
Los huelguistas «autoconvocados», apoyados ahora al parecer por algunos sindicatos formalmente reconocidos, se sienten más fuertes en la medida en que se dan cuenta de que del otro lado del mostrador solo hay funcionarios perplejos o inexpertos, como el ministro Emiliano Estrada cuyo rostro demuestra sin esfuerzo que está desorientado como rengo en tiroteo.
En todo este contexto de violencia embozada, quien menos culpa tiene por hacer lo que hace, sin dudas, es Analía Berruezo, a quien Urtubey ha abandonado a su suerte.
Berruezo es una profesional con una larga trayectoria y sin ningún rastro en su ADN de animadversión hacia los docentes. Ella misma es docente de profesión y conoce el sistema que ahora dirige quizá mejor que ninguno de sus colegas. Pero el conocerlo no le asegura una gestión eficiente y menos que esa eficiencia se traslade al plano del conflicto social, en donde de nada vale el conocimiento de la materia y se requiere una visión de Estado que lamentablemente la ministra, por su formación, no tiene.
Si Estrada parece una vela en el viento, otro tanto puede decirse del flamante jefe de gabinete Baltasar Saravia, que se supone es quien recibe los whatsapps que Urtubey envía desde el extremo austral del país, en donde inaugura alegremente bustos de Güemes mientras la Provincia que debería a estas horas estar gobernando arde y se sacude por la intransigencia docente.
Los docentes, que son cualquier cosa menos tontos, se dan cuenta perfectamente que el momento de dar el zarpazo al presupuesto es este. Con un Gobernador ausente, enfocado en su campaña proselitista (en la que, por cierto, evita por todos los medios a su alcance referirse al conflicto que lo enfrenta con los docentes y que mantiene gravemente paralizada la educación pública obligatoria); con unas elecciones a la vista en las que la banda que gobierna tiene escasas posibilidades de revalidar su poder y con unos funcionarios que parecen esos posters de tamaño humano que hay en algunos centros comerciales y aeropuertos, sonrientes, pero mudos, los docentes están convencidos de que esta es su hora de gloria.
Si Urtubey desciende (del avión) a Salta y se pone al frente del conflicto docente su campaña proselitista sufrirá un serio atraso, y además existe el riesgo de que los docentes le sigan plantando cara y la negociación para poner fin a la huelga fracase. Hoy por hoy, si hay alguien en la Argentina que no quiere ser visto como un negociador ineficiente e incapaz, ese es Urtubey.
La asunción parcial del curso de la huelga por parte de los sindicatos formales no asegura que el conflicto se vaya a reconducir por los cauces de la racionalidad, ni que las cosas se le pongan más fáciles a Urtubey. Todo lo contrario, el sindicalismo docente reconocido siempre ha mostrado en Salta su vena asamblearia, de modo que su intervención en el conflicto no asegura que el acuerdo al que se arribe vaya a ser respaldado por los trabajadores que se mantienen en huelga.
A estos huelguistas les ha aparecido un inesperado aliado: el general invierno. Las bajas temperaturas que se registran en Salta, con insólitas nevadas en la zona tropical del noreste provincial, están haciendo que los padres den gracias por que sus hijos no tengan que ir a la escuela por senderos congelantes. Cuando vuelva a reinar el sol en estos castigados valles, ya la comunidad educativa empezará a pensar seriamente que las vacaciones de invierno se han extendido más allá de lo razonable y que ahora mismo sus hijos están perdiendo unos conocimientos que quizá nunca recuperen en su vida.
En todo esto -especialmente en las veleidades del tiempo atmosférico- no tiene nada que ver la ministra Berruezo, que suficiente ha hecho con aguantar calladita que su jefe Urtubey la haya dejado inerme frente al pelotón de fusilamiento docente. Quizá más responsabilidad tiene el ministro Estrada, que desde que es ministro intenta demostrar que está capacitado para decirle al gobierno nacional lo que tiene que hacer en materia económica, pero que frente a un conflicto doméstico se muestra claramente desbordado y sin recursos. Dios nos libre de que Estrada llegue algún día a asesorar a un ministro de Economía.
Probablemente la solución pase porque Urtubey abandone la campaña, se despegue de su celular y se ponga a hablar cara a cara con los «acampantes», con los cortadores de ruta, con las arrojadoras de gas pimienta. Y no hablamos de una posibilidad sino de una obligación. El conflicto ha «escalado», como dicen los pilotos kirchneristas, hasta un punto en que la voz del gobierno debe ser modulada por el único con autoridad para hacerlo.
Eso lo saben los sindicatos y lo sabe la ministra Berruezo. Pero, ¿lo sabe Urtubey?