El doloroso monólogo interior del pecador de la Novena al Señor y la Virgen del Milagro

  • Como sucede puntualmente los todos años, para estas mismas fechas, el rezo del Día Tercero de la Novena al Señor y la Virgen del Milagro me termina convenciendo de que he sido un traidor y un miserable durante los pasados 350 días.
  • Tiempo de oraciones

Hay, por supuesto, quien reza la Novena sin importarle nada lo que está leyendo, sin experimentar el más mínimo sentimiento de culpa. Aun los hay que, al leer esa parte que dice «¡Cuántos años seguidos no merecía yo estar sepultado en el abismo del infierno!» piensan muy íntimamente que la cosa no va con ellos y que el cultísimo sacerdote que redactó la Novena estaba pensando en horribles pecadores y no en pecadores light como ellos, capaces de borrar todas sus culpas con un leve golpecito en el esternón.


Pero no es mi caso, ni el de muchas personas que después de decir en voz alta «confieso que soy indigno de misericordia. Tantas veces me habéis perdonado, y yo ingrato os he ofendido de nuevo», se sienten como si les hubiese pasado un camión por encima, o alguien les hubiera dado una tunda con una bolsa de naranjas.

Tal vez no haya sido su intención, pero el distinguido sacerdote que nos legó tan estupenda Novena nos convierte silenciosamente en «pecadores recurrentes», y lo que es aún más grave, en «pecadores cíclicos».

Para algunos, resulta inexplicable que cada año para las mismas fechas comparezcamos constritos ante la Divinidad para prometer cosas como «de hoy en adelante solo reine en mi corazón tu maternal amor» o expresar deseos matemáticamente imposibles de cumplir como «el tiempo que me queda para vivir, oh dulce Jesús mío, no quiero emplearlo más en ofenderos».

Pasar año tras año por el mismo aro de fuego ¿significa que la Novena del año anterior no ha servido para redimirme? O será tal vez que, como dice el dicho, «la cabra al monte tira» y que cuando el invierno insinúa dejar paso a la primavera es cuando nuestra cuenta corriente de pecados alcanza un máximo insoportable. Tan insoportable que, para encarar un nuevo año, es necesario volver a purificarse con promesas y deseos que, si no son falsos, estamos seguros de que haremos añicos en los próximos meses.

Puede que el redactor de la Novena haya hecho un ejercicio autobiográfico al escribirla, pero eso de hacer que los mortales de dos siglos y medio después la reciten en primera persona como si los viles pecadores fuesen ellos, es una mortificación añadida al piadoso ejercicio de rezar a nuestros Santos Protectores.

Es verdad que el narrador se refiere todo el tiempo a sí mismo, al utilizar hasta el cansancio la primera persona del singular (y casi nunca su plural). Si se tratara de una novela o de una obra de teatro, el estilo permitiría que el lector o la audiencia contemplen la historia y al resto de los personajes desde el punto de vista de uno de los actores participantes de la misma, lo que incluye sus opiniones, pensamientos y sentimientos.

Esa especie de monólogo interior que desgrana el pecador protagonista de la Novena permite, por supuesto, que el espectador (o quien se sitúa fuera de la escena) llegue a un punto en el que le es posible leer el pensamiento del narrador. Desde este punto de vista, nuestra pequeña Novena es un remedo de alguna obra de DOSTOYEVSKI, en la que la técnica literaria tiende a reproducir los mecanismos del pensamiento en el texto.

Desde el punto de vista estrictamente literario, los terremotos desempeñan el mismo papel que las famosas magdalenas de Marcel PROUST, ya que permiten al narrador «acordarse» de sus pecados.

Pero es que ningún sentido tendría rezar la Novena para escudriñar las opiniones y sentimientos del narrador. Al contrario, lo que interesa -no tanto a nosotros sino especialmente a nuestros Patronos- es que sean nuestras experiencias las que se expresen con claridad. A estas alturas, el Señor del Milagro (y no digamos ya su Santa Madre) deben estar un poco cansados de que todos los años les digan las mismas cosas. Tal vez un día no muy lejano, el Señor del Milagro se dirija a su siervo para revelarle: «Mario, sabes cuánto sufro por tu amor pero tú, ¿qué es lo que haces por mí sino solo ofenderme? Clamaré por ti a mi Eterno Padre solo a condición de que no me repitas como loro los pecados del padre Fernández Pedroso, a quien he perdonado hace siglos. Ahora quiero la full story de tus pecados».

Imaginemos a nuestra Dulcísima Madre del Milagro diciéndonos desde su trono: «Mucho pacto de fidelidad, mucha lluvia de pétalos de rosa, pero lo que yo veo aquí es que la gente quiere baile».

Y así, a cada uno de nosotros. Porque hay quienes -como el aludido siervo Mario- acumulan pecados anuales como cédulas parcelarias que necesitan una puntual expiación en la época de los almendros en flor; y otros que pecan en ciclos más largos (digamos seis u ocho años).

Ahora que la victoriosa mayoría saencista de la Asamblea Constituyente se propone elevar de seis a diez años el mandato de los jueces de la Corte de Justicia de Salta, sería interesante que a la hora de reformar los requisitos para desempeñar ese importante cargo se ponga como condición tener, al momento de la designación, rezadas doce Novenas del Milagro, puesto que después de que caduque el mandato ni siquiera el todopoderoso Tribunal de Impugnación será capaz de salvar un alma condenada irremediablemente al infierno.

Cuando llegue el día del Juicio (hablo del definitivo) deseo fervientemente hacer la cola de los justos y no la de «esos insensatos cuyas huellas siguió» el redactor de la Novena o su protagonista estelar. Algunos -diría que muchos- procuramos cumplir con Dios y con el César, sin falsear la Novena y mucho menos la Constitución.