
Me pareció -y me parece- que las redes sociales en general, y Twitter en particular, no son fuentes fiables para obtener datos y que una parte importante de sus usuarios -yo entre ellos- acude a las redes para conocer la opinión de los demás y no para que los demás nos llenen la cabeza de datos, que tranquilamente podremos buscar y encontrar (en cantidad y calidad) en sitios menos sospechosos de subjetividad.
Pero este pequeño y breve arrebato me ha parecido insuficiente para defender la opinión, como valor cívico y virtud personal.
Sin dudas es muy tentador proclamar la absoluta superioridad de los hechos sobre la opinión, pero, en determinadas situaciones, las opiniones son más importantes que los hechos, y esto me parece francamente bueno.
Pero mucho mejor que lo anterior es pensar que los hechos y las opiniones no necesariamente deben ser colocados en veredas opuestas, ya que ambos dos tienen una función complementaria en nuestro proceso de toma de decisiones. Dentro de un marco racional, hechos y opiniones son igualmente útiles.
Ocurre que el antiintelectualismo ha sido una constante en nuestra vida política y cultural, alimentado por la falsa noción de que la democracia significa “mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento”. Pero, a mi juicio, considerar que las opiniones pueden ser más importantes que los hechos no significa, de buenas a primeras, una devaluación del conocimiento. La opinión es también una forma de abordar la realidad, de entretenerse con ella y de enriquecer nuestro acervo de conocimientos.
Generalmente, cuando llamamos a algo «hecho», afirmamos, presumiblemente, que es verdad. Esto es bastante sencillo de hacer, aunque defender una afirmación de este calibre y grado de generalidad puede ser más difícil de lo que se cree.
Lo que pensamos que son «hechos» -es decir, aquellas cosas que creemos que son verdaderas- puede terminar siendo incorrecto, a pesar de nuestro compromiso más honesto con la investigación genuina.
Por ejemplo, ¿El vino tinto es bueno o malo para ti? o ¿Había un dinosaurio llamado brontosaurio, o no? El investigador de Harvard Samuel ARBESMAN utiliza estas dos preguntas en su libro The Half Life of Facts, para demostrarnos cómo cambian los hechos.
El mismo Isaac ASIMOV, en su ensayo The Relativity of Wrong nos dijo que la persona que piensa que la Tierra es una esfera está equivocada, y también lo está la persona que piensa que la Tierra es plana. Pero la persona que piensa que los dos están igualmente equivocados está más equivocada que ambos.
Ejemplos como estos abundan y son lo suficientemente poderosos como para que dudemos mucho a la hora de proclamar la infalibilidad de aquello que llamamos «hecho». En realidad, estos «hechos» se utilizan para representar el mejor conocimiento que tenemos en un momento dado. Su utilidad no va más allá de esto.
Y es viendo las tremendas discusiones que se organizan en Twitter, casi por nada, que estoy casi convencido de que los «hechos», sean o no contrastados y verificados por fact-checkers de alto prestigio, no sirven para dar el golpe de gracia que se podría esperar en una discusión. Decir que algo es un hecho en sí mismo no convence a alguien que no está de acuerdo con uno. Sin ninguna garantía de fe, los hechos (más aún en el mundo en el que vivimos) no sirven como técnica de persuasión.
Por otro lado, llamar a algo «opinión» no tiene por qué ser peyorativo ni emplearse para colgarle a quien emite un juicio subjetivo el cartel de fugitivo hacia el país de las ilusiones. Evidentemente, las opiniones tampoco sirven para dar un golpe definitivo en una discusión. Si pensamos que «opinión» es el punto de vista de una persona sobre un tema determinado, entonces muchas opiniones pueden ser sólidas y estar bien fundamentadas.
A diario, muchos usuarios de Twitter y otras redes ponen por las nubes la ética (especialmente para afearle a los políticos sus comportamientos inmorales), pero es que al hacerlo no reparan en que la ética es el ejemplo quizá paradigmático de un sistema en el que las cuestiones de hecho no pueden decidir por sí solas los cursos de acción.
Para mí, las opiniones no son meras sombras pálidas de los hechos, sino juicios y conclusiones cuya calidad se puede cuestionar, pero que a veces nos impresionan más que los hechos en sí mismos, porque son el resultado de una deliberación cuidadosa y sofisticada en áreas para las que la investigación empírica es inadecuada o insuficiente.
Aunque desde hace 30 años me dedico a opinar -con suerte dispar y desigual grado de influencia- no soy un enemigo de los hechos. Pero la experiencia me sirve para considerar que la opinión es tan útil y significativa como los hechos mismos, y que sin opinión difícilmente podría haber convivencia política, bienestar económico y desarrollo científico-tecnológico.
Los seres humanos de hoy en día muy probablemente hablamos casi lo mismo que nuestros ancestros, pero escribimos muchísimo más que ellos. Nuestras pulsiones literarias (o quizá mejor decir gráficas) serían del todo impracticables si solo se nos permitiera trasmitir hechos y conocimientos, que, por definición, son y serán siempre limitados.
Al contrario, el terreno en que se despliega la opinión es virtualmente infinito y gracias a la opinión es que (algunos como yo) podemos dar rienda suelta a aquellas pulsiones, que hoy por hoy parecen incontenibles.
Como hemos visto, los hechos no clausuran los debates, no son tan concluyentes como pensamos y, en el mundo de la posverdad, muchos de ellos no nos proporcionan la utilidad o la confianza esperada. La opinión, sin embargo, nos abre una puerta a la esperanza, para luchar contra el antiintelectualismo y la degradación democrática y, sobre todo, para expandir nuestro horizonte de libertades, que muchos de los fact-fans parecen empeñados en reducir.