloroso, de comprobar que el duelo personal y familiar no alcanza para blindar al gobierno y hacerlo inmune a las críticas, como hubiera sido su deseo. Urtubey ha demostrado su incapacidad para comprender que una desgracia familiar también puede suscitar preguntas entre los ciudadanos, como las muchas que quedaron sin respuesta en la frustrada conferencia de prensa de ayer.
Pero si el Gobernador, aun en sus horas más bajas, quiere rendir un último servicio a los salteños y a su precario sistema de convivencia política, debería ya mismo pensar en abandonar la torre almenada en la que se guarece de las flechas envenenadas del enemigo mediático y, no antes de una profunda remodelación de su gobierno, asumir, como gesto postrero de dignidad y de sentido común, el liderazgo de un proceso político que, de continuar todo como está, amenaza con devorarlo sin darle la más mínima posibilidad de recuperarse.