La culpa de las inundaciones en Salta no es de Sáenz sino del cambio climático

  • Cada vez que llueve con cierta intensidad, en Salta se producen inacabables discusiones acerca de quién tiene la culpa de que las calles del centro de la ciudad se conviertan en caudalosos ríos y en las viviendas de los barrios más desfavorecidos el agua llegue hasta el techo, llevándose calle abajo los chanchos, los garrafas y los secarropas.
  • Culpas mal repartidas

Lo más fácil en estos casos es echarle la culpa al Intendente, a quien se suele acusar de incumplimientos, de malos cálculos o de falsas promesas.


Pero esta solución fácil no es más que un atajo, una salida rápida y poco ingeniosa para aquellas personas que no acostumbran a pensar demasiado, ni parecen dispuestas a hacerlo cuando es necesario. En Salta, esta clase de gente abunda y llena los huecos en las redes sociales y en otros medios de comunicación.

Entre esta nutrida tropa de seres sin cabeza se encuentran quienes apuestan a que el «General Tormenta» termine por hundir las expectativas electorales del Napoleón de la avenida Paraguay. Pocas cosas más mezquinas que estas se han visto en Salta.

Que el problema de las inundaciones provocadas por las lluvias sea de larga data, como lo es, no quiere decir en absoluto que el volumen, la intensidad o los tiempos de las precipitaciones sean previsibles o fácilmente solucionables. Algunas fuerzas de la naturaleza se pueden prever, pero muchas veces sus efectos -previstos- no se pueden evitar.

Así como es innegable que en Salta llueve de forma cada vez más irregular y que los efectos de las lluvias son cada vez más serios y perjudican a un número mayor de personas, es innegable también que el intendente Gustavo Sáenz, en el tiempo que le ha tocado gobernar, se ha esforzado por hacer las obras que racionalmente debió hacer y las que la ciencia dice que tiene que hacer para intentar moderar los efectos de las lluvias copiosas.

Ninguna ciudad del mundo tiene «obras suficientes» para soportar grandes volúmenes de lluvia en pocos minutos; ni aun aquellas en las que las precipitaciones son regulares y mensurables.

Solo por poner un ejemplo: cuando el río Sena alcanza peligrosos niveles de altura a su paso por París, los pisos bajos del Museo del Louvre deben ser inmediatamente evacuados, pero ello no evita que la crecida del río provoque otros desastres. Y eso que en París -la primera ciudad moderna del mundo- hay cuatro lagos (Seine, Marne, Aube y Yonne), todos ellos administrados por el Établissement public territorial de bassin (EPTB) Seine Grands Lacs, que disponen de una capacidad de almacenamiento total de 850 millones de metros cúbicos.

Aun con esta enorme capacidad de recolección de agua, las lluvias y las crues en París provocan graves problemas, y cuando ello sucede la alcaldesa Anne Hidalgo no se tambalea en su puesto. ¿Por qué esperar entonces que en Salta no tengamos este tipo de problemas?

Si nos fijamos bien en los registros, las lluvias estivales en Salta son cada vez más intensas en periodos breves de tiempo que se pueden medir en horas o, incluso, en minutos. Los servicios de alerta meteorológica temprana pueden, en la mayoría de los casos, prever el momento y el lugar en que caerán las lluvias, pero difícilmente pueden anticipar la ocurrencia de fenómenos localmente inusuales. Esto es consecuencia de las características montañosas del territorio (algo parecido sucede en ciertos valles suizos y austriacos), pero la alteración de la regularidad de las lluvias obedece sin dudas al cambio climático y a sus fenómenos asociados (como El Niño), pero no a la incapacidad o a la inercia del intendente Sáenz o la de su equipo municipal.

Esto, por supuesto, no quiere decir que Sáenz esté haciendo lo suficiente en materia medioambiental para moderar el impacto del cambio climático.

Al contrario, pensamos que en Salta se debe hacer mucho más de lo que se hace en materia de saneamiento ambiental y control del vertido de basuras. No basta con plantar árboles ni con limpiar desagües. Es necesario concienciar a los habitantes de toda la ciudad (tanto a los ricos como a los pobres) de que la limpieza de la ciudad es la única forma de atenuar los efectos de los embates de la naturaleza y que la ciudad no quede irreconocible y vulnerable después de cada episodio. Y para eso no es suficiente una política reactiva de recogida de basuras o de imposición de multas, sino un profundo cambio cultural en la vida de las familias, tanto pobres como ricas.

Parece que de la modernidad de los tiempos a los salteños solo nos interesa lo que viene con Android o iOS, pero no aquellos fenómenos negativos de la naturaleza. Si somos modernos, seámoslo para todo y pongámonos manos a la obra a solucionar problemas que no teníamos antes, sin echarle la culpa a quien probablemente no la tiene.

Dentro de unas semanas no lloverá más en Salta, hasta que en diciembre próximo se reinicie la temporada de lluvias. Mucha gente se olvidará del asunto e intentará atacar a Sáenz por otras cosas que no sean las inundaciones. Probablemente será el zonda o la tierra que entra dentro de las casas en invierno. El asunto se repetirá el año que viene, quizá con otro Intendente sentado en la oficina. Pero venga quien venga, la solución a las inundaciones no estará bajo su brazo. La encontraremos solamente si hacemos un esfuerzo colectivo en convertir a una ciudad de opas en una ciudad inteligente.

Y esta es una empresa tan importante, que el que consiga llevarla a cabo muy probablemente será candidato a ganar el Premio Nobel de Química.