
Cuando Milagro Sala, en nombre de la raza y de la ideología -más o menos como Hitler- cometía sus fechorías en Jujuy, perfectamente convencida de que el kirchnerismo iba a ser eterno, pareció que Gerardo Morales era una pobre víctima.
Agredido, menospreciado, insultado y escrachado, el entonces senador nacional no solo movía a la conmiseración sino que despertaba hasta una cierta simpatía.
Cuando cambiaron las tornas en Jujuy y Morales resultó electo Gobernador, Milagro Sala no se dio por enterada y creyó que todo seguía igual que antes. No la creemos tan ingenua de suponer que seguiría viviendo de la extorsión al amparo de la protección kirchnerista y de las rentas del falso indigenismo, pero al menos tenía motivos para pensar que su antigua víctima le iba a mostrar su lado más cristiano y, en vez de perseguirla ferozmente, iba a pasar página para intentar dejar cerrado un capítulo muy oscuro de la Provincia de Jujuy: el de la persecución política.
Pero una vez que se vio con el poder entre las manos y a la pregunta de «¿qué hago primero», el recién elegido Gobernador se respondió: «Meter en cana a esta mujer».
Para saber cómo controlar a los fiscales e influir en las decisiones de los jueces, el neófito mandatario no necesitaba hacer un curso en Venezuela. Le bastaba con mirar con cierta atención el funcionamiento de las instituciones de Salta y poner en práctica el know how desarrollado en la factoría Urtubey, a poco más de cien kilómetros del asiento de sus negocios.
Un par de llamadas telefónicas, una excusa banal y ¡zas! la mujer ya estaba presa. Todo, a la velocidad del relámpago.
Bien o mal encarcelada, la tarea del aprendiz de tirano consistió primero en tirarle el fardo al «poder judicial independiente» (tan independiente como la constituyente de Maduro o más o menos), y luego, cuando se vio que a las autoridades judiciales de Jujuy le faltaban cinco p'al peso, tomó sobre sí la enorme responsabilidad de proclamar a los cuatro vientos: «Esta mujer se robó todo y debe estar presa».
Una sentencia fulminante y además inapelable, como la que pronunció en 1976 un juez salteño -hoy anciano- y cuya ejecución precisa por una banda de forajidos bajo su control terminó con el fusilamiento de siete personas. En aquel entonces la sentencia fue: «Esas personas son peligrosas; hay que matarlas».
A Morales quizá haya que disculparlo -en parte- porque como buen contable que es no sabe que en este país nadie «debe» estar preso, a menos que haya pasado por un juicio de doble instancia en el que haya podido defenderse con amplitud y un tribunal haya pronunciado una condena. Para Morales -un calco difuso de Urtubey- la justicia es «aquí te pillo, aquí te mato». Eso de la presunción de inocencia son como las palabras para la meditación: nadie les hace caso.
Gracias a sus excesos verbales y a su tozudez, hoy Milagro Sala -Marnie, La Ladrona- es un personaje de fama internacional, una víctima de las políticas liberticidas del Gobierno de Jujuy. Si lo que quería Gerardo Morales era poner a Jujuy en el mapa, ¡vaya si lo ha conseguido!
Podría el erudito contador haberse buscado un mejor enemigo, pero ha sido él quien a pulso ha construido el «monstruo» en el que se ha convertido hoy Milagro Sala: una heroína de piel cobriza que nada tiene que envidiar a Juana Azurduy. Ha sido el inexperto Gobernador el que la ha instalado donde ni siquiera esta mujer ambiciosa y carente de escrúpulos hubiera soñado estar: en las portadas de los principales diarios del continente. En las que, por cierto, no aparece Morales. ¡Qué tremenda injusticia!
Se puede ser vengativo y rencoroso pero a estas alturas lo que no se puede ser es torpe. Lo primero pasa; lo segundo se paga caro y al toque.
Para terminar de hundirse, Morales -quien debería echar a su Fiscal de Estado de un certero puntapié en el trasero- ha cargado contra la CIDH, acusándola primero de mentirosa, después «política» (como si no hubiera sido político el arresto arbitrario de su enemiga), y ahora de inatendible. Ni cuando el kirchnerismo controlaba la Corte Suprema de Justicia este tribunal se animó a decir que el orden jurídico internacional era inaplicable en la Argentina, por razón del carácter soberano de las decisiones judiciales nacionales. Pero Morales, ya contra las cuerdas, no tuvo más remedio que sacar a relucir este absurdo y ajurídico criterio para intentar, in extremis, restar autoridad a la CIDH.
Pero las cosas no funcionan de este modo. La CIDH no es un órgano judicial y si sus decisiones son vinculantes para el Estado argentino, no es porque lo imponga la CIDH «totally out of the blue» y «por sus huevos», sino porque el Estado argentino ha querido que así sea. Es la Argentina la que le ha dado poder a la CIDH de hacer precisamente lo que la CIDH ha hecho. Querer primero -cuando le conviene- y hacerse el distraído después -cuando no le conviene- es propio de un jugador tramposo.
El sistema internacional de protección de los Derechos Humanos funciona bajo la autoridad de ese refrán que dice: «Hoy por ti, mañana por mí»; de modo que a la Argentina no le conviene para nada incumplir con la medida cautelar de la CIDH, porque cuando el día de mañana necesite de esta Comisión para otra cosa, estos buenos señores le dirán: «¿Ah sí? Se acuerda usted cuando se pasó por las que te jedi nuestra medida cautelar?».
Dicho en términos un poco menos coloquiales, si la Argentina se descuelga unilateralmente del SIDH y hace oídos sordos a la CIDH, ya puede considerarse expulsada del club de las democracias del continente. Tal vez en ese vil purgatorio de las democracias fallidas se encuentre con el fantasma encadenado del gigante bigotudo de la camisa vino tinto, que va por el mismo camino, solo que varios pasos más adelante.
Y todo eso porque a un señor que parece que ha mirado demasiado a su vecino Urtubey se le ha ocurrido devolverle la gentileza a su enemiga jurada y ha resuelto, por las suyas, hacerle pasar las de Caín.
Menos tripas y más cerebro, señor Morales.
La @CIDH se convirtió en una facción de burócratas que viven en Washington y no conocen #Jujuy. La resolución es una proclama política. pic.twitter.com/SVVpNgQ0PD
— Gerardo Morales (@MoralesGerardo1) August 3, 2017