
La intervención del diputado salteño Pablo López, del Partido Obrero, en el lamentable debate que precedió a la votación sobre la exclusión del diputado Julio De Vido, ha sido saludada y etiquetada por muchos como la voz de la «izquierda».
A decir verdad, López no estuvo mal. Pero podría haber estado mucho mejor si no fuera porque en su discurso asomaron esos tics de estudiante cronificado, que de vez en cuando lo dejan retratado, y evocaciones difusas de su omnipresente ideología, como esas menciones directas o indirectas al «ajuste», palabreja que los que piensan como él vienen utilizando desde hace unos sesenta años sin apenas variaciones.
Y para ser más justos se podría decir que el engañoso brillo de López ha estado propiciado por el estilo de navajera de los barrios bajos empleado por su colega Elisa Carrió, que otra vez tuvo éxito en su empeño de reconducir cualquier debate político a una retahíla de insultos, pronunciados con una convicción digna de mejores causas.
Respetuosamente, Pablo López no es la izquierda ni la representa. Pertenece a un partido dogmático, conservador y localista como lo es el Partido Obrero de Salta, que ha venido demostrando en los últimos años que muchos de sus militantes son personas de una cultura y de una bondad admirables, pero que sus dirigentes -lo mismo que su ideología- son acomodaticios y deficiente, respectivamente.
El Partido Obrero de Salta -López incluido- le ha hecho a Urtubey una oposición casi ridícula. Una oposición que debajo de un barniz pretendidamente ideológico no ha tenido ni tiene nada de política. Con todo y sus aparentes buenas intenciones, el diputado López es también responsable del apoyo que su jefe -el diputado provincial Claudio del Pla- presta sin retaceos al máximo cacique de la política provinciana, que ocupa desde hace décadas el cargo de presidente de la Cámara de Diputados de Salta.
El diputado López es también, si no responsable directo, cómplice por omisión, de los muy graves derrapes verbales de su compañera de partido, la senadora provincial Gabriela Cerrano, aquella que enarbola un «feminismo de proximidad» y califica de «genocidas» a soldados conscriptos, sin distinción de clase o procedencia.
En realidad, esta pseudoizquierda que representa el diputado López defiende el statu quo y la vigencia de un orden conservador sin el cual no tendrían -López y sus compañeros- razón alguna para existir. Esta forma de pensar pretende hacernos creer que todos podemos ser empleados públicos bien retribuidos, que el dinero se fabrica solo y que las arcas del Estado son una especie de chicle que puede dar de sí todo lo que nos propongamos.
Pero eso es precisamente lo que ha patentado Juan Manuel Urtubey en Salta. No el Partido Obrero. El secreto estriba en que este último ha alcanzado su sueño de una sociedad casi totalmente estatizada, no por méritos propios, sino por la activa intervención de un Gobernador que lleva las riendas de la Provincia -o que sueña con llevarlas- en estrecha alianza con los sectores religiosos más conservadores de Salta.
No se sabe muy bien cuántos de los que votan al Partido Obrero son trabajadores. Lo que se puede decir es que su dirigencia está compuesta, en abrumadora mayoría, por «dropouts» del sistema educativo, por personas que voluntariamente se han marginado del sistema, la más de las veces por ausencia de talento. Personas que piensan que el mercado es un criminal serial, que el comercio es malvado y que se lo debe aniquilar en cualquiera de sus formas. Personas que piensan -porque están perfectamente convencidos de ello- que la verdadera libertad solo existe en Venezuela o en Cuba y que la democracia, en la que juega el 99 por cien de las fuerzas políticas, es en realidad una formalidad engañosa.
Esta es la «izquierda» a la que representa Pablo López, la que se niega a abrirse, primero al mundo y después a la realidad local, y la que de vez en cuando se puede dar el lujo de pasear su garbo por la senstaez, y ello a condición de que en la vereda del frente le aparezca un Mihura como Elisa Carrió que les deja la pelota picando en el área para que metan un gol sin arquero.
Aunque menos disciplinadas, existen en Salta otras fuerzas de izquierda que huyen de estos clichés y reniegan de la ambigüedad de un discurso de barricada aderezado con trapicheos manuales por debajo de la mesa. Tal vez si López se lo piensa bien y se da cuenta que el dogmatismo inmovilista no conduce al paraíso sino al infierno, en el próximo debate el diputado salteño brillará en serio y se hará acreedor a una etiqueta política menos derrotista que la actualmente tiene pegada en su amplia frente.