
Vivían también allí unas decenas de líderes montoneros decididos a continuar la guerra y que soñaban con contraofensivas guiadas por la ceguera y favorecidas por la dictadura (tan estúpida como sangrienta) del general Videla.
Ellos vestían de riguroso uniforme que remedaba a los del ejército de tierra y se regían por un Código Militar aprobado por la conducción. Dispuestos a mostrar por todos los medios que eran los auténticos, los únicos, herederos de Perón, habían alquilado una casona en Puerta de Hierro desde dirigían buena parte de las operaciones en el territorio argentino y las relaciones exteriores.
El desembarco de tropas argentinas en las Islas Malvinas produjo, como es fácil imaginar, una auténtica conmoción en España y en la colonia argentina que allí residía.
Pronto los exiliados no encuadrados dentro de las organizaciones terroristas (antes llamadas formaciones especiales) nos organizamos para apoyar la reivindicación sobre las islas sin por ello identificarnos con la dictadura que encabezaba por ese entonces el general Galtieri.
La iniciativa partió de un reducido núcleo (no más de 6 personas de las cuales la mitad eran salteños) reunido en la sede de la Unión General de Trabajadores. De este grupo y después de arduos debates surgió el lema que identificaría a la llamada Comisión Malvinas Argentinas que actuó en España desde el inicio hasta el fin del conflicto.
Ese lema fue Soberanía y Democracia y tuvo la virtud de unir la demanda contra la usurpación británica de las islas del Atlántico Sur a la reivindicación de una vuelta a la democracia que encerraba, lógicamente, un repudio a la dictadura.
La Comisión y el lema lograron unir a buena parte del exilio argentino residente en Madrid y de la colonia que allí vivía sin ninguna connotación política (al menos reciente, ya que puede que algunos de ellos se hubieran radicado allí huyendo de los desbordes peronistas de los años 50).
Quedaron fuera (autoexcluidos) un pequeño grupo de intelectuales de izquierda, que preferían ver derrotadas a las armas argentinas, y los soberbios líderes de las organizaciones terroristas.
El espacio unitario al que se sumaron unos pocos dirigentes políticos y sindicales españoles y muchos españoles de a pié, reunió alrededor de una misma mesa a personalidades tales como los señores Raimundo Ongaro y Casildo Herreras (ex Secretarios Generales de la CGT que expresaban visiones radicalmente divergentes de la acción política y sindical), junto a jóvenes radicales, peronistas y socialistas.
El dramatismo con el que casi todos los argentinos residentes en España vivimos aquellas jornadas, propició encuentros de inusitada amplitud.
Fue así como se alcanzaron acuerdos para coordinar las acciones de la Comisión Malvinas con las actividades que desplegaba una comisión de damas presidida por una señora nacida en Salta en el seno de la familia Uriburu, que llevaba muchos años afincada en Madrid.
Fruto de aquella coincidencia fue un hermoso acto celebrado en el Parque del Oeste en donde leyó un maduro y atinado mensaje el fino y elegante Manuel Mujica Láinez.
Por supuesto, durante los días que funcionó la Comisión asistimos a hechos y actos típicos de cualquier reunión de argentinos: Una encopetada señora se robó parte de la recaudación; un reconocido fascista (mientras anunciaba a viva voz la presencia de comandos dormidos en Gibraltar dispuestos a volar barcos de guerra ingleses) pretendía monitorear la marcha de la Comisión para evitar la entrada de zurdos; un sociólogo de nota se enamoró de una compatriota y vivió un romance turbulento; los mas robaron horas al descanso para pegar afiches, distribuir volantes y escarapelas o fabricar empanadas para aquella noche que coincidió con la rendición de las tropas argentinas.
Desde antes de que se sospechara siquiera que la aventura militar terminaría como terminó, la Comisión tenía previsto una cena para recaudar fondos. Fuimos igual y los fados de aquel restaurante portugués acompañaron nuestra patriótica amargura.