
El Gobernador de Salta ha sorprendido -a medias- a la opinión pública nacional cuando ayer lanzó al aire una de sus frases con el contenido político más profundo de entre todas las que ha pronunciado hasta el momento: «La Argentina necesita prepararse para vivir procesos de 20 años».
No hace falta ser muy memorioso para acordarse que la palabra «proceso» fue el eufemismo que utilizó la última dictadura argentina para llamarse a sí misma y con el que intentó encontrarle un sentido secuencial a su brutal supresión de las libertades ciudadanas y a su impío avasallamiento de los derechos humanos.
Pero dejando a un lado este detalle, es realmente importante que el Gobernador de Salta nos vaya descubriendo sus verdaderas intenciones, aunque sea a cuentagotas, como lo está haciendo en estos momentos.
Decir que la Argentina necesita «procesos» largos no es tanto un acierto como una admisión incondicional de que el ideario político que abandera el Gobernador de Salta hunde sus raíces en las prácticas, no solo verbales sino también políticas, de los gobiernos más autoritarios e ilegítimos de la Argentina.
Tal vez, si lo que quería era no dejar ninguna duda, podría haber agregado aquello de «las urnas están bien guardadas», pero esto habría sonado un poco extraño en este contexto de acendrada «institucionalidad» en el que las fuerzas antidemocráticas y reaccionarias del país han encontrado un hueco bastante cómodo en las instituciones.
Eran Onganía, Vandor y Krieger Vasena a quienes les interesaba esto de los «procesos largos», a veinte o incluso más años. Urtubey nos demuestra con su idea «procesista» que sus fuentes ideológicas no están en el peronismo, como acostumbra a decir, sino en el corporativismo desarrollista de la Revolución Argentina, la misma que cerró el Congreso en 1966, intervino las universidades, apaleó a obreros y estudiantes con inusual saña e implantó la censura en el país.
La impresión que tienen muchos es la de que Urtubey se ha convertido de golpe en un defensor acérrimo de los ciclos políticos largos, porque cuando falta poco tiempo para que deje su cargo de Gobernador todavía se siente fuerte y activo, como podrían haberse sentido, por ejemplo, Tony Blair, Gerhard Schroeder, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o Barack Obama, quienes -a diferencia de Urtubey- se animaron a dejar los primeros planos de la política a una edad muy temprana. Quizá sea oportuno recordar que un líder político de la talla de Felipe González dejó de gobernar a los 54 años. Urtubey tendrá 50 cuando abandone el cargo de Gobernador de Salta en 2019.
Nuestro Gobernador quiere, según parece, jubilarse a los noventa dando batalla y para ello necesita «procesos» como los que en su día soñó el general Onganía, con escasa fortuna.
El general Perón -que como todo el mundo sabe murió siendo Presidente- al menos tuvo la decencia de retirarse, hasta que sus partidarios, huérfanos de un liderazgo joven y doctrinariamente renovado, no vieron otra salida que sacar del ropero al viejo general para que poco pudiera hacer por la reconciliación de su país, pero para que al menos muriera con las botas puestas.
Entre Onganía y Perón se encargan de tironear la almohada sobre la que Urtubey amasa sus fantásticos sueños de poder.