La hipocresía medioambiental de Salta

  • Si queremos ser coherentes y responsables al mismo tiempo, es nuestro deber escuchar con atención y respeto las voces que convocan a nuestros agentes económicos a buscar otras soluciones al desarrollo económico de nuestra Provincia, diferentes a la aniquilación de los bosques y a la contaminación de los cursos de agua.
  • Hora de quitarnos la careta

Desde que Juan Manuel Urtubey instaló la idea de que los salteños somos diferentes al resto de los seres humanos y que por esta curiosa especificidad -que arrastramos desde que aprendimos a revolear el poncho- «los porteños no nos comprenden», es que en Salta rige una especie de piedra libre para hacer lo que se nos ocurra.


Tan pronto se disparan las cifras de asesinatos de mujeres, como se intensifica la educación en la religión mayoritaria de los alumnos que asisten a las escuelas públicas, aumentan los muertos en las carreteras y se multiplican los festivales y bailes de carnaval pagados con el dinero de los contribuyentes. Al parecer, todo lo que no vale en otras partes del mundo vale en Salta, porque nosotros somos así de guapos y no hay quien pueda cambiarnos.

Así como ninguno de estos rasgos identitarios que definen nuestra particular idiosincrasia puede ser comprendido en su cabal extensión por esos despistados porteños, que jamás han visto un cerro y solo tienen edificios en su limitado horizonte, tampoco es posible que los reyes del asfalto que se apiñan en torno al Obelisco lleguen a entender que nuestros bosques subtropicales en realidad existen para que las topadoras los arrasen y se extienda así la llamada «frontera agropecuaria» que tantas satisfacciones viene dando en los últimos años, pero solo a los ricos.

Es hora de quitarse la careta y de admitir que el modelo de desarrollo elegido por los gobernantes y por la clase prominente de Salta es profundamente insolidario con las generaciones que vienen y muy poco respetuoso del medio ambiente natural, además de estar basado en un modelo energético obsoleto e insostenible. Tenemos que comprender que la poca riqueza que, en términos absolutos, la Provincia de Salta ha creado en los últimos años nos ha costado carísimo, en biodiversidad, en energía, en cohesión social y en equilibrio ambiental.

Puede que los porteños no hayan visto jamás un bosque de cerca y que no acierten demasiado con los instrumentos jurídicos que emplean para tutelarlos, pero de allí a pensar que no tienen nada que decir acerca de la riqueza forestal de Salta y sobre cómo se la debe proteger hay todo un abismo.

Debemos pensar si no son ellos los que tienen razón y no nosotros, que en pleno siglo XXI mantenemos a poblaciones enteras de salteños pobres viviendo en estado de naturaleza, sin acceso al agua potable, al saneamiento, a las carreteras, a las telecomunicaciones, a la energía y a las prestaciones más básicas del Estado del Bienestar. No podemos enorgullecernos de esto.

Si queremos ser coherentes y responsables al mismo tiempo, es nuestro deber escuchar con atención y respeto estas voces que convocan a nuestros agentes económicos a buscar otras soluciones al desarrollo económico de nuestra Provincia, diferentes a la aniquilación de los bosques y a la contaminación de los cursos de agua.

Salta debe aprender a vivir con la superficie que ya dispone para la práctica de la agricultura y la ganadería. De nada vale montar explotaciones rurales con tecnología «de avanzada» en áreas aún sin desmontar, si no somos capaces primero de utilizar esa avasallante modernidad para reconvertir a las inmensas extensiones de terreno disponibles que aún producen como en el siglo XVIII y para multiplicar su productividad. El estrepitoso colapso del venerable ingenio San Isidro es solo una muestra de nuestro atraso.

Pero si tan buenos somos en materia de tecnología, ¿por qué no pensamos en dejar de hacer pivotar nuestro producto bruto en la caña, la soja y el tabaco y ponemos toda nuestra inteligencia en el desarrollo de industrias y de servicios modernos y de alto valor añadido que no ataquen directamente a nuestros recursos naturales? ¿O es que acaso nuestra vocación por la tecnología de avanzada se detiene en las innovaciones agrícolas, ganaderas y forestales? ¿Podemos presumir de tecnología de avanzada cuando un mínimo corte de la fibra óptica en Metán deja incomunicado al gobierno por más de dos días?

Conviene que no nos engañemos. Hace rato que Salta ha dejado de ser ese frondoso vergel que alguna vez soñamos inagotable, para nosotros y para las generaciones que vendrán. Es necesario cuidar lo que tenemos, y si no somos capaces de hacerlo por nosotros mismos, sea porque nos miramos el ombligo o porque estamos convencidos que lloverá maná del cielo, pues dejemos que los ciudadanos que viven en otros lugares del país opinen sobre el tema, y en su caso decidan, cómo debemos cuidar nuestros recursos.

Puede que se equivoquen con el enfoque o con los instrumentos elegidos, pero seguramente nos equivocaremos nosotros mucho más si nos negamos a escuchar sus razones esgrimiendo nuestra salteñidad como escudo protector de nuestra ancestral mezquindad. Que Salta no se convierta en una isla medioambiental en donde rige la ley del más fuerte.

O la del más rico, porque detrás de ese discurso falaz de extensión ilimitada de la superficie cultivable se disimula una operación de acumulación capitalista minuciosamente organizada que, con la complicidad expresa o solapada del gobierno, pretende asegurar una mayor riqueza para algunos y la extensión de la miseria para otros.

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