Être ou ne pas être Charlie Hebdo: telle est la question

Los atentados de París, que han dejado nada menos que 20 muertos en una ciudad que respira civilización, serenidad y belleza hasta en sus rincones más ásperos, han dividido también las opiniones.

Desgraciadamente, en el país en que yo nací han sido muy abundantes las voces que, lejos de condenar la barbarie, la han justificado de algún modo.

Algunos lo han hecho apelando a la ancestral dialéctica entre opresores y oprimidos, señalando a Francia como país opresor y los agresores como «portavoces» (¡vaya ironía!) de los oprimidos.

Otros, los menos, han justificado la masacre o la han condenado con la boca pequeña al recordar el humor deliberadamente ofensivo de los periodistas de la revista Charlie Hebdo y su línea editorial consistente -según ellos- en ridiculizar las creencias religiosas de los otros.

No es mi intención referirme aquí a los primeros sino a los últimos. Entiendo que las ideologías constituyen una parte indisoluble de la perversa dialéctica entre opresores y oprimidos, y que quienes actúan u opinan cegados por una ideología -cualquiera que ésta sea- se especializan en secuestrar las palabras y en corromper su sentido. Allá ellos.

El segundo debate (el de los límites de la libertad de expresión) es mucho más rico e interesante que la confrontación ideológica.

Pero estoy convencido que con la redacción de Charlie Hebdo aún ardiendo, con los rehenes muertos del supermercado kosher aún sin enterrar, es un debate francamente inoportuno.

Antes de ponerse a pensar si la revista es deliberadamente provocadora, malintencionada o si hacía un uso desviado de la libertad de expresión, lo que hay que hacer es actuar en defensa de las libertades de todos atacadas por la barbarie terrorista. Y Francia lo ha hecho, respetando la Ley.

Me impresionó mucho ayer la comparecencia ante los medios de comunicación del Procurador de República en París, François Molins, en la que relató cómo, en pleno desarrollo de las operaciones policiales de captura de los asesinos, 27 magistrados del parquet de París trabajaron sin descanso para autorizar detenciones preventivas, intervenciones en las comunicaciones, escuchas y geolocalización telefónica. Todo se hizo bajo un estricto control judicial, lo que en otro país tal vez no hubiera ocurrido.

Muchos ciudadanos europeos -entre los que me incluyo- habríamos condenado con idéntica energía la matanza si se hubiera cometido contra una publicación que en vez de atacar y ridiculizar al islamismo radical se dedicara a ofender al cristianismo y a sus símbolos o atacara los valores sobre los que se sustenta la mal llamada «cultura occidental».

El sentido o la orientación de las opiniones no debe importarnos ahora. Es el ataque a la libertad de expresión el que importa y lo que este ataque significa para el resto de la libertades públicas y para la convivencia en paz entre las personas.

El hashtag #JeSuisCharlie, más que una identificación con la línea de humor corrosivo de la publicación, más que una postura de rechazo hacia el Islam o la cultura musulmana, representa una adhesión muy firme a los valores que apuntalan la civilización, entre los que la libertad de expresión y el respeto a la Ley ocupan un lugar preponderante.

Yendo un poco más allá, #JeSuisCharlie ni siquiera representa la defensa de un sistema de valores que se identifican con la cultura occidental sino una reivindicación muy consistente del valor universal de la libertad, que inspira la Carta de las Naciones Unidas (suscrita por 193 países) y la Declaración Universal de Derechos Humanos.

No se trata, pues, de poner en escena emociones absurdas ni de identificar a enemigos ni de prometer venganza, sino de reafirmar un compromiso preexistente con la vigencia de determinadas libertades que son fundamentales para las personas humanas y para su pacífica convivencia, en Francia y en cualquier país del mundo, cualquiera sea su religión, su cultura, su nivel de desarrollo y su ubicación geográfica.