
Néstor Kirchner, entretanto, privaba a los presentes del esperado plato fuerte de la tarde: su discurso de asunción; decidía no hacer uso de la palabra y cederle el micrófono a su señora esposa.
Algunos análisis rápidos en los medios electrónicos consideraron que ese paso era una manera de "entregarle espacio" a su mujer, cuyo rol presidencial se ha visto opacado por el protagonismo de Kirchner Néstor y su evidente preeminencia en las decisiones y el rumbo del poder político. En rigor, el minué conyugal de Almagro no sirvió para cancelar el bicefalismo que se achaca al gobierno, sino más bien para duplicarlo (invertido) en el plano partidario. Lo que la opinión pública reclama según se observa en las encuestas- no es que la señora gane cartel francés en un acto del PJ que su esposo debería presidir, sino que ocupe efectivamente la titularidad del Poder Ejecutivo, para el que fue ella (y no su esposo) la elegida; que, si efectivamente quiere dar una señal de diálogo a una Argentina interior que reclama ser escuchada, lo haga desde la Casa Rosada, desde su rol presidencial y no sustituyendo casualmente a su marido en una tribuna partidaria.
Como para contribuir a la confusión general, la señora no mencionó jamás en su leve discurso (uno de los más insustanciales que se le recuerden) al movimiento que organizaba el acto público, ni a los fundadores la historia o los símbolos del peronismo. El único sello partidario que la señora de Kirchner recordó con nombre y apellido fue el Frente para la Victoria, al que aludió para recordar que fue con esa sombrilla política que ella inició su carrera política en la "lejana" provincia de Santa Cruz.
Así, en el acto de Almagro se habló de paz mientras las barras propias se hacían la guerra a pocos pasos, y la principal oradora festejó a un partido que no era el que esa tarde estrenaba sus autoridades.Una comedia desconcertante y desconcertada.