¿De qué nos sirve escandalizarnos por las cifras del contrato de Messi?

  • Estoy casi convencido de que si Lionel Messi hubiese nacido en Cataluña o en Madrid y no en Rosario ningún medio de comunicación español habría publicado los términos de su contrato con el Fútbol Club Barcelona.
  • La hipocresía en niveles de pandemia

Nuestro mejor jugador de fútbol sigue pagando el precio por la osadía de haber nacido pobre y con problemas de crecimiento y sin embargo haber rendido a sus pies a una nación superorgullosa de su deporte y de sus deportistas, jamás preocupada por lo que ellos y ellas han ingresado o dejado de ingresar a sus bolsillos.


Es difícil saber cuándo comenzó la persecución a Messi. Lo que es indudable es que el astro argentino pasó, en relativamente poco tiempo, de ser el jugador juvenil que despertaba admiración (al tiempo que las portadas de los diarios se llenaban de elogios y las vitrinas del F. C. Barcelona lo hacían de trofeos) a generar recelo. Así en el fútbol como en cualquier otra actividad, los extranjeros en España jamás alcanzan la estatura que ellos desean o merecen sino la que España decide que debe ser.

Habría que empezar por reconocer que Leo Messi aguantó y sigue aguantando lo que otros extraordinarios futbolistas (como Diego Maradona o el mismo Cristiano Ronaldo) no aguantaron. El rosarino ama a Barcelona y ha dicho muchísimas veces que planea vivir el resto de su vida allí. Ha sido quizá este amor por la ciudad y por el entorno -no el dinero- lo que ha hecho que Messi perdonara muchas cosas y que, además, lo hiciera con discreción.

La filtración de su contrato a la prensa -presentada como una conquista periodística- es una infamia; pero solo es una más de las gentilezas que nuestro mejor delantero está acostumbrado a soportar.

En España, en Europa y el mundo hay muchas personas que ganan cuantiosas fortunas por horas, y aunque últimamente se ha levantado una ola de tibio rechazo hacia estas riquezas exorbitantes, salvo en casos como los de Elon Musk o Jeff Bezos, nadie sabe dónde están o a quién pertenecen. La razón es muy sencilla: hay normas que protegen la confidencialidad de los movimientos y las operaciones económicas de estas grandes fortunas.

La misma prensa infame que ha echado las cuentas del contrato de Messi «que mantiene al Barcelona al borde de la bancarrota», apenas si ha puesto en letra pequeña que más de la mitad de los 555 millones de euros del contrato han ido a la hacienda española. Después de esta revelación de tan mal gusto, pocos se han preocupado por aclarar que Lionel Messi paga sus impuestos en España (no en Andorra o en otros paraísos fiscales como hacen algunos artistas y deportistas) y que con el esfuerzo contributivo del mejor jugador de fútbol de la historia los gobiernos han podido hacer muchas cosas.

Más que recordar que Messi está al corriente de pago de sus obligaciones fiscales, estos críticos oportunistas se han encargado de colgarle el cartel de «defraudador», por aquella condena penal que hace un par de años sufrió el futbolista y que recayó en un proceso penal en el que el Ministerio Fiscal se abstuvo de acusar.

Lionel Messi no solo ha llenado de gloria deportiva al Barcelona sino que lo ha cubierto de dinero. El sueldo que cobra Messi no lo paga el Estado con los impuestos que percibe de los ciudadanos, sino de las arcas de un club que jamás podría haber accedido a firmar un contrato de semejante cuantía si no estuviese seguro de tener en sus filas a una auténtica mina de oro, a un jugador que le ha hecho alcanzar las más altas cotas de prosperidad económica de toda su historia. Decir que Messi ha arruinado al Barcelona no solo es falso: es también una tremenda injusticia.

El Barcelona es una entidad privada y lo va a seguir siendo por mucho tiempo. Si sus cuentas no son boyantes ahora, habría que preguntarse si lo son las de los bares, restaurantes y hoteles de este país, cuya actividad económica ha sufrido un tremendo impacto a causa de la pandemia y las restricciones por motivos sanitarios. ¿El fútbol debe ser la excepción? ¿Cuánto ha dejado de ingresar el Barcelona por jugar los partidos sin público, por no poder hacer viajes promocionales transcontinentales, por realizar controles exhaustivos a su plantilla y a sus empleados o por adaptarse al nuevo escenario?

Lionel Messi es profesional desde 2004. Realmente llama la atención que los ataques en su contra se produzcan poco después de que anunciara su propósito de dejar las filas del Barcelona y solo cinco meses antes de que el mismo club lo tenga que dejar en libertad sin recibir un solo euro por su marcha. Alguien ha orquestado una venganza contra Messi y la está llevando a cabo.

Quizá lo peor de todo es que la venganza en curso tiene un reclamo populista en su cabecera: «¿Sabes cuánta gente podría salir de la pobreza si se distribuyera equitativamente lo que gana Messi en el Barcelona?» La respuesta podría ser igual, aunque con un número variable, si nos preguntáramos cuántas personas podrían dejar atrás su condición miserable si los beneficios que están obteniendo las grandes farmacéuticas que fabrican las vacunas contra la COVID-19, en vez de ir a parar a sus dueños, a sus científicos y a sus empleados, fueran a parar a manos de «gente que lo necesita».

Estos niveles de hipocresía son realmente inéditos, pues mientras el mundo todavía tolera a dictadores que mantienen fortunas enormes fuera de los países a los que sojuzgan, mientras los ultramillonarios acrecientan sus ganancias por horas sin siquiera tomarse el trabajo de patear un tiro libre y colocarla en el ángulo, se agita el escándalo porque un chico bendecido con un extraordinario talento para el deporte consigue a cambio una parte mímima de las estratosféricas cantidades que se mueven en el mundo del fútbol.

Podríamos sospechar algo si, en vez de ser el 10 del Barcelona, Messi fuera camarero de un bar de Fuenlabrada amenazado por el desempleo.

Vivimos en un sistema económico en el que los sueldos los fija el mercado. En un país que ha dejado felizmente atrás las épocas en que un señor decidía por «sus cojones» lo que debían ganar los demás. El sueldo de Messi -por exorbitante que pueda parecernos- es un sueldo del mercado del fútbol, por lo que la justicia o la injusticia de la remuneración depende de la valoración de quienes han firmado el contrato. Si el que paga está de acuerdo en la cuantía con el que cobra, como aquí no hay consumidores ni sujetos vulnerables, pues no hay más discusión al respecto. El que quiera implantar en este país un sistema de «negociación popular de los sueldos», una especie de «internas abiertas salariales», para que todo el mundo opine o decida lo que deben ganar los barrenderos, los carteros o los cirujanos del cerebro, que lo diga, y a ver cómo le va.

Los orquestadores de la venganza contra Messi lo van a tener difícil, sin dudas, porque nuestro mejor delantero no solo ha ganado 555 millones de euros (bien ganados, dicho sea de paso) sino que ha ganado también y de forma igualmente merecida el respeto de mucha gente, que no lo ve como el millonario insensible de la caricatura sino como un hombre discreto, con los pies sobre la tierra, solidario, sano, alegre y, fundamentalmente, dotado de un talento extraordinario e irrepetible.