Sobre el debate de las bolsas de los supermercados en Salta

  • Al revés de lo que sucede en el mundo, en Salta se obliga a los supermercados a entregar gratuitamente bolsas de plástico a los consumidores. En la mayor parte de los países desarrollados los gobiernos obligan a los comerciantes a cobrar este tipo de bolsas para desalentar su uso, ahorrar energía y evitar daños al medioambiente.
  • A contramano del mundo
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¿Bolsas de supermercado gratis? No me hagan reír.

Cualquiera que conozca solo un poco cómo funcionan los supermercados, del origen que sean, sabe perfectamente que ninguno regala nada. Especialmente bolsas. Ni aunque los obliguen a entregarlas gratuitamente a los consumidores.

En casi todos los países de Europa (notablemente en Francia, en el Reino Unido, en Bélgica, en Holanda, en Italia, en Alemania, en Irlanda y en España) los supermercados cobran las bolsas por una razón muy sencilla: desalentar su uso por parte del consumidor.

En Australia, alrededor del 90 por cien de los negocios minoristas han firmado acuerdos voluntarios con el gobierno para reducir el uso de las bolsas de plástico. En este país, una ley exige que los restaurantes, supermercados y las bodegas, cobren a los clientes por las bolsas y los utensilios de plástico. Esta ley que -repetimos- exige cobrar por los objetos de plástico ha logrado reducir casi en un 70 por cien el consumo de este tipo de objetos.

Un país enorme como China también ha prohibido las bolsas de plástico gratuitas. Solo con esta medida, el gigante asiático se ahorra 37 millones de barriles de crudo al año. ¿Churo, no?

Lo que se pretende evitar con la venta de bolsas es que las bolsas de plástico, que no son biodegradables, terminen contaminando el medioambiente, especialmente los cursos de agua.

Parecen inofensivas y las usamos todos los días. Sin embargo, esas bolsas de plástico son una amenaza para la salud del planeta. Fabricar una bolsa de plástico tarda solamente unos pocos segundos. Dependiendo de su calidad, las podemos usar una o dos veces durante una semana, antes de tirarla a la basura. Su desintegración, sin embargo, se estima entre los 150 y los 500 años.

Por eso, los gobiernos estimulan el uso de bolsas reutilizables, hechas de materiales más resistentes, que los consumidores europeos se han acostumbrado muy rápidamente a usar. Algo parecido sucede con los carritos de la compra (que no son los carros de los supermercados) que mucha gente lleva desde su casa para traer la compra, incluso cuando viaja en coche o en transporte público.

Pero la venta de bolsas ha traído otros beneficios, como por ejemplo el aumento de la variedad de bolsas que ofrecen los supermercados y el refuerzo destacado de su calidad.

Cuando las entregaban gratuitamente (y las pagábamos sin darnos cuenta en el precio del aceite o del arroz) las bolsas eran de calidad ínfima y las había de uno o de dos tamaños solamente. Ahora hay decenas de modelos (que incluyen las reutilizables, que son muy resistentes) y las bolsas «normales» (por las que se paga entre 5 y 10 céntimos de euro) son de una calidad asombrosa. Dicho muy respetuosamente, bastante mejor que esas chalas de cebolla que nos «regalan» en Salta.

Estas bolsas, por su calidad, admiten varios usos (sea para volver a comprar, para depositar basura o para cualquier otra finalidad), aunque por la generalización de las bolsas resistentes y los carros de compra su existencia es cada vez más reducida. Es verdad que tienen unos enormes logos de los supermercados, que aprovechan para hacer publicidad de su marca, pero esto sería en todo caso lo de menos.

Los beneficios para los consumidores y para el medio ambiente son enormes. Y también para los supermercados, que no solo se benefician de la satisfacción creciente de sus compradores y de la mayor salubridad del entorno, sino que se ven liberados de la carga de tener que engañar a sus clientes con bolsas horribles, que se rompen con solo mirarlas fijo, y a través de las cuales las vecinas chismosas se enteran muy fácilmente si uno ha comprado bofe para el gato o una pomada para el pie de atleta.

Cobrar las bolsas no es una solución per se. La medida debe ir acompañada de ciertas pautas de comportamiento responsable por parte de los consumidores y de un mayor compromiso de los supermercados para aumentar la variedad y calidad de su oferta en bolsas.

No cobrarlas y darle al consumidor «tantas bolsas como necesite» es, para decirlo pronto, la madre de todos los «microbasurales».

El que compra una bolsa (a 5 céntimos, a 10 o a 50, como cuestan las más resistentes) la cuida; y cuidándola evita perjudicar a su prójimo dañando el medio ambiente. Al que le dan una o cien bolsas gratis, así sea en Salta o en Vietnam, le importa un pepino si la bolsa va a parar a los pulmones de los delfines o si vive ciento cincuenta años sin extinguirse en los márgenes infectos del río Arenales.

Y recuerden: el que te da bolsas gratis traslada lo que le cuesta comprar las bolsas a los precios de los alimentos más consumidos. Opas no son, por supuesto. Lo son quienes creyendo proteger al consumidor obligan a los supermercados a dar bolsas gratis y con ello le están haciendo al medio ambiente más daño que mil Donald Trumps juntos.